El maestro Ennio Morricone se despide de los escenarios en Madrid arropado por más de 20.000 personas
Colas para entrar a un WiZink Center de Madrid abarrotado. El cartel de 'sold out' colgado desde hace meses. Ennio Morricone llegaba a la capital de España para ofrecer dos conciertos únicos e irrepetibles dentro de su última gira 'The Final Concerts'. La gira con la que este maestro de la composición musical se despide de los escenarios a sus 90 años.
En plena era ‘millenial’, en la que los conciertos suelen estar protagonizados por grandes estrellas con vertiginosas coreografías y grandiosas puestas en escena, Ennio Morricone congregó a más de 10.000 personas de todas las edades en torno a su batuta. Y hoy, miércoles, otras 10.000 personas llenarán el antiguo Palacio de Deportes. 20.000 testigos presenciales de la despedida del músico. Entre el público se podía apreciar mucha memoria y experiencia pero también un gran número de treintañeros. Y es que la música de Morricone no entiende de edades, solo entiende de sensibilidades y sentimientos a flor de piel.
Alguien podría pensar que es injusto bautizar el el espectáculo con su nombre cuando son la orquesta y el coro los que ejecutan realmente las partituras. Pero no hay que olvidar una cosa: toda la música que sonó anoche, él la escuchó en su cabeza antes que nadie. Todas esas canciones que han acompañado al cine durante los últimos 60 años nacieron en la mente creativa de este italiano que ahora ha decidido retirarse de los escenarios con la conciencia tranquila y un extenso repertorio de grandes éxitos.
Nacido en Roma en 1928, Morricone se inició en la música estudiando trompeta, el instrumento que tocaba su padre, y esos vientos del sur que soplaron en sus míticas producciones se hicieron muy presentes entre tubas, oboes y fliscornos, tan cerca de los escenarios donde se rodaron algunas de las escenas que le inspiraron.
Tras más de 400 piezas, a Morricone lo adornan dos Óscar, tres Grammy, cuatro Globos de Oro y un León de Oro honorífico, además de 27 discos de oro, siete de platino y el honor de haber trabajado con realizadores tan dispares y afamados como sus películas: Bernardo Bertolucci, Gioseppe Tornatore, Oliver Stone, Terrence Malick, Quentin Tarantino, Brian de Palma o Pedro Almodóvar.
A casi todos ellos los recuperó en un espectáculo de dos horas y media en el que sonaron más de veinte composiciones sin las imágenes que las acompañaron, solo primeros planos de los músicos. No hacía falta más. «No caí en el equívoco del cine convertido en una sala de baile», reivindicaba recientemente el autor, que creó su música pensando en las historias y así obró resultados evocadores.
Ennio entró en el escenario a paso lento arropado por un sonoro y cálido aplauso al que respondió con un leve gesto lleno de timidez. El público no solo aplaudía a la persona si no a la carrera profesional. Y eso se notaba con solo escuchar el aplauso. Así dio comienzo la música, pasó de la incertidumbre de ‘Los intocables de Eliot Ness’ a la esperanza evocadora de ‘The Dreams will go on’, con los violines como protagonistas y un momento para el estupor cuando el multitudinario Coro Talía se ha puesto en pie.
La tenacidad y a la vez sencillez que representa al pueblo en ‘Novecento’ despertó aplausos, y alguna lágrima de quien se acordó de su infancia en el cine, antes de hacer su pequeño guiño a España con el ‘¡Átame!’ de Almodóvar, tremendamente delicado en su pasaje inicial por el toque grácil del xilófono.
Al ‘¡Bravo!’ que se escapó de entre el público, el primero de varios arranques de amor del público, el maestro respondió con una mueca entre la sonrisa de satisfacción y de complacencia, su enjuta y aparentemente frágil figura aferrada al atril, fuerte sin embargo en su proyección sobre este enorme recinto.
Su salto al cine empezó a brillar cuando el viejo oeste y el «spaguetti western» hicieron acto de presencia en el recinto. Ese sonido tan característico que ahora cualquier persona asocia mentalmente con el desierto de Atacama y tribus lakotas. A él dedicó uno de los segmentos más destacados, las manos cerradas en un puño cuando la armónica ha irrumpido ominosa con ‘La muerte tenía un precio’ y el duelo final entre Charles Bronson y Henry Fonda, también cuando de ‘El bueno, el feo y el malo’ sonaron ‘The fortress’, la apoteosis del corte titular o la mítica ‘The ecstasy of gold’, convertida por Metallica en un símbolo.
Con los asistentes en pie llegó el receso de veinte minutos y, tras él, una breve mirada a ‘Los odiosos ocho’, el filme que le valió su primer premio de la Academia de Hollywood… a los 87 años de edad, tras una trayectoria impregnada de Bach y Stravinski.
Difícil evitar el estremecimiento corporal cuando Dulce Pontes entonó ‘La luz prodigiosa’ o ‘Sostiene Pereira’, esta con el influjo mágico y tribal de la guitarra y las claves, dentro de una selección que incluyó filmes como ‘Corazones de hierro’ o ‘Queimad’, con una memorable interpretación de ‘Aboliçao’.
El final, de altura épica, casi mística, llegó con ‘Cinema paradiso’ y, antes, con ‘La misión’, concretamente con la emblemática ‘Gabriel’s Oboe’, con ‘Falls’ y con la colosal ‘On Earth as it is in Heaven’, momento en el que se pudieron ver más móviles grabando la actuación a pesar de que no estuviera permitido. Todos querían una recuerdo. Tres veces salió del escenario y volvió a entrar, el maestro Morricone, sin que cesaran los aplausos. Las 10.000 personas en pie homenajeando, no al hombre, si no a la figura del compositor que se ha convertido en uno de los más grandes de nuestro tiempo.
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