La guerra de siempre también es nuestra guerra

La guerra de Gaza y la guerra de Irán son para Israel la misma guerra. Es su guerra de siempre, la que libra desde hace más de 70 años con su entorno hostil. En algún tiempo el contendiente fue Egipto, en otro ha sido Siria y siempre el islamismo radical y terrorista que ahora encarna la República Islámica de Irán.
La fase actual de la guerra es la que se inició con los ataques perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023 y los actuales ataques a Irán por parte de la aviación israelí forma parte de la respuesta del Estado judío.
Evitando una visión maniquea, habrá que reconocer que Israel, que generalmente entra en batalla en defensa de su población, su territorio y, en definitiva, de su derecho a existir, en ocasiones excede la fuerza e intensidad que permite la legítima defensa. Pero no todos tienen la altura moral para poder exigir contención en los medios; que, por cierto, es lo que hace León XIV, a diferencia de Francisco, que solamente pedía que pusieran la otra mejilla.
Y de esa contención no quiere oír hablar Netanyahu. Ya metido en faena, y sabiendo que tiene perdido el relato de la buenista comunidad internacional, quiere acabar con el estado terrorista de Gaza y a la vez infringir un golpe severo a su peor enemigo, que es, directa e indirectamente (por ser el principal mentor y financiador de los grupos terroristas), el régimen persa de los ayatolás.
Ese enemigo también lo es desde hace 50 años de Estados Unidos y de sus aliados. De hecho, existe casi unanimidad en el establishment internacional (no solo de Occidente, sino también de los vecinos árabes) en considerar como un grave peligro o amenaza geopolítica el que el régimen iraní pueda acceder a armamento nuclear.
Es cierto que otros países lo tienen y no lo usan, pero ese efecto disuasorio no aplica con el islamismo radical, porque existe el convencimiento de que si tuvieran ese armamento lo utilizarían.
Pues eso, que viendo que Netanyahu está desatado y que no es fácil pararle, Trump no ha resistido la tentación de unirse a la fiesta. Se habla de una preparación exprés e improvisada del ataque, pero, en realidad, lo que ha hecho el presidente es dar el ok a una operación que el ejército tiene preparada con muchísimo detalle desde hace varios lustros. Las anteriores administraciones demócratas, e incluso la de Trump en su primer mandato, prefirieron involucrarse en unas negociaciones que terminaban por ser completamente inútiles, ya que Irán nunca ha tenido voluntad real de interrumpir su programa nuclear.
Así que el sábado los americanos desempolvaron sus bombarderos y su enorme capacidad táctica y probaron la eficacia de las bombas perforadoras. Según informa el Pentágono, no hubo ninguna capacidad de oposición por parte de Irán y el resultado de la operación ha sido mejor de lo esperado, habiendo dejado completamente inutilizadas las instalaciones atacadas.
¡Vamos, como pegar a una borracha! Además, tres días después solamente se ha producido la protesta nominal de Rusia, China y los sospechosos habituales; por no hablar del asenso de la mayoría de los países vecinos que apenas pueden ocultar una mueca de alivio.
Obviamente que este conflicto trae incertidumbres y efectos no deseados: incremento del precio de petróleo con sus derivadas inflacionarias y de constreñimiento económico, tensión en los mercados e impacto en el comercio y el turismo y, por supuesto, el mayor riesgo de actividad terrorista.
Pero Trump y Netanyahu, que no son los dirigentes más prudentes y responsables de Occidente, creen que son efectos colaterales asumibles.
A Pedro Sánchez la internacionalización del conflicto, además de servirle como gratuita contraprogramación de su pandemonio, le da oportunidad de mostrarse como abanderado del progresismo pacifista y antisemita. Ese es obviamente su interés, pero no el de nuestro país; pero esa es otra más de nuestras penitencias, porque el sanchismo nos vuelve a colocar en el bando equivocado y nos ha situado a contrapelo de los intereses de Occidente.
Este acercamiento sectario y el alineamiento con las dictaduras y autocracias en contra de EEUU e Israel, otorga a Sánchez un liderazgo igual de aparente que de negativo; y, por el contrario, no minimiza nuestra condición de objetivo del terrorismo islamista, a la vez que hace perder a nuestro país la antigua capacidad de intermediación y la confianza de nuestros aliados. ¿No es más fácil acertar alguna vez que equivocarse siempre?