‘Dumping’ moral

Por culpa de ese tacticismo falsario y una estrategia malévola basada en componentes y componendas sociológicas, la raya divisoria que genera la polarización, incrementa la adhesión a una causa con el simple fomento del impulso visceral, definitorio de la política sentimental y populista. Al control del electorado estabulado y poco crítico, tendente a movilizarse más a la contra, por contraste y en contextos de división o negación de alternativa, se le suma la mentira como alimento de construcción apesebrada. La llegada a la política de representantes cada vez más dependientes del sueldo público, que tejen redes clientelares internas y externas que facilitan el deterioro de las políticas públicas y de Estado en beneficio de los intereses de partido, confirma un diagnóstico tan nítido como relevante: nos vamos al guano con tanto delincuente gestionando lo que es de todos.
A ese electo y selecto club de mentirosos estabuladores, pertenece Salvador mentirijIlla, presidente de la Generalidad de Cataluña, de semblante sombrío y talento siniestro, un tipo al que no le cuesta engañar con el mismo victimismo sentimentaloide y cínico de un nacionalista fetén, lo que, en el fondo, es. Reposa su discurso en el tono mientras macera su radicalidad en el trasfondo de unas ideas que no rivalizan con las del peor pujolismo ni con las del torrado Puigdemont, que huye de la justicia como Illa de la verdad. Mientras los periodistas y tribunales dirimen la responsabilidad criminal del ex ministro de Sanidad durante la pandemia, cuando ordenó la compra indiscriminada de mascarillas de manera opaca, la realidad juzga a este continuador del peor nacionalismo sacacuartos en Cataluña: el que no lo era y asume serlo para que no le señalen, el del charnego al que la élite burguesa catalana acepta como criado de sus inquietudes siempre y cuando admita que la inmersión lingüística fue un éxito y no un fracaso vietnamita.
Illa se lucra políticamente, como siempre ha hecho el PSC y la Cataluña privilegiada por el Estado, de esos otros españoles perdidos en un sistema educativo creado para cercenar todo vínculo con la memoria y la verdad afectiva, la de sus padres y abuelos, la de la España que luchó y creó desde las cenizas de una guerra una nueva nación. Ahora, esa España es educada de diecisiete formas distintas, en la que la mayoría de territorios y sus gobiernos compiten por ver quién es más cateto y aldeano, enemigos de todo lo que suene a modernidad y progreso. Y mientras construyen un relato victimista donde la Cataluña que más progresaba se dio en el centralismo fetén, el del franquismo, esa modernidad que llegó hasta las postrimerías de la Barcelona olímpica es ya un simple recuerdo, un ejemplo de lo que sucede cuando dejas la política en manos de mequetrefes populistas, cuya única función es convencer de una realidad que no existe a una población que ya no piensa ni razona.
En esa secta victimista y redentora ejerce contumaz el presidente mantequilla, tan blandito como untable. Se queja, con la voz santurrona de radical enmascarado, del «dumping fiscal» que Madrid ejerce respecto a Cataluña, un invento creado por la bobería parlanchina y provinciana nacionalista, la misma que desde Barcelona se impone contra el resto de las provincias de su propia comunidad. Los números reales martirizan a Salvador, pues la razón siempre limita al mentiroso populista, ya que actúa como vacuna contra la toxina retórica que representan desde tiempos inmemoriales, por ejemplo, el nacionalismo catalán y vasco.
Si el presidente mentirijIlla leyera lo que cuentan los números oficiales, se daría cuenta, o no, de que Madrid aportó en el último año al Estado casi 140.000 millones de euros, por los 62.000 millones que aportó Cataluña, es decir, que cada madrileño contribuyó con 20.400 euros a las arcas públicas, por los pocos más de 8.000 aportados por el ciudadano que vive y tributa en Cataluña, que, sin embargo, recibe con cada decreto sanchista una morterada de dinero transferido bajo el concepto «Waterloo». Son cifras que han ido aumentando con el paso del tiempo, y demuestra que el relato vendido por el nacionalismo separatista sobre el supuesto robo de España como comunidad que más aporta al conjunto estatal, es tan falso como rentable.
Por si estas cifras no conforman a Salvador, santurrón a tiempo completo, habrá que aportarle lo que el ministerio de Hacienda de su compañera de bancada y mentiras confirma: que cada catalán recibió en el último ejercicio disponible 3.800 euros del Estado, por 3.100 euros cada madrileño, a pesar de que este último aporta más a la caja común. Y si aún no fuera suficiente con esto, habría que recordarle a Illa, el de las mascarillas, que Fedea (Fundación de Estudios de Economía Aplicada) ha elaborado un informe que estima un trasvase anual desde la caja común del Estado hacia la Hacienda de Cataluña que oscilará entre los 6.600 y los 13.200 millones de euros, gracias al pufo-cupo pactado con sus amos burgueses, ricos y separatistas, minoría ruidosa y millonaria a costa del eslogan más rentable de la historia.
A todo ello, hay que sumarle lo que Cataluña dejará de aportar al conjunto del Estado, carga que recaerá en el resto de comunidades y ciudadanos, que pagarán la generosidad de Sánchez y su felpudo en la Generalitat con quienes ejercen racismo, chantaje y xenofobia real con el resto de España. Sánchez e Illa, socialistas, tan limitados como ambiciosos, tan felones como astutos, articulan sus objetivos entre mantras caducos y silencios peligrosos, recursos de propaganda con los que adornan sus discursos buenistas. En verdad, ambos son los patrones del verdadero dumping que impera hoy en la política: el dumping moral, tan pérfido como validable por quienes ejercen sin escrúpulos el vicio del poder.
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