‘Powerless victim’
Mito y literatura no hacen más que reflejar fantásticamente aspectos de la vida real. Para seguir esta máxima, voy a esbozar una poética transposición de la apática y opresiva virtud en clave metafórica. Igual elevo un poquito el lenguaje, lo retuerzo, lo pincho, le saco punta, lo pongo al sol y luego se lo muestro; lo digo por si algunos simplistas no pueden seguirme. Cada vez me aburre más la gente que desconoce las estrofas de furor ditirámbico, el velo del verso sólo lo descorren unos pocos, vaya para ellos este texto. El resto puede ir a dar un paseo o hablar de las peleas entre politiquillos, tan ridículas como inflamadas, tan lamentables como infantiles. En realidad, nadie que de verdad merezca la pena quiere estar en estos tiempos en primera fila; cuanto más tonto, más cerca de la portada de los periódicos y telediarios. Arrojan sus alientos acres y espumosos ofreciendo de continúo espectáculos que sólo invitan a decir: “¡Oh Nuestra Señora de las Angustias, hermosa madre Dolores, haz algo para desperdigar tanto payaso! Danos algo de tregua ahora que acaba el año”.
He titulado el artículo en otro idioma, haciendo un homenaje a los decadentes ingleses. “Víctima impotente” hubiera estado también bien, pero estoy empecinada hoy en cansar al lector con paréntesis dentro de paréntesis como cajas chinas. Esta noche tenía una cena con un italiano nacido a destiempo, para tratar temas de frustración meditabunda y doliente. Este diletante sensual al modo de Luis II de Baviera, que penetra la vida con un estetismo de versión nacional, un poco superficial, es verdaderamente un personaje sacado del decadentismo de la literatura inglesa. El jugo de este episodio se agiliza con procedimientos dieciochescos y voluptuosos, un esteta sutil y perverso de principios del siglo XXI, que suele emplear la pluma, el pincel y el veneno como si fueran paletas, carretillas y espátulas. Afortunadamente, la madre cordura se ha interpuesto y dicha cena ha sido cancelada. La idea de mezclar flores y suplicios es muy común entre los decadentistas.
Cambiando el telón de fondo, la habitual mantis religiosa, esa que asesina a sus propios amantes, me susurra que hay un lienzo de escuela leonardesca que se encuentra en los Uffizi, y que representa la muerte de San Juan Bautista, la decapitación del Precursor, la leyenda de lujuria y sangre con la que se ha obsesionado todo el Renacimiento italiano. Dice que todo viene en un libro clave que recibiré como regalo de Navidad. Me hace ilusión la espera. A cambio de este compromiso manierista, yo le regalaré el libro que acabo de publicar: la biografía de unos diseñadores españoles que forman ya parte de nuestra historia cultural del tránsito entre los siglos XX y XXI. Para los que tenemos ya una edad interesante, los nombres de Victorio&Lucchino evocan -como dice el prologuista de este libro (Boris Izaguirre)- olores, emociones, maestría, españolidad, glamour y elegancia. Este libro, editado por Declara Editores, es un imprescindible para todo aquel que se sienta español, que le guste que la información se contextualice debidamente, que haya vivido con intensidad los ochenta, los noventa y que sepa que, al final, como decía Lola Flores: “estos chicos me gustan, porque la moda italiana es muy buena y se parece mucho a nosotros”. Y ahora que ya me siento un poquito menos víctima impotente, deseo al decadente que ha provocado este texto deslumbrante una sonrisa inquietante, color oro viejo, tan censurable como los ángeles peligrosos de Botticelli.