La política de los mediocres
Màxim Huerta, el ministro más breve de nuestra democracia dimitió por sus problemas con Hacienda. El ya exministro manifestó que no siendo importante su no comisión de error alguno, según él, lo importante era “el bumerán que lo que busca es minar el proyecto de regeneración y de transparencia del presidente Sánchez”. Esta superioridad moral progre que en muchos casos tiene como consecuencia acabar atrapado en tu mismo garlito por elevar el listón a grados casi irrisorios con el único fin de acabar con tu rival político. El efecto bumerán, aquel que obliga a actuar como has exigido a los demás. Aplicarse su propia medicina, estar anclado en tus propias “exigencias éticas”. El gran problema es que no se producen para sanear nuestra clase política, sino para mancillar al rival en una barriobajera lucha política sustentada en intereses, dogmatismos y una absoluta carencia de sentido de Estado. Con el denominador común de la mediocridad.
Cuenta la leyenda que cuando Dios creó el mundo, uno de los ángeles que le rodeaban le advirtió de haber hecho una España perfecta, a lo que Dios, después de reflexionar unos segundos, contestó: “Es cierto, será dotada de malos gobernantes”. Y los últimos decenios demuestran cómo nos encontramos ante una caterva de políticos mediocres capaz de fracturar una sociedad y hundir una nación antaño fuerte y respetada. Nos despachan un ejecutivo de fachada, solo de imagen, la imagen gris y vulgar de Màxim Huerta por ejemplo, que ha conseguido que España pierda su referente moral hasta convertirse en un país lleno de incógnitas con un futuro colmado de muy negros nubarrones. La sociedad española, engañada y manipulada hasta el desaliento es ciega al no percibir la semejante mediocridad que nos rodea y que converge en un progresivo deterioro de nación de hombres libres.
La clase política española no se caracteriza por tener un elevado nivel de formación y por ello, de modo burdo y fullero, se hinchan y manipulan los currículos, se falsifican títulos, se adulteran falsos abolengos. Nuestra clase política nunca ha desarrollado, salvo excepciones, trayectoria profesional al margen de la actividad pública. Se hace carrera dentro del partido, escalando hasta alcanzar el deseado cargo, sin más mérito que el de obtener el apoyo del domo. O se da el salto desde el funcionariado, por lo que la experiencia laboral en el ámbito privado es inexistente. Con extenuación se mira el pasado con lupa, cercenando la posibilidad de que los más brillantes, dejando atrás altos sueldos y responsabilidades, den el salto al Gobierno de lo público por si el enemigo les acusa de hurtar un chupa-chups en aventura adolescente. Y por ello los mediocres se han adueñado de la gobernanza de dicha res pública distorsionándolo todo, degradando los valores, las costumbres y las más mínimas normas de convivencia, progreso y meritocracia.
Nos encontramos subyugados por esa plaga donde los partidos políticos son la gran expresión del triunfo de la mediocridad. No se eligen los mejores como sabiamente hace la naturaleza, cuando se bate por la selección de las especies y los mejores se imponen a los peores. Pero también es la propia sociedad aquella que ha permitido, sino fomentado, el triunfo de los mediocres, despreciando y mofándose de la excelencia y fomentando el “corto plazo” por lo que, al no regir políticas reales de largo alcance, predomina la improvisación. Y el ex ministro Huerta se defiende mediante el ataque. La mediocridad de quien carece de sólidos argumentos. Y es solo un ejemplo. Porque como dijo François de La Rochefoucauld, escritor francés: “Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance”.
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