«Es todo una pena y muy triste. Un disparate». Es lo que dice Miguel Garrido de la Cierva, presidente de la Confederación Empresarial de Madrid (CEIM), al hilo de la polémica suscitada por el Gobierno al calificar a su tío abuelo, Juan de la Cierva, inventor del autogiro, como «franquista» y «golpista» para justificar su negativa a poner su nombre en el aeropuerto de Murcia.
«Juan de la Cierva es un científico reconocido mundialmente. Murió joven en un accidente de avión comercial en Inglaterra, en diciembre de 1936, porque él llevaba viviendo desde hacía tres años entre Inglaterra y Estados Unidos. Que a una persona con esos méritos científicos tan incuestionables, salga ahora una persona con frivolidad y sectarismo diciendo que en dos horas ha hecho una memoria y lo califique de golpista y franquista porque sí… ¡Si murió en diciembre del 36!».
Miguel Garrido dice con verdadera pena: «Es muy triste para una nación que pasen estas cosas porque renunciamos a personas que son un lujo para nuestra historia. Que haya personas que con sectarismo y frivolidad -repite- traten de destruir el legado de una persona como Juan de la Cierva y otras con esa categoría. Es una pena. España está perdiendo mucho con todas estas cosas».
Miguel Garrido cree que «hay una enorme incultura y un gran sectarismo» en una parte muy concreta de la clase política actual: «Es que se actúa por consignas sin profundizar en nada… Y quitan calles sin saber quién era o qué méritos tenía… Que era de derechas o era monárquico… ¡Pues solo faltaba que no pudiera serlo!».
El sobrino nieto de Juan de la Cierva da en el clavo a continuación al compararlo que con lo vivido estos días en Cataluña: «Resulta que indultamos y sacamos a la calle y les hacemos homenajes a unos señores que han sido condenados por el Tribunal Supremo por unos delitos gravísimos de sedición y malversación de fondos y, mientras, los mismos pretenden condenar ahora a un señor que se murió hace 90 años en un accidente y que es uno de los mayores inventores de la aeronáutica mundial… Es ridículo».
Miguel Garrido remata así el asunto: «Es triste -dice- pero es significativo de la sociedad en la que vivimos».