El PP de Chamberí, no de Chamberlain
Hay una obsesión extrema en el PP Chanquete, nombre creado en honor a los impulsores de la campaña Verano Azul que tantas risas causó extramuros de Génova y tanta indignación dentro, por caer simpático a ese núcleo de ciudadanos que jamás piensa en votar a la derecha y discurre sus decisiones electorales entre la opción más extrema de la izquierda y la izquierda más extrema de las opciones. Ya saben aquello de que si buscas contentar a quienes nunca te van a votar, acabas perdiendo a los que siempre te han votado. Un axioma que muchos estrategas ni ven ni entienden, sobre todo en esa formación política cuya dirigencia sigue presa de ese síndrome de nombre sueco tan instalado e inoculado en su mentalidad.
Las declaraciones recientes de Feijóo defendiendo que el Estado, es decir, el contribuyente, se haga cargo de los impagos a propietarios en caso de okupación o morosidad inquilina, y de González Pons en defensa de la obispa woke que usó su minuto de gloria para trazar un mapa de falsedades hipócritas sobre Trump, obligan a preguntarnos lo siguiente: ¿a quién representa la actual dirección del Partido Popular? Si consideramos que los votantes liberales y conservadores celebran la derrota del wokismo y las primeras medidas de Trump como un soplo de libertad, concluimos que, a su base social, no. Si ésta, además, posiciona en su lista de deseos políticos el derribo de la arquitectura ideológica y moral del PSOE, se entiende aún menos la constancia en anunciar la perfecta sincronía que en Europa existe entre populares y socialistas, refrendando una alternancia que conviene al sistema, pero no a los intereses de quienes mantienen dicho sistema. Cuando la política que más y mejor le funciona al PP es la que se ejerce y defiende en Madrid, disparar árnica al socialismo fetén para que te acepte como uno de los suyos es una estrategia de fracaso anunciado. Pero hace tiempo que los que mandan en Génova prefieren ser Neville Chamberlain apaciguando a Hitler que Winston Churchill declarándole la guerra.
Tanto Feijóo como González Pons saben que el votante de derechas no quiere un Estado grasiento e interventor, aún menos en la vida privada de organismos y personas, y por ello, le molesta que el representante de un partido con base socialcristiana y católica determine con soberbia lo que debe hacer la Iglesia Católica respecto a los nombramientos internos. También hace muecas de desagrado cuando observa en los líderes populares ese empeño en no diferenciarse de lo sustancial de quien está aniquilando derechos y libertades con la facilidad que le dan los votos comprados, los medios subvencionados y un activismo social sin escrúpulos. Esa flojera de parte de la oposición, que ha dimitido de la guerra cultural en el momento en el que aceptó el socialismo state of mind como tablero innegociable de juego, provocó en su momento un trasvase de votos a Ciudadanos con la misma agilidad con la que ahora circulan hacia Vox, porque son votos que ansían alternativa. Y la socialdemocracia de Pons no es la alternativa al socialismo de Sánchez.
Que tengan presente quienes esto lean y pretenden ser una opción diferente al socialismo liberticida y al sanchismo autocrático, pero le solicitan permiso para mover las fichas en el tablero de juego, que la alternativa al Estado no es más Estado y que la alternativa a los impuestos no son más impuestos. No hay que meter la mano en el bolsillo del contribuyente, sino la motosierra en quien invade la vida privada de este. Sólo desde las ideas de la libertad, la redefinición del papel del Estado -eliminación de su grasa dominante- y la apuesta por un ecosistema de emprendimiento y talento, España se vacunará de socialismo. Y para crear ese sistema inmunitario contra la extrema izquierda, es imprescindible que la alternativa no pase por quienes piensan que puede domarse al socialismo pareciéndose a él. Si González Pons quiere que la Iglesia nombre obispas, que no se extrañe que pronto, los votantes del Partido Popular pidan en masa listas abiertas para elegir a los líderes que le van a representar. Tal vez así, fuera de la comodidad del dedazo y el escaño asegurado, empiecen a comprender en Génova que la calle que les vota está más cerca de Chamberí que de Chamberlain.
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