La espantainversores

Ada-Colau
Ada Colau en el mitin central de Podemos en Madrid. (Foto: Efe)

Ada Colau parece empeñada en conseguir el título de espantainversores a tenor de su gestión al frente del Ayuntamiento de Barcelona, donde está mostrando una especial alergia a todo aquello que supone generar riqueza. El último ejemplo ha sido el caos en el que se ha desarrollado la feria de telefonía más importante del planeta: Mobile World Congress. Un congreso de referencia internacional afectado por el desdén de Colau hacia su celebración y por la huelga en el Metro que ha tenido colapsada la ciudad durante la última semana. Una magnífica oportunidad perdida que, lejos de realzar a Barcelona como objeto del deseo para inversores y empresarios, ha trasladado una pésima imagen al respecto de la eficiencia de la ciudad.

Inconvenientes que pueden provocar que John Hoffman, consejero delegado de la empresa que gestiona el evento, se lo lleve a otra ciudad, causando un grave perjuicio económico y de reputación para la urbe. No obstante, la posibilidad de negocio no parece un factor perentorio para Colau. Con más de 20 empresas a la fuga de Cataluña para asentarse en Madrid en lo que va de 2016, la regidora barcelonesa mantiene una moratoria sobre la creación de nuevos hoteles. Demuestra así una nula visión de futuro para la ciudad que dirige. Una gestión errante que pagan los barceloneses al privarlos de miles de puestos de trabajo y millones de euros de inversión en un negocio que es puntero en los principales países de Europa y que potenciaría uno de los principales activos de nuestra economía: el turismo, más si cabe en una ciudad de referencia en el Mediterráneo.

Por si fuera poco, a todas estas circunstancias se une el hecho de que Colau posee una praxis en el desempeño de la función pública que dista mucho de la prédica que utilizó para presentarse en sociedad como una pretendida versión moderna de Robin Hood. Además de su falta de perspectiva para el business, la reina de los escraches gastó casi medio millón de euros en cestas de Navidad para tener contentos a los trabajadores del Metro de Barcelona. Una medida para comprar el ánimo de los mismos empleados que ahora tiene en pie de huelga y a los que incluso ha llegado a chantajear tras publicar sus sueldos —33.000 euros anuales de media— como medida de presión para que vuelvan al trabajo y renuncien al 3% de aumento salarial que reclaman. Resulta de una notoria laxitud moral que la adalid de la solidaridad y el «gasto social responsable» empleara en presentes navideños más del doble de lo dedicado a prevenir la legionela en el Metro.

Otro de los aspectos que tampoco encaja si atendemos al credo de la propia Ada Colau es cómo la presidenta de la compañía pública Transporte Metropolitano de Barcelona (TMB) Mercedes Vidal y el resto de miembros del Consejo pueden cobrar entre 811,36 y 540,91 euros por reunión cuando el anterior presidente —y sus ejecutivos— no cobraron un sólo euro por renuncia expresa a esas cantidades. Sería necesario, para la tranquilidad de los ciudadanos que representa, que Colau diera explicaciones al respecto de si los actuales también renuncian o, por el contrario, han tardado muy poco en adquirir esos mismos vicios que repudiaron a través de la retórica mitinera y que bautizaron con el pomposo apelativo de vieja política, tan común en el día a día de la alcaldesa. Y mientras todo esto ocurre, las inversiones, los negocios y el prestigio de Barcelona menguan hasta dimensiones liliputienses.           

Lo último en Opinión

Últimas noticias