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El mejor regalo de cumpleaños de la reina Sofía

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  • Jaime Peñafiel
  • Periodista político y del corazón. Experto en noticias sobre la aristocracia y la familia real. Ex redactor jefe de la revista ¡Hola! y fundador del diario El Independendiente y La Revista. Escribo sobre la Casa Real.

El pasado 2 de noviembre, la reina Sofía cumplía 87 años que debían dar para momentos felices y otros no tan gozosos, aunque, en esta ocasión, pocos motivos para celebrarlo. El mejor regalo, aunque al lector le cueste creerlo, ha venido del su todavía marido, el rey Juan Carlos, quién, en sus memorias Reconciliación, dedica palabras de tanto afecto y cariño que sorprenden por su contenido: «Nada podrá borrar nunca mis profundos sentimientos hacia mi esposa Sofi, mi reina, una mujer excepcional, íntegra y bondadosa, rigurosa, dedicada y benevolente. Es la personificación de la nobleza de espíritu. No hay nadie igual a ella en mi vida. España no habría podido tener una reina más abnegada e intachable. Hice cuanto pude, pese a mi torpeza, para garantizar su bienestar y comodidad. Una vida juntos llena de alegrías, penas, risas y reproches, distanciamiento y acercamiento. Hemos capeado juntos acontecimientos políticos, tormentas y noches de angustia y dudas. Ella siempre ha demostrado ser una compañera comprensiva y solidaria. Nada podrá borrar mis profundos sentimientos hacia mi esposa, Sofi, mi reina, ni siquiera algunas desavenencias. No tiene igual en mi vida».

Nunca he leído ni oído unas palabras tan amorosas y sinceras de un hombre hacia una mujer.

Sofi y Juanito nacieron el mismo año

Pero no son de la misma edad. Mientras que el rey nació el 5 de enero de 1938, la reina vino al mundo el 2 de noviembre. Se llevan, pues, diez meses. «Al principio del embarazo de Sofía me sentí muy mal», cuenta en sus memorias la reina Federica, su madre. Como en aquella época y hasta muchos años después no podía conocerse el sexo del bebé que iba a nacer, ante la posibilidad de que fuera niño, se guardaron las formalidades que marcaba el protocolo. En el salón contiguo donde Federica daba a luz, se encontraba no sólo el rey Jorge II de Grecia, sino miembros del gobierno. Luego resultó que fue una niña. «Palo y yo hubiéramos querido que nuestra hija se llamara Olga, en recuerdo a mi bisabuela Olga de Rusia. Pero cuando la gente que se agolpaba alrededor de la casa contó el número de disparos de las salvas y advirtieron que se trataba de una niña, empezó a gritar «¡Sofia!, ¡Sofia!». Y con Sofía se quedó.

Es indiscutible que entre don Juan Carlos y ella debió existir alguna vez amor o algo parecido. No sólo por todo lo que le dedica en las memorias de la francesa. También se puso de manifiesto aquel 2 de noviembre de 1978, con motivo del 40 cumpleaños de Sofía. Sin que ella supiera nada, don Juan Carlos, en el mayor de los secretos y con la colaboración de su hermana Pilar, fue convocando en Madrid a todas aquellas personas que significaban algo en su vida. Ella, que siempre procuraba evitar que afloren sus sentimientos, rompió a llorar abrazada a su marido.

Ni como esposa ni como madre

Difícil es recordar hoy otro cumpleaños feliz. Posiblemente porque, desde hace mucho tiempo, demasiado, no hay nada que celebrar. La única vez que este autor fue testigo de una celebración sucedió el 14 de mayo de 1979, durante una visita oficial de los reyes de España a Guinea Conakry, cuando el presidente Ahmed Sékou Touré les invitó, por sorpresa, a apagar las diecisiete velas del aniversario de la boda de los reyes, que aparecieron sobre la mesa en forma de una gigantesca tarta de cinco pisos. «Es la primera vez que apago una tarta de aniversario». Declaró emocionada Sofía.

