Saquen a sus hijos de esos colegios
Todo partido populista que se precie intenta convertir sus obsesiones en dogmas de fe. Periodistas y niños constituyen dos sectores de la sociedad imprescindibles para la perversa estrategia política de Podemos. De un lado, localizan e identifican al teórico «enemigo», una excusa para justificar la constante confrontación de sus discursos. «Luchamos contra los medios porque os engañan, ergo nos necesitáis», insinúan constantemente de manera falaz. Del otro, con el adoctrinamiento de los niños tratan de fabricar personas abducidas por el pensamiento radical y, de paso, crear un fecundo granero de votos de cara al futuro. Una estrategia demencial que camuflan a través de la connivencia con ciertos colegios. Esta perversidad con aroma a rancio totalitarismo está sucediendo ahora mismo en Madrid, donde tres centros educativos ubicados en el corazón de la ciudad editan una revista financiada por Podemos en la que los periodistas son motivo de chanza y persecución.
«Como cualquier cactus, nuestros periodistas beben de sus propias fuentes y pueden ser muy punzantes. Realidad y ficción en estado puro», aseguran en el libelo escolar. Ben Bradlee, histórico periodista del Washington Post —una de las biblias de la prensa mundial— decía que «el fundamento del periodismo es buscar la verdad y contarla». Y la verdad es algo que horroriza a Podemos, pues desmonta la arquitectura de su principal recurso político: la demagogia. A los dirigentes morados no les gusta que se hable de su financiación, mitad venezolana, mitad iraní. Tampoco de que la dictadura de Nicolás Maduro pagó 272.000 dólares a Pablo Iglesias en el paraíso fiscal de Granadinas. En la formación radical sólo aceptan a los periodistas serviles, aquéllos que le bailan el agua y practican la profesión como un mero ejercicio de relaciones públicas. Por eso vetan a los pocos medios que se atreven a practicar esa rara avis llamada libertad de expresión. Por eso han perseguido tanto a este periódico como a su director, Eduardo Inda, al que incluso situaron en el Odiobús con evidente riesgo para su integridad.
Si en Podemos hacen esto siendo la tercera fuerza política de España, da miedo pensar de lo que serían capaces si algún día llegaran al Gobierno. Cualquier táctica basada en la persecución, la mentira y la manipulación es execrable pero si encima tiene como víctimas a menores de edad, el caso se vuelve inadmisible. No es la primera vez que lo hacen, ya que en septiembre de 2016 organizaron unas jornadas de adoctrinamiento para niños de 12 años en la mismísima Universidad Complutense de Madrid. Sin embargo, los padres de los alumnos que acuden a los centros públicos Emilia Pardo Bazán, San Ildefonso y Vázquez de Mella deberían sacar a sus hijos de esas aulas de cara al próximo curso. Aunque sólo sea por proteger su salud mental. Bastante tenemos ya en este país con aguantar las ocurrencias de cada nueva ley de Educación como para darle pábulo también al comecocos podemita. Especialmente porque la revista de la infamia está pagada por Impulsa, un programa de Podemos que bebe de los sueldos públicos que cobran sus representantes. El dinero de todos no debe destinarse en ningún caso a lavados de cabeza en masa.