Historias de la desmemoria: desertores del maquis (9)

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  • Pedro Corral
  • Escritor, investigador de la Guerra Civil y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

El Congreso de los Diputados ha vuelto a ser escenario de un nuevo capítulo de la desmemoria histórica, que consiste en tratar de imponer el recuerdo de lo que nunca sucedió.

Así lo expresó el diputado popular, mi admirado Pedro Muñoz Abrines, al debatir el martes pasado una iniciativa de la izquierda para reconocer como «luchadores por la libertad» a los integrantes del maquis, que entre 1939 y 1952 se enfrentaron con la Guardia Civil, la Policía y el Ejército bajo la dictadura franquista.

La iniciativa parlamentaria reclama un homenaje a sus dos únicos supervivientes, Francisco Martínez López (Quico) y Esperanza Martínez García (La Sole). Es comprensible el orgullo que sus allegados puedan sentir por estos dos ancianos y esta propuesta de reconocimiento.

Todas las memorias familiares son legítimas y respetables, pero por eso mismo no pueden imponerse como memorias oficiales como se pretende en esta iniciativa, sobre todo cuando chocan con otras memorias igualmente legítimas y respetables. El propio Quico, como recordó Muñoz Abrines, reconocía en 1999 que los maquis «tal vez pudieron equivocarse y con su actitud aumentaron el sufrimiento del pueblo».

Por más que individualmente pueda reconocerse el idealismo y el valor de quienes lo integraron, no puede establecerse por decreto una memoria idealizada y épica sobre el maquis si no es borrando verdades históricas que la desmienten.

La primera es que fue el dictador soviético Stalin, como reconocía el veterano comunista Enrique Líster, el que promovió la idea de provocar un movimiento popular respaldado por la lucha guerrillera en la España de Franco después de la derrota de sus aliados, Hitler y Mussolini. Y fue también Stalin quien ordenó en 1948 el cese del maquis, aunque distintos grupos mantendrían varios años una actividad más asimilable al bandidaje que a la insurrección.

Que todos los demócratas fueran antifranquistas no significa que todos los antifranquistas fueran demócratas. El maquis fue sostenido en buena medida por el PCE, contra el que, conviene recordarlo, republicanos, socialistas y anarquistas habían combatido al final de la Guerra Civil ante el temor, así lo expresaba el viejo Julián Besteiro, de que acabara imponiendo precisamente una dictadura comunista en la España republicana.

La segunda realidad histórica que cancela esta visión sublimada del maquis es el crudo recuento de su actividad, con 953 asesinatos, incluidas familias enteras, con mujeres y niños, y también religiosos, como epígono de la terrible persecución religiosa desatada desde tiempos de la II República. A ello se sumaron miles de robos y secuestros, sobre todo en zonas rurales. Nadie recordó el martes en el Congreso a estas víctimas del maquis salvo Pedro Muñoz Abrines por el PP y Carlos Flores Juberías por Vox.

La crueldad de las partidas era respondida con creces por el régimen. Ahí están los datos del historiador y militar Francisco Aguado Sánchez: hubo cerca de 2.000 choques armados entre los maquis y las fuerzas de Franco, con 2.173 muertos entre los primeros y 307 entre las segundas, en su mayor parte guardias civiles.

Con el maquis, como con cualquier página de la Guerra Civil y la dictadura, se cancelan las fisuras de una realidad siempre compleja para levantar un relato monolítico que se impone como dogma, sin posibilidad de ser rebatido. Las historias singulares capaces de provocar grietas en ese relato no tienen espacio entre las parrafadas de trazo grueso de los burócratas de la desmemoria.

Es el caso de Justo Santolaria Fenero, un antiguo carabinero de Torla (Huesca), que en octubre de 1944 participó en la invasión del maquis desde Francia para derribar el régimen de Franco. Destinado en Figueras en 1928, ese año dejó España con el corazón roto al denegarle el padre de su novia la mano de su hija. Durante la ocupación alemana trabajó como obrero para el ejército de Hitler.

Después de la derrota nazi en el país vecino, Santolaria fue detenido en un café de Lourdes con otros españoles por grupos de compatriotas refugiados en Francia. Llevado al lugar de concentración para la próxima invasión de España, se fugó para volverse a su casa. Allí lo detuvieron al día siguiente y le forzaron a alistarse, dejando a su mujer enferma y su hijo de ocho años.

