ANÁLISIS

La Unión Europea ni está ni se la espera en grandes conflictos como el de Afganistán

La Unión Europea ni está ni se la espera en grandes conflictos como el de Afganistán

Lo que está aconteciendo estos días en Afganistán no solo es un enorme retroceso en la salvaguarda de los derechos humanos, sino que una prueba más totalmente tangible de las intolerables ineficacias que estamos demostrando la civilización occidental en hacer frente a situaciones que dañan valores que deberían de ser universalmente defendidos y protegidos.

En el caso de España invertimos en dislates llamados de “género”, sin prestar atención a verdaderas barbaridades contra las mujeres que algunas que dicen ser feministas consideran parte de las costumbres culturales locales. Todo esto, por supuesto regado con muchísimo dinero público malgastado. Mientras tanto, y sin reacción alguna, un nuevo escenario distópico se consolida con total impunidad; con silencios y excusas cómplices de gobernantes, y traicionando la condición y dignidad humana. No sólo de las mujeres, de hombres y de mujeres, porque lo que le hace mal a uno, se lo hace al otro y es porque afecta a la humanidad en un sentido o en el otro. Y es que el mal o el bien no tienen género. Todos podemos tener puntos de vista y opiniones, que en general se deben de respetar, pero hay líneas rojas que deberían de marcar nuestras democracias que tantos recursos nos cuesta mantener. Uno de los problemas de lo que está aconteciendo en Afganistán es la percepción de lejanía, cuando no es así. Y además siendo una situación que es fácilmente reproducible en muchos otros lugares si seguimos permaneciendo impasibles y tibios. Resulta increíble pensar en la forma en la que tantos Estados prósperos se han vuelto fallidos de la noche a la mañana, y no debemos de pensar jamás que los acontecimientos que afectan a la humanidad nos quedan lejos, por muy miopes que quieran que seamos nuestros gobernantes incapaces de hacer frente a los retos realmente importantes.

Afganistán tiene los ingredientes para transformarse en un infierno en donde no es posible evadirse y donde proteger a las familias es parte de la pesadilla de los totalitarismos más terribles. No puedo dejar de pensar la impotencia de tantos padres intentando salvar a sus hijas de la barbarie de la que creo que los lectores son conscientes y no hace falta relatar. La desesperación de esas imágenes en el aeropuerto ante la partida de unos cuantos privilegiados gracias al azar del destino, contrasta con la desesperación de tantos otros condenados también por el mismo azar, al caos, la angustia y la muerte.

Ciertamente la administración Biden ha errado en la valoración de la dimensión del conflicto, o simplemente los Estados Unidos en esta ocasión han decidido no intervenir y abandonar del país, proceso ya comenzado por el presidente Obama. Pero también es cierto que no se puede esperar que sean siempre los norteamericanos los que intervengan ante totalitarismos, y tantas veces criticados injustamente por los que nada hicieron y siempre miran los toros desde la barrera, aunque en el caso de Afganistán tengan más responsabilidad que en otros de lo que está sucediendo. Lo cierto es que la Unión Europea, y otras organizaciones de las que formamos parte vienen siendo mantenidas con muchos recursos económicos para adoptar posiciones comunes, y que ante ciertas situaciones requieren más que unas palabras estériles de condena. Estas organizaciones que recordemos son financiadas por los miembros que las integran, en definitiva, por los ciudadanos de los países como España.

La inoperancia suele ser absoluta, a pesar de los medios de los que han sido dotadas y teniendo en cuenta que no solo jugamos con vidas, sino que con el rumbo que puede tomar toda la humanidad en esta nueva era geopolítica post-Estados Unidos. El éxito que el totalitarismo más cruel está consiguiendo en Afganistán refuerza un nuevo eje del mal que se hace cada día más fuerte ante la debilidad de instituciones como la Unión Europea que ni está ni se la espera en momentos difíciles, pese al colosal coste de una sobredimensionada estructura que se superpone a las de los propios de Estados miembros, en nuestro caso ya también hinchada hasta la saciedad.

Lo que está ocurriendo en Afganistán no es un acontecimiento aislado, que además se exacerba en el caso de la dignidad de las mujeres de manera absolutamente intolerable, sino que un ataque a toda la humanidad en la que una firmeza es ahora más exigible que nunca y donde la inacción es inadmisible, y sin duda pasará factura a nuestro modelo de sociedad ya suficientemente deteriorado.

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