El cordón totalitario a Vox
Lo del cordon sanitaire se remonta a 1821, año en que Francia envió sus tropas a los Pirineos para evitar que una fiebre amarilla propagada por Barcelona cruzara la frontera. Tras ello, esta barrera antivírica pasó a tener una acepción política, la de poner freno al regreso del liberalismo al país galo. Precisamente, son nuestros vecinos quienes han creado escuela estas décadas —a tenor de lo que estamos viendo ahora en el ruedo ibérico— en levantar esa tapia coercitiva contra la fuerza patriótica a la derecha de la UMP de Chirac y Les Républicains de Sarkozy: el Frente Nacional de los Le Pen.
Aquí en España el partido de Santiago Abascal ha empezado a ser objeto en las Cortes de las sacudidas de ese mazo aislacionista en el que llegan a converger (bien por acción u omisión) las dos grandes agrupaciones del bipartidismo alternante. Del sanchismo y el comunismo ya conocemos su visión guerracivilista de la política, pero que el PP esté dispuesto a transitar la misma senda de un parlamentarismo de trinchera con quien comparte valores democráticos y causas comunes da que pensar. Que los populares de Casado se sumen al juego macabro de intentar condenar al ostracismo a la tercera fuerza política de este país supone no haber entendido nada el último consejo del expresidente Aznar.
«Confrontar con el Gobierno como si no existiera Vox y con Vox como si no existiera el Gobierno», es la receta aznarista. Sin embargo, el Grupo Popular ha tenido muy en cuenta a los de Abascal en este arranque de ciclo. Tanto que los populares han alcanzado un pacto tácito con los socialistas para excluir a los voxistas de las mesas de las Comisiones Parlamentarias, las que participan de la tarea legislativa y controlan al Ejecutivo. Pues aquí, en esta fiscalización de la acción del Gobierno, el PP ha mirado demasiado de reojo a Vox, remando más en favor de los intereses de los socialcomunistas del Ejecutivo que de la oposición de centroderecha.
Lo mismo ocurrió en la constitución de la Mesa del Congreso hace unos meses cuando el PP evitó que Vox tuviera un representante más en el órgano de gobierno de la Cámara, al negarse los de Abascal a un acuerdo a tres bandas para que Ciudadanos también tuviera asiento. Conforme al reparto de la anterior legislatura, a Vox le correspondían esta vez dos representantes, como los tuvieron los naranjas, y a los de Arrimadas, cero. Eso es indiscutible, pero el PP, con dos sillones en la Mesa, volvió a mirar demasiado de reojo a la formación voxista.
Tanto en diciembre como ahora quienes han salido ganando con este cerco a Vox en el Congreso de los Diputados han sido los socios de Pedronono, cómodo en la polarización que le marca su gurú Iván Jode. De esta forma, los de Pablenin se han encontrado con un mayor poder institucional que el deparado por las urnas, donde fueron cuarta fuerza. Tanto en la Mesa de la Cámara baja como en las de las Comisiones tienen más alfiles de los que les habría correspondido manteniéndose la distribución del mandato anterior. Así, los podemitas, gracias a la desunión del centroderecha, se han hecho con más puestos de los mejor remunerados, con sus complementos salariales y sus asesores. Un dinero del que donarán parte del mismo al partido morado para agitar la calle contra el discrepante («alerta ultra», le llama el vicepresidente largocaballerista), a semejanza de las ‘sardinas’ italianas. Más financiación para el totalitarismo, el mismo que también se practica cuando se coarta la libertad de representación de 3,6 millones de españoles.