Se adentró en España el 3 de octubre por Roncesvalles (Navarra), en una maniobra complementaria a la «gran invasión» que tendría lugar por el Valle de Arán. Una semana después, sin haber combatido, se presentó con otro compañero, Juan Lorente Paredes, en la casa del alcalde de Iraizoz para entregarse ante la dificultad para volver a Francia. Ambos habían desertado y abandonado las armas aprovechando que sus compañeros dormían.

Juan Lorente Paredes, residente en Lourdes desde 1921, había trabajado para los alemanes en el campo de aviación de Tarbes. Se había alistado al maquis por el deseo de pasar a España y mejorar su vida ante las dificultades para sustentar a su mujer y a sus dos hijos en la Francia de posguerra.

En parecidas circunstancias desertaron José León García y Luis García Martínez, dos jóvenes residentes en Tarbes desde su niñez, que pretextaron ir a por leña para separarse del grupo de doscientos maquis con el que entraron por Roncesvalles. Llegados a una fonda en Ostiz, allí se entregaron a la Guardia Civil.

Ambos justificaron su alistamiento por la imposibilidad de arreglar sus papeles en las oficinas diplomáticas españolas, tomadas por los refugiados tras la derrota nazi, para cumplir el servicio militar en España, pues si lo hacían en Francia perdían la nacionalidad española.

Otro joven, Elías Martínez Salas, que llegó con sus padres a Francia con un año, afirmó haber sido reclutado bajo amenazas. Prueba de su falta de compromiso es que se separó de su grupo después de un tiroteo con tropas franquistas. Su caso no figurará en los pasajes épicos del maquis, pero sí en los más insólitos: Elías desertó tomando un autobús para dirigirse a Pamplona, cuyo billete le pagó un paisano. En el trayecto le detuvo la Guardia Civil.

Estos maquis desertores fueron procesados en el sumario 555/44 y sometidos a consejo de guerra en Pamplona en septiembre de 1945, junto con otros dos camaradas, también huidos de las filas guerrilleras. Su defensor pidió su absolución porque se presentaron voluntariamente a las fuerzas de Franco sin haber combatido al darse cuenta del «engaño de que habían sido objeto», pues a alguno incluso le dijeron que la insurrección popular contra el régimen ya había triunfado.

Estos siete personajes al margen de la Historia suelen quedar fuera también de la propaganda que hoy se estila. Por eso la izquierda no se acordó de ellos el martes en el Congreso, pese a que todos fueron condenados a elevadas penas de cárcel. Salieron en libertad condicional entre 1951 y 1956.

Entre medias, en 1953, Franco firmaría sus acuerdos con el presidente norteamericano Eisenhower, rompiendo el aislamiento internacional de España. Seis años después, Franco abrazaba a su llegada al aeropuerto de Barajas al general que sólo catorce años antes había derrotado en el teatro europeo a Hitler y Mussolini.

Con aquel abrazo entre Franco y Eisenhower se sellaba también la derrota definitiva del maquis, y se consagraba la vía de oposición pacífica a la dictadura, remarcada en 1956 con el manifiesto por la reconciliación nacional del PCE. El mismo partido cuyo líder, Santiago Carrillo, habría dado la orden de retirada a los maquis tras la fracasada «gran invasión» de 1944 y de eliminar a su impulsor, su camarada Jesús Monzón, que paradójicamente salvó la vida al ser detenido en Barcelona por la policía del régimen franquista, que lo mantuvo encarcelado hasta 1959.

Aquella apuesta por la vía pacífica de distintos grupos de oposición a Franco allanaría el camino hacia la Transición. Sólo unas bandas extremistas apostaron por la violencia y la ruptura, incluso una vez instaurada la democracia, como ETA, GRAPO o FRAP.

Sus herederos los reivindican hoy como los auténticos «luchadores por la libertad» contra el franquismo para deslegitimar a los que eligieron la vía del diálogo, el consenso y la reforma para poner fin a la dictadura, como pretenden deslegitimarlos también con esta reivindicación del maquis.

Todo vale para la demolición de la España de la libertad y la concordia con la complicidad de un PSOE dispuesto a ser más montaraz cuanto más corrupto se vaya revelando.

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