Salud mental y ‘brain rot’: el impacto de las redes sociales
El uso y abuso de las redes sociales puede tener consecuencias negativas, por ejemplo el llamado brain rot. ¿En qué consiste?
Salud mental de los jóvenes
Uso responsable de internet y redes sociales
Efecto de las redes sociales en los niños
Estupefacción por el hallazgo de un tesoro natural de 2,6 millones de años en el cráter de un volcán de Cataluña
Hallazgo estremecedor: se deshiela un glaciar y encuentran el cadáver de un científico desaparecido en 1959


Hoy en día resulta difícil imaginar la vida sin redes sociales. Desde que suena la alarma del teléfono hasta los últimos minutos antes de dormir, pasamos buena parte del día conectados, desplazándonos sin parar por videos, fotos y publicaciones. Aunque para muchos se trata de un pasatiempo inofensivo, cada vez más voces alertan sobre cómo este consumo constante afecta nuestra mente. Y ahí entra en juego un término que se ha popularizado entre los jóvenes: el “brain rot”, algo así como sentir que el cerebro se “apaga” después de tantas horas de scroll infinito.
¿Qué significa realmente “brain rot”?
No es un diagnóstico médico ni aparece en manuales de psiquiatría. El “brain rot” es más bien una forma coloquial de describir esa sensación de mente embotada que aparece tras pasar demasiado tiempo en TikTok, Instagram o YouTube Shorts. Muchos lo explican como una especie de resaca digital: dificultad para concentrarse, desgano, apatía y la impresión de que las horas se esfumaron sin haber hecho nada productivo.
Aunque no sea un concepto clínico, refleja un malestar real. Es el lenguaje que los propios usuarios han encontrado para señalar los efectos de la saturación de estímulos digitales en su vida diaria.
Redes sociales y salud mental: un arma de doble filo
Nadie duda de que las redes tienen ventajas. Nos conectan con familiares lejanos, nos permiten descubrir nuevas ideas e incluso han abierto puertas laborales. Pero, como todo, también tienen un lado oscuro que afecta directamente la salud mental.
Uno de los efectos más comunes es la ansiedad. Cada “like”, cada comentario o notificación activa un circuito de recompensa en el cerebro, liberando dopamina. Esa descarga es placentera, pero breve. Con el tiempo, la mente empieza a buscarla de manera compulsiva, revisando el teléfono una y otra vez.
Otro aspecto es la autoestima. Las redes muestran versiones editadas y filtradas de la realidad: cuerpos perfectos, vacaciones de ensueño, logros profesionales. Al compararnos con esas imágenes, es fácil sentir que nuestra vida es más aburrida o menos exitosa, algo que puede calar hondo, sobre todo en adolescentes.
Y no hay que olvidar la depresión. Pasar más tiempo frente a una pantalla no siempre significa estar acompañado; muchas veces ocurre lo contrario. La interacción digital puede dejar un vacío que no reemplaza la conexión humana cara a cara.
La atención fragmentada: saltar de estímulo en estímulo
Quizás el impacto más claro del “brain rot” tiene que ver con la manera en que las redes entrenan nuestra atención. Los algoritmos privilegian lo breve, lo rápido y lo llamativo. Poco a poco, nuestro cerebro se acostumbra a esa lógica de la inmediatez. El problema es que luego cuesta concentrarse en actividades que exigen paciencia y continuidad, como leer un libro, estudiar para un examen o mantener una conversación larga sin distracciones.
En palabras simples: nos volvemos expertos en saltar de estímulo en estímulo, pero menos capaces de profundizar. Esa dispersión constante termina afectando la memoria y la creatividad.
¿Se puede hablar de adicción?
Los expertos no siempre están de acuerdo en si el uso excesivo de redes sociales puede considerarse una adicción formal. Lo que sí señalan es que el funcionamiento psicológico se parece mucho al de las apuestas. La recompensa no es constante, sino intermitente: nunca sabemos cuándo llegará el próximo “me gusta” o mensaje, y esa incertidumbre es lo que nos mantiene enganchados.
De ahí derivan fenómenos como el FOMO (miedo a perderse algo) o la nomofobia (el temor a estar sin el teléfono), cada vez más comunes en las nuevas generaciones.
Estrategias para frenar el “brain rot”
El problema no está en usar redes sociales, sino en usarlas sin medida ni conciencia. Algunas ideas prácticas para reducir sus efectos son:
- Marcar límites de tiempo: muchas apps permiten programar recordatorios o bloqueos después de cierto uso diario.
- Practicar mindfulness: parar, respirar y reconectar con lo que está pasando fuera de la pantalla.
- Volver a lo analógico: leer en papel, escribir a mano, caminar sin auriculares. Son actividades que ayudan a “resetear” el cerebro.
- Cuidar lo que consumimos: elegir cuentas que inspiren o enseñen algo, en lugar de dejarse llevar solo por lo que el algoritmo ofrece.
- Buscar interacción real: nada sustituye la conversación cara a cara ni los vínculos presenciales.
Una invitación a repensar nuestro vínculo con lo digital
Demonizar la tecnología no tiene sentido: las redes sociales llegaron para quedarse y han transformado la manera en que nos relacionamos. Pero tampoco conviene ignorar las señales que nuestro propio cuerpo y mente nos envían. Si después de una maratón de videos sentimos la cabeza pesada, el ánimo bajo o la concentración perdida, tal vez sea momento de preguntarnos: ¿qué estoy buscando en esas horas de scroll infinito?
El “brain rot” es, en última instancia, un término inventado por la cultura digital para nombrar un malestar que nos afecta a muchos. Y tal vez ese sea el primer paso para tomar conciencia: reconocer que nuestra mente necesita pausas, silencio y profundidad, incluso en un mundo hiperconectado.
Recordemos que al final la cuestión no es renunciar a las redes, sino aprender a usarlas sin que nos usen a nosotros.
Lecturas recomendadas
Temas:
- Salud