Secesionismo vasco de terciopelo

Secesionismo vasco de terciopelo

La España que compartimos todos los ciudadanos que conformamos esta gran nación no pasa por su mejor momento debido a que desde las esquinas de esta piel de toro los nacionalistas estiran con fuerza para desgarrarla. Esto no siempre ha sido así. España no había tenido complejo de ser una gran nación y un imperio respetado hasta que en el siglo XIX le invadieron el pesimismo y las dudas. La España deprimida y debilitada se vio sacudida además por la irrupción de los nacionalismos emergentes que, como en el caso del País Vasco, prendieron cuando su mundo rural trocó por el monocultivo del hierro. La incipiente industrialización fracturó el modelo social y político que, con importantes matices, ha llegado hasta nuestros días. El nacionalismo vasco trató entonces de liderar el conjunto de la sociedad vasca de finales del XIX y primeras décadas del XX. Recuperada la democracia, a una parte del nacionalismo le sobraban las urnas para tratar de imponer su modelo. Y decidió liquidar al que pensaba distinto.

El recurso al asesinato, la extorsión, la amenaza y el terror practicado por esa parte del nacionalismo no fue óbice para que el Pacto de Estella les volviera a juntar en 1998 por miedo a que la ciudadanía no nacionalista acabara dirigiendo los destinos del País Vasco. Más de 800 asesinatos después, la dictadura del terror comenzó a agrietarse gracias a la acción de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y a la resistencia valiente del constitucionalismo. Desde 2011 ETA no mata, pero como la Hidra de Lerna el nacionalismo regenera dos cabezas por cada una que se le amputa. Y hete ahí que hoy PNV y Bildu, Joseba Egibar y Arnaldo Otegi, van de la mano, incluso hasta Bruselas, cobijados bajo el paraguas proporcionado por Urkullu en forma de nuevo estatuto o nuevo estatus.

Trece años después del Plan Ibarretxe, Urkullu y el PNV aprovechando que el foco está instalado en Cataluña nos traen lo mismo, con los mismos, pero con otro talante. Al referirse el lehendakari Iñigo Urkullu a ese nuevo estatus mira con envidia a Cataluña. Que nadie piense lo contrario: el PNV de Ortúzar y Urkullu desean la independencia a pesar de que todas las encuestas muestren un respaldo decreciente entre los vascos. Pero mientras desde las distintas instituciones del Estado se piense que el afán secesionista no es más que un eslogan que el nacionalismo vasco agita para contentar a su parroquia no lo tomarán en serio. Y cuando la situación vuelva a enconarse como ahora lo está en Cataluña será, otra vez, demasiado tarde. Cuando ETA mataba existía una gran mayoría de la opinión pública y publicada de España que veía hasta con buenos ojos el nacionalismo catalán pues no era tan salvaje como el etarra; ahora que ETA no mata consideran asimismo que el nacionalismo identitario y sectario que representan Bildu y PNV no son tan desafiantes como el catalán.

Cuestión de seny

Pues si antes el seny catalán de Convergençia pretendía, como se puede observar, alcanzar la independencia, ahora el seny vasco capitaneado por el PNV y Urkullu busca lo mismo. Avanzan poco apoco en la dirección marcada por Torra y Puigdemont. Al lado de ellos Urkullu puede parecer un dirigente sensato: desea separar el País Vasco de España, pero con educación y buenas palabras. Y ahí está la trampa. ¿Cuáles son a modo de ejemplo algunas de esas buenas palabras? Una de ellas, autogobierno. Así dicha no tiene por qué producir ningún resquemor, ni levantar sospecha alguna, pero en el metalenguaje de Urkullu equivale a independencia; bilateralidad es otra que cuando sale de su boca no quiere decir que se hace corresponsable en la defensa del Estado en el País Vasco, significa soberanía plena.

Cuando el lehendakari habla de reconocer a todas las víctimas puede parecer una frase feliz, pero ni se refiere solo a las víctimas de ETA ni pretende la misma finalidad. El discurso de Urkullu en esta materia solo busca blanquear el pasado cruel y sanguinario de ETA haciendo creer, según su teoría del conflicto, que acaso hubo dos bandos que libraron una lucha sin cuartel. Un relato a todas luces obsceno. Quienes eligieron ser asesinos no pueden jamás ser equiparados con quienes fueron sus víctimas. Por eso hay que desenmascarar al PNV, porque desde Ortúzar a Urkullu pasando por Egibar todos persiguen lo mismo, aunque difieran en los ademanes: conseguir la independencia enterrando el actual Estatuto de Guernica.

Cuidando las formas, eso sí, buscando una secesión de terciopelo. Cuando se han cumplido ya 39 años de ese Estatuto conviene recordar que hoy sigue avalado por la mayoría de la sociedad vasca y respetado por el resto de españoles. Incluso los sondeos dicen que goza de buena salud. Larga vida, pues, al Estatuto de Guernica, el cordón umbilical por el que los vascos seguiremos unidos a España, máxime cuando se ha defendido con sangre inocente el orden constitucional que lo ampara.

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