Torrent, el moderador extremista
Sucede en política y en la vida. Abres el armario y lo encuentras lleno de cadáveres. Algunos aún frescos, de tiempos recientes. Y en estas nos encontramos a Torrent, Roger. El nuevo presidente del Parlamento de Cataluña siempre ha sido lo que ha parecido, aunque hoy haga impostados, tímidos y vanos esfuerzos por aplicarse la ley del olvido, blanquear su expediente y, por tanto, reclamar la impunidad sobre reiterados y encendidos actos de amenazas, injurias, acoso y hostigamiento contra los adversarios del ilegal ‘procés’ de los que ha sido protagonista. Porque nos hallamos ante quien hasta hace cuatro días ha estado en primer tiempo de saludo cuando Puigdemont y cía tocaban a rebato para proteger los ilegales numeritos que con especial virulencia se desarrollaron desde los pasados 6 y 7 de septiembre, en la calle y en las instituciones, con gravedad repartida.
Torrent tiene hoy el deber y la responsabilidad de actuar como relevante cargo del Estado español, bajo las leyes españolas, dentro de la Constitución española. Se ponga patas abajo o patas arriba. Y el marcaje a sus acciones y omisiones deberá ser puro ‘catenaccio’, especialmente incisivo y férreo, eficaz cerrojo. No se trata de una actitud discriminatoria ante quien ha sido nombrado moderador de la Cámara, se ignora si para imprimir un nuevo rumbo a la travesía de la sedición o para replegar velas y volver a puerto; o incluso para dejar el barco de los presuntos malversadores y prevaricadores —algunos aún prófugos— a garete.
Se trata simplemente de actuar con celosa cautela, de forma ineludiblemente anticipatoria y preventiva contra quien hasta hace tres telediarios se ha despachado en actitud provocadora y desmelenada: desafiando el ordenamiento jurídico a pecho descubierto; acusando a esta España nuestra de 2018 de vivir bajo la sombra y los tics del franquismo; señalando a los españoles por ser alérgicos a la democracia; presentándose como un fervoroso y acreditado agitador que cuando el propósito ha sido hacerle la vida imposible a la Guardia Civil, ha actuado a bocajarro contra la Benemérita, y a mucho orgullo de acuerdo con sus credenciales.
La peripecia del radical Torrent es el vivo retrato del desafío que hoy encaramos, en el que hay un aplastante componente de incertidumbre. ¿Cómo se va a resolver la prisión preventiva de quienes pretenden jugar al ratón y al gato con los jueces del Supremo? ¿Qué alternativa se le va a dar al depuesto jefe del ejecutivo catalán cuando se disponga a abandonar su bufanda amarilla para regresar —nada es inevitable salvo la muerte y el pago de impuestos— de su confortable madriguera belga? ¿En qué decretos se va a concretar la estrategia de resucitar el ‘zombie’ de la independencia a la que los epígonos de la corrupta CiU, a pachas con la muy dividida Esquerra, no tendrán más remedio que aferrarse? El extremismo, más que en un partido político o en un movimiento, se sustancia en el temperamento de las personas. Y al que lo lleva consigo no le resulta fácil anularlo por completo y para siempre. Ahí lo dejo, señor Torrent.