La inocentada de Pamplona

Navarra Asirón

A mí me gustaría creer que la fecha elegida para la moción de censura del Ayuntamiento pamplonés, al ser el día de los santos inocentes, fuera exactamente eso, una broma para alterar la cotidianidad más ramplona. Pero a pesar de las anécdotas de los dos sucesivos concejales que han renunciado al acta por parte de PSOE, la broma de mal gusto está servida. No negaré que es un ejercicio democrático conforme a las reglas escrupulosas de la legalidad que lo permite. Aunque la moción de censura en los ayuntamientos, por no decir en otros gobiernos autonómico o central, sean infrecuentes, no por ello dejan de ser legales y legítimas. La cuestión moral de pactar con quien no ha condenado la lamentable lacra de los atentados de ETA es otro cantar.

Seamos realistas, porque ya ha habido un precedente con el mismo Joseba Asirón al frente del Consistorio navarro: Pamplona no se va a caer, ni se va a impedir la normal vida ciudadana. Incluso no va a haber afección ninguna a los sagrados Sanfermines, con sus encierros y sus corridas de toros, pues de hecho este alcalde es habitual en los tendidos del sol del coso pamplonés. Dicho lo cual, el problema de fondo es lo que revela este golpe de mano municipal para los planes de

Navarra. Por evidente, no vamos a detenernos por reiterativo, en el hecho en el que el Partido Socialista afirme una cosa y luego haga la contraria, o enfatice sus volátiles líneas rojas, pero hay una idea de eukaldunización de toda Navarra con Pamplona como espejo. Ese es el alcance real de que haya un nuevo equipo municipal en la ciudad.

La Comunidad Foral es un territorio plural, que en amplia dimensión ni habla la lengua euskera, y sus tradiciones culturales están más cercanas a La Rioja o Aragón que al universo vasco. Como resulta obvio, Bildu va a lo suyo, con la alianza que otras formaciones de izquierda para plantear algún día la aplicación de la Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución, y la fusión, llámese como se llame, de los territorios vasco y navarro. Un partido sistémico como el PSOE debería aclarar algún día qué modelo tiene en su cabeza, más allá de la supervivencia en los cargos oficiales. Vivir al día tiene lo suyo. Y dormir en colchones de quita y pon, tarea superior.

De pura abierta, nuestra Constitución, tan zarandeada por unos y por otros, se va estirando hasta que no sepamos en qué país nos encontramos. En el 78 todo era un juego de sutiles engranajes, de pactos que tenían que ser soportados por unas buenas prácticas políticas que generasen las llamadas costumbres constitucionales. Ninguna letra de una Ley pervive con el paso de tiempo, si no se crean convicciones en la necesidad y bondad de la misma. Resulta melancólica la contemplación en estos días de parón política del valiente discurso del Rey, que no hizo otra cosa que añorar ese espíritu de convivencia, gracias al respeto y a la creencia en valores que hoy se esfuman.

Nadie parece reparar que la inexistencia de prácticas, como que gobierne siempre la lista más votada en ayuntamientos, la reflexión territorial del sistema electoral, y en especial que haya un único modelo educativo constitucional en cualquier parte de España, solamente son algunas causas precipitantes de esta nueva broma con gusto amargo. Pamplona es una vuelta tuerca más de que el filo de la navaja y los sillones son más importantes que un proyecto de país. O, como decía Ortega, ese «sugestivo proyecto de vida en común». Además, sin ninguna gracia. ‎

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