Prudencia sí, histeria no: la economía debe seguir
De manera reiterada he insistido en que las medidas restrictivas adoptadas iban a suponer un problema económico mayor que el sanitario derivado del coronavirus, porque se iba a empobrecer a la población, de tal manera que la ruina económica terminaría por provocar una situación social insostenible, con efectos también sobre la salud y la mortalidad.
Es obvio que es difícil tomar una decisión que evite las restricciones cuando hay un problema sanitario como el que tenemos, pero los gobernantes y los dirigentes públicos tienen que pensar en términos agregados y analizar cuáles son las ventajas e inconvenientes de adoptar una decisión u otra. Si las restricciones garantizasen que la situación sanitaria fuese a mejorar y que, con ello, se evitasen los fallecimientos, sería una opción razonable, pero es que no es así: en España es donde más duras han sido las restricciones y donde ha habido más contagios y más muertes por la enfermedad durante los peores momentos.
Ahora, con la aparición de la variante sudafricana, denominada Ómicron, el pánico se está alentando de nuevo en lugar de tratar de analizar, fría y sensatamente, los datos de los que se disponen. Es cierto que es una nueva variante, como las hay de todo virus, y que parece que es más contagiosa. Ahora bien, también se indica que podría tener una menor letalidad, cosa que suele suceder con el tiempo en los virus al mutar, puesto que éstos buscan su propia supervivencia, haciéndose más transmisibles pero menos letales.
Por otra parte, el grueso de la población está vacunada, y aunque haya contagios -que los sabemos porque en esta enfermedad hay una medición constante de la misma; nos sorprenderíamos, posiblemente, si contabilizásemos a diario lo que sucede con otras enfermedades- sus efectos ya no son los mismos ni sobre la gravedad de los pacientes, ni sobre las hospitalizaciones ni sobre las UCI’s, además de que el propio indicador de contagios, que ya no es tan válido como antes, por la menor gravedad de los casos, es inferior a hace un año. Es decir, la situación es infinitamente mejor, muy cerca de lo que vendrá en constituirse en una enfermedad más que habrá que afrontar con naturalidad, como sucedió con la gripe en su momento.
Sin embargo, enseguida las reacciones son de pánico desde muchos gobiernos y muchos medios de comunicación, hasta el punto de que se llega a ver titulares advirtiendo de que la nueva variante puede escapar a la protección de las vacunas, pero que no tienen nada que ver con la información que después se desgrana, donde se dice que tiene menos letalidad y que, incluso, los expertos consideran que si se convirtiese en cepa predominante podría ayudar a solucionar el problema sanitario, porque la mitad de los infectados por dicha variante son asintomáticos y la otra mitad sufren la enfermedad de forma muy leve.
El alarmismo ha hundido las bolsas, está haciendo que algunas empresas cancelen sus cenas de Navidad y los más intervencionistas vuelven a aplicar restricciones. Es absurdo con la información de la que disponemos, citada en el anterior párrafo, siempre que se confirme que, efectivamente, esta variante infecta más pero con menos virulencia y menos efectos mortales; es absurdo con el nivel tan elevado de población vacunada que tenemos. Todo ello es absurdo y no conduce a nada bueno.
No es tiempo de más restricciones, sino de eliminarlas por completo y recuperar la vida normal, normalidad sin adjetivos, la de siempre. Hay que volver a vivir, hay que continuar adelante una vez que nos hemos vacunado. Una cosa es ser prudentes y otra atenazar nuestra vida promoviendo el pánico en la mente de las personas. Ya ha habido muchos suicidios, muchas depresiones y mucha ruina. Hemos sufrido una peste que ha matado a muchas personas que no deberían haber muerto, pero, tras luchar contra ello, tras ver cómo la ciencia daba pasos de gigante en poco tiempo, no podemos vivir a golpe de algunos titulares que no analizan todos los elementos y que siembran el miedo y la histeria. En lugar de restricciones, cuéntese la realidad de la situación, para tranquilizar a la población, promuévase todavía más la vacunación para los recelosos, y distribúyase la vacuna entre los países que no cuentan con ella, y continuemos con nuestra vida normal. Sólo así podremos salir adelante y volver a vivir con normalidad. Si no, empobreceremos y empeoraremos nuestra saludo física y mental, destruyéndonos como sociedad.