Hora de enterrar la violencia

Hora de enterrar la violencia

Sólo unas horas antes del desarme de ETA, se estrenó la obra de teatro ‘Ni con tres vidas que tuviera’ en la sala Nave 73 de Madrid. Basada en la entrevista que hiciera Jordi Évole al exetarra Iñaki Rekarte, la historia alterna las declaraciones del terrorista arrepentido con el discurso de la que fuera hija de dos de las víctimas. Me cuesta creer que el día del estreno sea una coincidencia, más bien parece que se trata de un acierto de los programadores de la sala al haber elegido esta fecha para representar el arriesgado texto, en el que se da voz a las dos caras del dolor que genera la brutalidad.

Afortunadamente, todo este sinsentido ya forma parte del pasado reciente. Aún así, es bueno no olvidar lo que pasó, debemos tener en cuenta que tanta violencia a lo largo de los sesenta últimos años únicamente ha servido para engendrar dolor y más dolor. Se mata y se ha matado por ignorancia, por estupidez, o por pura locura, y en cierto modo es sanador que víctima y asesino puedan seguir a partir de ahora viviendo sus vidas en la paz que buenamente el corazón le permita a cada uno. Tal vez los que han matado no tengan derecho a esa tranquilidad de la que hablo; estoy seguro de que la mano que apretó un detonador o un gatillo es hoy una mano más temblorosa e insegura que cualquier mano inocente.

Por desgracia, el terror no va a desaparecer  del mundo así como así. Viendo lo que ha pasado en los últimos atentados en Estocolmo, Londres y San Petersburgo —o el propio horror que se vive desde hace años en Siria—, en este país tenemos la obligación de ayudarnos y respetarnos, de aprovechar esta oportunidad única para enterrar la violencia y olvidar el miedo. Espero que el paso definitivo que ha dado la banda terrorista ETA no se aproveche para humillar a gran parte de la sociedad vasca, sino que cultivemos el diálogo para entendernos un poco mejor.

Es importante tener cuidado con la sensibilidad de las víctimas, ser conscientes del daño sufrido entendiendo que los demás no debemos teorizar sobre el perdón a los asesinos, eso es algo demasiado personal y sólo la propia víctima tiene el exclusivo derecho a perdonar —o no— a quien le ha producido tanta desgracia. El dolor es muy íntimo y cada uno lo gestiona como puede. Lo que sí podemos y debemos alentar es la esperanza conjunta de toda la sociedad para construir una nueva convivencia entre las diferentes sensibilidades del país. No es posible justificar a los asesinos en ningún caso, pero intentar comprenderlos nos coloca en una buena posición para edificar una sociedad más justa para nuestros hijos y los hijos de los que no piensan como nosotros, pero que al fin también han decidido vivir en paz.

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