Cristianos: una masacre llevadera

Cristianos: una masacre llevadera
  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

En un goteo de muertes que no conoce pausa, siete cristianos coptos fueron asesinados el pasado viernes en Minia, en Egipto, al ser tiroteado el autobús en el que se dirigían al monasterio de San Samuel, templo de peregrinación de dicha comunidad. El ataque, perpetrado, según todos los indicios, por yihadistas del IS, evoca de inmediato el que en mayo de 2017, y en la misma provincia, segó la vida de 28 fieles, integrantes de un convoy en el que también viajaban niños. Fue tan sólo un mes después de que sendas bombas en la catedral de San Jorge, en Tanta, y en la de San Marcos, en Alejandría, dejaran 46 víctimas mortales. Las masacres se suceden sin que medien grandes sobresaltos en la agenda política internacional, como si el cristianismo, acaso por llevar aparejada cierta mácula de occidentalismo, no reuniera méritos suficientes para concitar la indignación de nadie que no sea los propios cristianos, y a menudo ni siquiera.

Lo cierto, no obstante, es que estamos ante la religión más perseguida del planeta, al punto que, según la Lista Mundial de la Persecución 2018, que elabora anualmente la asociación evangélica Puertas Abiertas, en 2017 fueron asesinados 3.066 cristianos en todo el mundo por causas —y entiéndanse causa en el sentido de móvil— directamente relacionadas con su fe. La mayoría de las muertes —2.000 aproximadamente— se produjeron en Nigeria, un país asolado en los últimos tiempos por la violencia étnico-religiosa, pero la violencia directa no lo es todo; a ella se suma la opresión en los ámbitos familiar y social, a la orden del día en países como Corea del Norte, Afganistán, Somalia, Sudán, Pakistán, Eritrea, Libia, Irak o Yemen. Como quiera que se trata de un fenómeno global, también España lo padece, por mucho que las magnitudes no sean comparables. Tal como puso de relieve el Observatorio sobre Libertad Religiosa, en 2016 se registraron en nuestro país 208 violaciones de este derecho fundamental, frente a las 187 del año anterior, siendo la Iglesia Católica el blanco en el 70% de los casos.

Hablamos de profanaciones, quemas, vandalismo… de acciones, por cierto, legitimadas, jaleadas e incluso protagonizadas por representantes públicos. Otro estudio reciente, éste de la Universidad de Notre Dame, y que indaga en la forma como los cristianos responden a la violencia religiosa, sugiere que un 60-80% de todas las persecuciones de esta índole tienen por objeto a cristianos. Una realidad que, según pone de manifiesto el mismo trabajo, no encuentra el debido acomodo en las memorandos de la ONG Human Rights Watch: de los 323 correspondientes al periodo 2008-2011 que analizaron los autores, sólo ocho —un 2,5%— tenía como tema central las persecuciones religiosas, y de éstos, únicamente la mitad se ocupaban específicamente de las persecuciones a cristianos.

En lo que a mi labor en el Parlamento Europeo se refiere, el atentado de Minia merecerá una propuesta de resolución con carácter urgente para reforzar la posición de la Unión Europea al respecto, dado, además, el evidente fracaso del Gobierno egipcio. Como ya subrayé en el propio Parlamento Europeo en un debate celebrado en diciembre de 2017, en lo que constituyó la primera audiencia pública de esta institución sobre la persecución de los cristianos en el mundo, el asunto exige de una atención por parte de asociaciones humanitarias e instituciones que, hasta ahora, no ha tenido. Máxime, siendo el cristianismo un pilar fundamental de la identidad europea.

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