¿Qué tienen en común el Brexit y el Muro de Berlín?

¿Qué tienen en común el Brexit y el Muro de Berlín?

Paradojas de la historia en este año que se cumplen 30 años de la caída del Muro de Berlín. Treinta años desde los que Fukuyama aventuraba malogradamente la llegada de un mundo nuevo tras el desmoronamiento de una barrera antinatural que había sido construida para separar en Alemania dos visiones del mundo por voluntad de los políticos del momento. Igual que ocurre con el Brexit. En lo que se conoce como ‘twin strategy’ el primer ministro británico, Boris Johnson, afirma estar dispuesto a negociar con la UE, mientras que en paralelo anuncia que el llamado Brexit duro o sin acuerdo con la UE será una realidad a partir del 31 de octubre. Pero, ¿persigue verdaderamente el mandatario británico sentarse en la mesa de negociación con los representantes comunitarios o largarse dando un portazo?

Nada y todo a la vez sea quizás la respuesta más oportuna. La UE a través de sus voceros, dirigentes políticos, así como numerosos analistas, muestran públicamente su hastío con la actitud de la clase política británica a la que acusan de eternizar una crisis que mantiene en vilo la existencia de la unidad europea. Desde hace meses, tanto el presidente saliente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, como su sucesora, Ursula von der Leyden, insisten con que el acuerdo del Brexit no se toca. Mensaje que supone un grave error. En diplomacia la paciencia debe ser directamente proporcional al voluntarismo de los negociadores. En el verano de 1961, el general De Gaulle impuso un veto a las conversaciones con los rusos acerca del futuro de Berlín. El resultado de aquel veto fue la decisión de la Unión Soviética de levantar un muro de hormigón el 13 de agosto que sobrevivió casi 30 años, que costó la vida a un centenar de personas y la detención de miles de ellas.

Si aquella experiencia la trasladamos a las negociaciones del Brexit, uno podrá ver similitudes. Igual que en aquel verano de 1961 existe un veto, una condición impuesta, la referida a que el acuerdo no se toca, que podría conducir a un fatal desenlace. Los británicos saben que una salida a las bravas es mala para su país, pero también lo es para el conjunto de los estados de la UE. Creo que las autoridades comunitarias y los dirigentes políticos europeos se han instalado en la autocomplacencia de creer que el problema lo tienen los británicos y no el resto de europeos. Algo parecido a lo que algunos decían sobre el colapso de Lehman Brothers y el impacto que realmente tuvo en la economía mundial hace doce años. Algo también parecido a lo que se presuponía con imponer un veto en Berlín que luego tuvo consecuencias desastrosas. Un Brexit duro no se sortea únicamente a través de los ajustes técnicos que impongan desde Bruselas.

Un Brexit duro supondría un auténtico fracaso para el Reino Unido y también para la UE. No basta con decir que se está cansado de las ‘bufonadas’ de Boris Johnson o de la actitud irreconciliable de los negociadores británicos. Eso no puede ser un argumento de negociación, como tampoco decir que ya hay un acuerdo existente y no vale otro. La Unión Europea siempre ha presumido de defender unos nobles valores que apelan a la solidaridad y al diálogo que deben ser llevados a la práctica ahora más que nunca. Se equivoca Juncker pues al vetar el acuerdo actual porque en dicho contexto una salida sin acuerdo será una realidad muy pronto y no se puede decir que los británicos se llevarían la peor parte. Si Grecia hizo tambalear hace unos años las estructuras comunitarias, un Brexit salvaje sería un tsunami para la UE.

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