Sánchez, Iglesias y la Astor Opera House

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Uno de los episodios más memorables de hasta dónde puede llegar las rivalidades entre actores fue el protagonizado, a mediados del siglo XIX, por  Edwin Forrest y William Charles Macready. Con Shakespeare como excusa, un trasfondo de lucha de clases y las pugnas coloniales  entre Estados Unidos e Inglaterra, ambos intérpretes y sus partidarios acabaron convirtiendo su pasión por el autor inglés y la sana competencia profesional por ser el mejor Hamlet en una batalla campal. Los enfrentamientos entre ambas hinchadas, conocidos como los disturbios de Astor Opera House, desembocaron en una tragedia colosal con decenas de muertos y centenares de heridos.

En el Congreso de los Diputados se representa estos días la segunda parte de la obra teatral La moción de censura. Hay dos gallos en el corral, Sánchez e Iglesias, y ambos se diputan el papel protagonista. Lo que estaba llamado a ser una “segunda transformación”, es decir, una segunda Transición, se está complicando por el cainismo de las izquierdas. Lo normal es que, al final, se pongan de acuerdo y haya un gobierno que favorezca el proyecto sanchista, pero ambas formaciones han protagonizado su particular Astor Opera House y sus correligionarios clamaran venganza en algún momento de una legislatura que se presume convulsa.

Esto no ha hecho más que empezar, pero ya podemos extraer alguna conclusión de lo sucedido. Las aspiraciones personales de Pedro Sánchez han deportado al Partido Socialista Obrero Español lejos de la centralidad política. Lo que ningún secretario general del PSOE se había atrevido a hacer en los últimos 40 años, lo ha hecho él. La extrema izquierda está a un paso de entrar en las instituciones de la mano de los golpistas y los batasunos. Bien por ti, Sánchez, bien por ti.

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