Fueron pasando los años, muchos años. Y ya nada era igual. No lo sería nunca a causa de los annus horribilis que jalonaron su vida de sufridora esposa. Y de sufridora madre que no pudo evitar que sus hijas se casaran con quienes quisieron, aunque el paso del tiempo, demostró que no con quienes debieron. Los matrimonios tanto de la infanta Elena como el de la infanta Cristina acabaron en divorcio. Y el marido de esta última, Iñaki Urdangarin, para cumplir cinco años y diez meses en la cárcel de Brieva (Ávila). Y tampoco su hijo Felipe, que contrajo matrimonio con una polémica mujer divorciada.

«Simplemente reina Sofía, el rey es él»

Desde que estalló el caso Noos, su vida es un permanente equilibrio para intentar que la familia, tan importante para ella, no se rompa más de lo que ya está, midiendo los pasos y los gestos, si bien no siempre con acierto.

En noviembre de 2012, volvió a equivocarse, desafiando a su propio hijo, al acudir con su hija Cristina al hospital donde el rey Juan Carlos se encontraba internado a consecuencia del accidente de Botsuana cuando asistía a un safari en compañía de Corinna, la amiga entrañable.

En la historia de nuestras reinas, en pocas ha habido más sufrimiento que en la de doña Sofía, convertida hoy en consorte de rey. «Yo no tengo estatus propio como reina. El rey es él. Si tengo que ser algo, simplemente seré reina Sofía». Ese ha sido su gran sacrificio. Por ello, no se ha divorciado. Ha preferido continuar unida por matrimonio en beneficio de la institución. Decidió cerrar los ojos y continuar arrastrando su amor. El matrimonio de don Juan Carlos y doña Sofía se vendió siempre como una historia de amor. En realidad no hubo ni flechazo ni amor. Aunque sea duro escribirlo y más duro aceptarlo, mientras don Juan Carlos fue rey reinante, jamás abandonó a doña Sofía aunque no la amara. El drama de Sofía es que sigue, sí no enamorada, si leal a su marido en la distancia.

Su vida sentimental: primero Harald de Noruega

«Yo era romántica, pero no tenía romances sentimentales, no tenía novio. Juanito sería el primero y el único». Eso es totalmente falso. Todos hemos tenido incluso un primer amor y hasta una primera decepción. Aunque sí reconoció: «Yo iba a cumplir 20 años. Sé que hubo mucho interés en casarme con el príncipe Harald de Noruega. Se propiciaron incluso encuentros, aunque el resultado fue nulo». En esta ocasión no miente, pero no dice la verdad. En el número 837, de septiembre de 1960 de la revista Hola, de la que fui redactor jefe, se podía leer: «Todo empezó en Oslo, en 1958, durante una visita de Estado de la Familia Real griega a los países escandinavos. Sofía tenía entonces 20 años y era una princesa muy bonita. Por ello no extrañó que en el baile ofrecido por el rey Olav a los soberanos griegos, Pablo y Federica, la princesa bailara incansablemente toda la noche con el príncipe heredero Harald y sólo con él. Como es lógico, al día siguiente todo Oslo hablaba de Sofía como la novia de Harald. Para acabarlo de arreglar, la reina Federica, que era muy casamentera, invitó a Harald a unas vacaciones en la isla de Corfú, «el lugar más maravilloso del mundo para enamorarse».

Lo mismo haría más tarde con Juan Carlos cuando Federica intuyó que podía estar interesado en su querida hija. Pero volvamos a Harald y los quince días que permaneció en Corfú. Por las mañanas se bañaban en el mar y los dos en bañador efectuaban paseos en lancha. Al parecer, todo fracasó por una razón mezquina: la dote de Sofía. El rey Pablo había pedido para la ocasión 50 millones de francos al Parlamento griego, que sólo autorizó la mitad. (Francoise Laot, Juan Carlos y Sofía Espasa Calpe 1988). Pero aún hubo más que demuestra que las razones de Harald para oficializar su noviazgo eran que, desde hacía muchos años, estaba comprometido y enamorado de otra mujer, una costurera llamada Sonia con la que se casaría, dejando a la pobre Sofía compuesta y sin novio. Es humano que Sofía no haya querido reconocerlo. Aunque, indudablemente, debió percibir el mal y poco claro comportamiento de Harald dejando que las circunstancias llegaran hasta ese extremo, pero, como mujer dulce y equilibrada, prefirió olvidar y vivir sin precipitarse.

