Gracias a Torra y Colau comeremos ratas
Hace unos días acabé la magnífica traducción al catalán que la periodista Anna Grau acaba de hacer de ‘Gerona’, el Episodio Nacional que Benito Pérez Galdós dedicó al sitio al que los franceses sometieron a esta ciudad en 1809. Es un relato trágico, sobrecogedor, en el que este magnífico escritor narra con crudeza cómo los habitantes, asediados durante siete meses, acabaron cazando ratas para alimentarse, que se cotizaban a buen precio. En este contexto me enteré de la confirmación de lo que era un clamor desde hace meses, que Nissan ha decidido cerrar sus centros de producción en Cataluña. Se perderán 3.000 puestos de trabajo directos y 20.000 indirectos.
El problema en Cataluña con las malas noticias económicas es que ya estamos tan acostumbrados, que no nos sorprenden, y las aceptamos con una mezcla de resignación y pánico contenido. Entre la alcaldesa Ada Colau, que es una experta en ahuyentar con sus ocurrencias a los sectores económicos que generan riqueza, y los sucesivos gobiernos separatistas de la Generalitat que se dedican a incitar a la rebelión callejera, lo raro es que todos los catalanes no estemos en el paro. Aunque vamos camino de ello. Si la conjunción Colau-Torra sigue adelante, en pocos años estaremos como los heroicos defensores de Gerona, pujando por cualquier roedor para echarnos algo a la boca.
Barcelona, que es el gran motor económico de Cataluña, tiene una alcaldesa cuya persona de confianza, la teniente de alcalde Janet Sanz, defendió en público aprovechar la crisis del coronavirus para cerrar la industria automovilística y reconvertir a sus trabajadores para que se empleasen en empresas menos contaminantes. Ahora tiene la oportunidad de demostrar la efectividad de su plan, gracias a los 23.000 nuevos parados que en pocas semanas habrá en la ciudad y alrededores. Seguro que va a haber cola de inversores deseosos de arriesgar sus millones gracias a la gran gestión económica de los ‘comunes’.
Las ocurrencias de Colau han sido continuas desde que accedió a la alcaldía en junio de 2015. Ha intentado destruir el turismo, que es una de las principales fuentes de riqueza de la ciudad, incitando a la turismofobia, siendo blanda con los violentos que atacaban hoteles y autobuses turísticos y paralizando la construcción de nuevos hoteles. La crisis del coronavirus acelerará el proceso que la alcaldesa ya había comenzado. Y no se ha de olvidar la guerra del Ayuntamiento contra los bares y restaurantes por el tema de las terrazas, que hace años que dura y que dejaba en la cuerda floja miles de puestos de trabajo. Cuando se vive muy bien de un sueldo público algunos olvidan lo que cuesta ganarse cada día el jornal. Y destruir el tejido empresarial de la ciudad no es la mejor manera de garantizar el bienestar económico. Y los ‘comunes’ se han dedicado a ello con mucha tenacidad.
De Mas, Puigdemont y Torra poco se puede decir. Es conocida la huida masiva de empresas que han trasladado sus sedes sociales fuera de Cataluña. Este hecho lleva años produciéndose porque el dinero quiere estabilidad, no disturbios. Nissan solo es una más de las muchas que la imitarán. Por cada empresario que decida arriesgarse invirtiendo en una tierra gobernada por fanáticos, se irán cinco, porque no hay incentivos para crear riqueza con personajes que incitan a tomar las calles, montar barricadas, desobedecer a los jueces y apedrear a los policías. Y el entorno separatista está lleno de este tipo de gente, que están dispuestas a poner a sus niños a cortar autopistas, a llenar los hospitales y escuelas de propaganda política, a boicotear cualquier empresa que no siga sus consignas partidistas.
Cataluña fue una de las regiones más ricas del sur de Europa. Y la inercia de décadas de prosperidad ha creado una vana ilusión, que es que el bienestar nunca se acabará. Y no. Como narró magistralmente Galdós en ‘Gerona’, una sociedad puede alcanzar en poco tiempo un nivel de miseria inimaginable. Basta un asedio de unos meses. Y el separatismo lleva demasiado tiempo saqueando y atacando la prosperidad de los catalanes. Si no lo paramos, el que fue el principal motor económico de España se convertirá en un foco de pobreza. Secesionistas y ‘comunes’ ya están poniendo de su parte para conseguirlo. Están tan fuera de la realidad económica que hace unas semanas aprobaron unos presupuestos de la Generalitat que no valen para nada, porque no contemplaban los efectos de la epidemia del coronavirus. Han demostrado que no sirven para gobernar. Hay que echarlos democráticamente.
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