El desguace de una nación

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Escuchar al Rasputín pequeñín y juguetón del régimen (sanchista) que responde por el nombre de Félix Bolaños felicitarse a sí mismo por perpetrar desde el Gobierno un atentado contra el orden constitucional conduce directamente a la melancolía repleta de indignación.

¿Qué se han creído estos filibusteros con coche oficial y manduca garantizada? ¿Creen que pueden destruir de un plumazo el Estado que ha costado casi seis siglos en levantar? Lo más ridículo (por estúpido y falso) es condecorarse a sí mismo bajo el hecho descriptible de poner a la cuarta potencia de la Unión Europea a los pies de un prófugo. Y algo tan espectacularmente indigno se hace en nombre de la «convivencia», cuando al mismo tiempo que Puigdemont y su corte de bienpagados ya hablan abiertamente de ir directos a por la autodetermnación, esto es, optar a la independencia violando la Constitución, la justeza histórica y el mero sentido común. En román paladino, vía libre a la impunidad más abyecta a favor de unos golpistas irredentos y ahora mismo eufóricos por su descriptible victoria sobre 47 millones de españoles, teóricamente libres e iguales.

Todo ello sucede mientras el Gobierno y el partido que le sustenta (PSOE) arrojan un hedor putrefacto que echa hacia atrás. Dirigentes socialistas que hace tan sólo unas décadas se esconderían en el fondo del infierno ante el llamado caso Koldo (mal calificado, porque se trata en evidencia del caso Sánchez) hoy se ufanan mientras el detritus cabalga de norte a sur y cae sobre sus mamandurrias gubernamentales.

No existe mayor corrupción posible que vender al Estado por siete votos, una prevaricación de libro con el objetivo básico de mantenerse en el poder. Corrupción tras corrupción; mentira tras mentira; todo ello perpetrado desde el poder institucional, cuyos protagonistas juraron defender el sistema democrático y los valores de la libertad, igualdad y limpieza.

¿Quo vadis, España? No lo tienen fácil los constitucionalistas (claramente mayoritarios en la España de hoy), porque, gracias a una diferencia de tres votos parlamentarios, su voz queda reducida al pataleo, imponiendo su antiley los partidarios que consideran que el Estado es una antigualla al que hay que dinamitar.

Ignoro cómo va a sustanciarse todo este inédito devenir que sucede, porque simplemente hay un jefe de Gobierno indigno y traidorzuelo que ha decidido inmolar a la cuarte potencia de Europa en el altar de sus propias y equinociales ambiciones, más propias de vuelos gallináceos que de un dirigente limpio y capaz. ¡La Historia le juzgará!   

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