La matanza de Texas
Un criminal aprovecha que vive en Estados Unidos, donde a partir de los 18 años sin antecedentes penales se pueden adquirir armas de guerra. Las compra y asesina a 19 menores y dos profesoras en una escuela en el pueblo de Uvalde (Texas). El marido de una profesora muere de un infarto dos días después dejando cuatro hijos huérfanos y quedan varios niños heridos graves que pueden tener secuelas de por vida.
El debate sobre el derecho a tener armas de los estadounidenses, para mí, es estéril. La segunda enmienda de su Constitución y un apoyo considerable de su población lo consagra. Es como si en Estados Unidos exigen a España y los países de la UE que acaben con la sanidad pública y dediquen más presupuesto a fortalecer los ejércitos por las amenazas que se atisban en el horizonte. Hay fórmulas que permiten más seguridad respetando la tenencia de armas, limitando las largas automáticas y controlando las cortas. En España y Europa hay que mantener la prohibición de armas salvo para caza y protección personal con causas justificadas, y el registro nacional existente.
Por deformación profesional, porque he sido policía (todavía en reserva) durante 43 años y porque he gestionado indultos concedidos a 14 policías y rehabilitación a otros varios expulsados, creo que las policías en Estados Unidos están como aquí: carentes de protocolos de actuación que protejan sus actuaciones. El jefe de la Policía de Texas dice que se equivocaron, que debieron tirar la puerta de la clase y abatir al asesino. ¿Seguro que si él está allí lo hubiera hecho? Actuando así, ¿el asesino se entrega o comienza a disparar? ¿Quién sería acusado de ser responsable de las muertes que se produjeran por la intervención policial? Los policías. Explica este mando (que me ha dado la misma mala sensación que la mayoría de los que he conocido en la Policía y la Guardia Civil) que hay protocolos que hablan de atacante activo o sospechoso atrincherado, que en el primer caso hay que ir a abatirlo de inmediato y en el segundo, esperar a sus GEO. En el caso que nos ocupa, el asesino era un atacante activo atrincherado, circunstancia que parece no estar bien resuelta en sus protocolos.
Los padres de las víctimas y ciudadanos en todo el país se preguntan si podría haber hecho más la Policía para impedir la matanza. Yo digo que sí, pero mientras no exista un protocolo que exponga exactamente qué puede hacer sin incurrir en responsabilidad penal, están en la misma situación de indefinición que tenemos en este país, donde en este supuesto, el policía que entre y mate al asesino, aunque salve la vida a todos los rehenes, acabará en la cárcel y expulsado. ¿Quién demuestra después que el muerto por la actuación policial iba a cometer esos crímenes? La sociedad cínica, tóxica y falsa que conocemos, en Estados Unidos y aquí, exigiría la condena del policía, que pudiendo ser un héroe pasa a ser un criminal.
La otra hipótesis es peor. Si el asesino atrincherado abre fuego en cuanto se intenta derribar la puerta, todos los niños muertos caerán sobre la responsabilidad de los policías actuantes. Entonces, se diría que por qué no intentaron negociar o convencerlo con caramelos. Sociedad de buenismo irreal, de los que mean colonia y creen que los lobos y las ovejas son amigos porque lo han visto en dibujos animados, y hacen una ley de bienestar animal que protege al animal depredador de cabras, ovejas y vacas que con gran esfuerzo cuidan los ganaderos. Demasiados lobos camuflados de ovejas.