La presencia de Juan Carlos en su vida

El sufrimiento de doña Sofía en todas las facetas de su vida la convirtió en sufridora por excelencia. El enamoramiento de Juan Carlos no aportó serenidad a su vida, ya que la vida sentimental del entonces príncipe era muy complicada. Primero, con la princesa María Gabriela de Saboya, con la que «habría podido, es verdad, casarme», como le reconoció a la periodista francesa Francoise Laot y, posteriormente, con la condesa italiana Olghina de Robilant, con quien andaba ennoviado al mismo tiempo que con la princesa italiana e, incluso, cuando Sofía ya era la prometida oficial de Juanito.

La boda

Según cuenta Olghina en su desvergonzado libro Reina de corazones, el 13 de septiembre de 1961 tendría lugar en Ginebra la petición de mano y anuncio oficial del compromiso de Juan Carlos y Sofía. Pero, el 11 de septiembre en Roma, Juan Carlos coincide con Olghina. ¿Casualmente o por haberlo acordado? Y «arrebatados de pasión, toman un taxi y se dirigen a la pensión Pasiello, donde Juan Carlos le cuenta que se ha prometido con la princesa Sofía de Grecia y le muestra el anillo de pedida que ha comprado. Esta anécdota de fuerte contenido sexual no dice mucho en favor de los sentimientos de Juan Carlos hacia Sofía. Por todo esto y muchas anécdotas más, la historia de los reyes eméritos no ha sido la historia de un gran amor, ni siquiera una historia de amor. Pero la boda se celebró el 14 de mayo de 1962 en Atenas con tres ceremonias a las que este periodista asistió: la primera, por el rito católico, en la catedral de San Dionisio de Atenas; la segunda, por lo civil en el Palacio Real, y la tercera, por el rito ortodoxo en la Catedral Metropolitana. Y el banquete en una carpa montada en los jardines del Palacio Real. En la boda tuvo un papel muy destacado la abuela paterna del novio, la reina Victoria Eugenia, de actualidad esta semana.

Chsss…

«Es precioso que mi madre considere a mi marido como a un hijo». Normal, querida.

El famoso cómico chileno amenaza con denunciar a las hijas de mi querida e inolvidable amiga. Según él, éstas no le pagan los 40.000 euros que le debía su madre. Permítanme que lo dude.

El sobrino de la famosa cantante, el autor intelectual del robo en casa de su tía, a punto de enfrentarse a juicio. Para empezar, se les ha impuesto una fianza de 639.000 euros para cubrir los posibles daños que se les puedan reclamar a él y sus compinches.

Me ha llenado de ternura conocer el consejo del rey Juan Carlos, sí, el rey, a su nieto Felipe Juan Froilán «como hacerse un buen huevo frito con puntillitas». ¡Qué cosas, señor, qué cosas!

Me ha divertido lo que mi compañera cuenta que cuando era bebé, of course, el rey la tomó en sus brazos «y me hice pipí encima».

Reconoce con sinceridad «que me gustaría volver a encontrar mi puesto: el de un hombre que lo dio todo por su patria y donde deseo ser enterrado».

Reconoce, como yo, que España no es monárquica.

También que la consorte se convirtió muy pronto en un problema familiar. Hubiera sido inútil entrometerse.

«Le repetí: la puerta de mi despacho está siempre abierta. Ven cuando quieras. Pero ella no vino nunca».

A propósito de mi negativa a facilitar el nombre de quien me vendió las fotos de la agonía de Franco, según Rebeca Argudo, en su columna de ABC, (De periodistas dilemas morales), «se puede proteger la fuente aportando todas las pruebas que apoyan la afirmación que uno sostiene».

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