Crítica de “Dune”: Villeneuve sacrifica la síntesis y sumerge al espectador en una simbología llena de epicidad
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Por fin, después de varios cambios de fecha, Dune ha llegado a las salas españolas. Ahora falta saber si un director como Denis Villeneuve puede conseguir ese magnetismo entre el público y la taquilla, en una epopeya espacial que necesita unos exigentes números para alcanzar los beneficios esperados por Warner Bros Pictures. No es el primer gran reto de género que aborda, en Blade Runner 2049 cargó con el peso de crear una secuela a partir de una de las cintas más valoradas de la ciencia ficción. El cineasta canadiense esquivó la bala con elegancia, recaudando y cubriendo las pérdidas de ese regreso al universo que Phillip K.Dick escribió en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Sin embargo, la exigencia es mayor cuando se intenta adaptar la naturaleza de Arrakis y la cultura de los Fremen, abordando el relato del héroe desde una perspectiva lúgubre, alejada de la inmaculada concepción a la que estamos acostumbrados como espectadores.
El reto de adaptar Dune no reside realmente en crear unos efectos especiales apabullantes o en el diseño de vestuario que debe recrear descripciones complejas como los escudos de combate o el sistema del destiltraje que recupera la propia humedad del cuerpo. La complejidad de la primera novela de Frank Herbert se encuentra en la materialización de una simbología poderosa y, en cómo se utiliza esta para explicar quiénes son los Atreides, qué significa la especia o por qué el agua es prácticamente un Dios para los habitantes de Arrakis.
Una tragedia griega en el espacio
Como sucede en cualquier tragedia griega, el destino de estos personajes parece inevitable. Es aquí donde entra en juego la habilidad de Paul Atreides (Timothée Chalamet), el héroe que sueña y tiene visiones sobre lo que va a suceder, sin aparentemente poder frenarlo (o no del todo). La figura del elegido es cuestionada por el propio protagonista, en cierto tramo de la historia, cuando el personaje de Chalamet le dice a su madre que lo llaman Muad´dib (Mesías) porque las brujas Bene Gesserit (credo al que pertenece su madre) se han encargado de generar ese concepto para controlar a la población. Cualquier otro autor habría pasado por alto los ancestros de los Atreides, pero lo que representa la muerte del padre de Leto en el pasado ante un toro negro, refleja la amenaza Harkonnen y cómo Paul contempla esa figura, manifiesta lo inevitable.
La evolución del personaje de Paul es narrada por Villeneuve con la épica de quien sabe que está contando algo universal: El niño convirtiéndose en hombre, el hijo convirtiéndose en padre, el líder que responde a la llamada. Representado con la gloria del sacrificio, la secuencia de la toxica mordedura de Leto (Oscar Isaac), montada paralelamente con la toma del anillo heráldico por parte de Paul escenifica a la perfección lo bien que el cineasta ha leído y comprendido la obra de Herbert.
Denis Villeneuve sacrifica la síntesis en pos de elevar esa simbología y esencia puramente salvaje que existe en Arrakis, los Atreides y los Fremen. La épica se suspende en el ambiente, las acciones y las palabras de los personajes como la propia especia en el desierto. La primera parte de Dune va de Paul Atreides, la segunda hablará del poder del desierto y de la transformación en el Kwisatz Haderach, el líder encargado de liberar a todo un pueblo.
Esta epopeya espacial no ha hecho nada más que empezar y Villeneuve solo ha mostrado alguno de los granos de arena de su incuestionable talento.