Largo Sánchez no va a echar a Lenin Iglesias

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Este cronista conoce a dos personas extraordinariamente influyentes en la vida española que en los pasados días le han pedido a Largo Sánchez (discípulo aventajado del siniestro Caballero de la II República) que, por favor, por favor, prescinda de Lenin Iglesias y su caterva de ministros comunistas. Uno de estos personajes le ha rogado nada menos que seis veces que para asegurar el futuro, no ya a largo plazo sino inmediato del país, la presencia de esta cuadrilla es letal para España. Y, ¿saben qué les ha respondido este «líder mundial», según se adjetiva él en el colmo de su psicopatía rencorosa? Pues que prefiere a Lenin Iglesias mejor dentro que fuera. ¡Vaya descubrimiento! Pues claro: con Iglesias en Venezuela, de donde nunca debió salir, Largo Sánchez estaría sólo cinco minutos más tarde en la calle. ¿O no? Porque, fíjense: no está claro que alguno o algunos de estos visitantes (son más de los dos con los que hemos podido hablar) no hayan acudido a la Moncloa «de parte de alguien» como demandaderos de quien pueden haberle transmitido; «Dile que con Iglesias fuera podemos hablar de todo, incluso de Presupuestos». Esta no es, ni mucho menos, una especulación; es algo más, es la constancia de, estando las cosas como están, con España al borde mismo de la hecatombe económica, sanitaria y social, hay que ingeniar soluciones por encima y por debajo de lo que representa el propio Sánchez. Largo (Caballero) Sánchez.

Porque es verdad, la cosa no puede seguir así. Con el Rey recluido en la Zarzuela tratando de salvar no ya su Persona misma sino la propia Corona; con el Gobierno asaltando otro poder Estado, el Judicial, para robarlo y gestionarlo a su gusto; con las cuentas del país a punto de quebrar sin ni siquiera poder atender en muy breve plazo, ¿en noviembre quizá?, a los sueldos de los funcionarios o a las pensiones de los jubilados; con un maldito virus que nos está diezmando porque a perro flaco, todo son pulgas; con unos ciudadanos a la vera misma de renunciar a ser contribuyentes; con una Nación milenaria que se pretende destruir echando los muertos de uno encima de las conciencias de otros; y con un territorio rebelde, el catalán queriendo huir a gorrazos entre insultos, agravios, desafíos y  las bombas fétidas de sus  sediciosos dirigentes, España no va a aguantar muchos más asaltos. Nunca como ahora ha corrido tanta prisa enviar a este sujeto, «¡líder mundial!» se autodenomina el altanero, a las tinieblas exteriores o más propiamente a prisión si se demuestra, lo cual en algún momento no será difícil, que es un traidor al que hay que aplicar el Artículo 102 de la Constitución que se ocupa de la «responsabilidad criminal» del presidente.

Este martes Vox ha presentado su peculiar moción de censura en el Congreso, una iniciativa tan estrafalaria que ni siquiera será defendida -si llega el caso, que habrá que verlo- por el jefe del partido. Batet, la acólita de Largo Sánchez, va a posponer, ya lo verán, ad calendas graecas el pronunciamiento de los ultraconservadores (demócratas y no fascistas como Iglesias y su pandilla) de modo que, con un poco de suerte, el representante de Vox se subirá al podio allá por el mes de noviembre. Y ya lo escribo: si es que sube porque la impresión general es que antes deberán acontecerse otros sucesos, por ejemplo, el de la aprobación de los Presupuestos de los que ni siquiera sabemos de cuantos miles de millones nos van a hablar. ¿Qué votarán ahora, tras la inhabilitación de Torra, los cuatro diputados de su partido marginal? ¿Seguirá Ciudadanos apoyando la pervivencia en La Moncloa de este individuo infame?

Lo único cierto -lo decía al comienzo de esta apesadumbrada crónica- es que el Gobierno de Coalición del Frente Popular va a seguir barrenando el país. Largo Sánchez no expulsará a Lenin Iglesias y éste seguirá provocando a España entera en la certeza de que su socio de coyuntura no tiene la menor posibilidad de destituirle. Se avecinan así unos horrendos meses en el que corremos un riesgo muy cierto: que del desastre económico del que aún no somos conscientes en toda su extensión, derive una conmoción social que ahora mismo sólo está paliada por los ataques del maldito virus. Todo lo dicho le importa una higa a este tipo al que me niego a llamarle «mi presidente» porque no lo siento como tal; lo único que le arrienda la ganancia es seguir volando, institución a institución, el andamiaje constitucional de España. Su Reino no es el de España y la Corona, es el suyo propio, el de un país drenado por su odio, impredecible desde el extranjero, cuyo porvenir -me voy a colocar en modo gracioso- es más negro que el de los cabarets con vicetiples de nuestra añorada juventud.

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