OPINIÓN

Feijóo, por fin

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Patricia Rodríguez

Era ahora o nunca. Tras meses de contención, de discursos moderados y de una oposición algo templada, Alberto Núñez Feijóo ha hecho lo que muchos de sus votantes y no pocos ciudadanos le venían reclamando: enfrentarse sin ambages a Pedro Sánchez. Y lo ha hecho con una intervención que, aunque polémica, ha sido también la más valiente, directa y contundente de las que se le recuerdan. En definitiva: ha estado soberbio.

Porque en política, como en la vida, hay momentos en los que hay que llamar a las cosas por su nombre. Y hoy, en el Congreso, Feijóo no ha tenido reparos en hacerlo. Ha señalado lo que muchos piensan y pocos se atreven a decir en voz alta: que el Gobierno está moralmente tocado, que la sombra de la corrupción, por más que se maquille con promesas de regeneración, planea sobre el Ejecutivo, y que Pedro Sánchez, lejos de combatirla, ha sido su facilitador.

La frase más comentada, la que acusa al presidente de ser «partícipe a título lucrativo del abominable negocio de la prostitución», ha hecho saltar por los aires la compostura habitual del hemiciclo. Pero más allá de la literalidad, lo que hay detrás es una denuncia: la percepción de que Sánchez ha mirado hacia otro lado ante los negocios opacos de su entorno, y que el discurso ético que enarbola es sólo fachada.

No es que Feijóo haya descubierto la pólvora, pero al menos ha dejado de temer el fogonazo. Y por eso ha exigido elecciones, pedido dimisiones, denunciado la podredumbre institucional y recordado algo obvio: que un Gobierno salpicado de escándalos no puede seguir parapetado en la propaganda del todo va bien.

Los habituales guardianes de la decencia institucional se llevaron las manos a la cabeza. «Ha cruzado una línea», dijeron con la solemnidad del caso. Como si la línea no se hubiese borrado hace tiempo con indultos a medida, pactos con los que antes se llamaba a «los enemigos del Estado», o reformas legales ad hoc para proteger a los aliados de investidura. El problema no es que Feijóo haya subido el tono; el problema es que hasta ahora había hablado en susurros.

Y sí, por supuesto, Yolanda Díaz se indignó. Patxi López clamó. Y Sánchez, fiel a su estilo, optó por no ensuciarse en el cuerpo a cuerpo. Prefirió decir que el PP «no tiene argumentos», mientras le llueven casos y las hemerotecas arden solas.

Feijóo, en cambio, se desató. Dejó atrás el registrador de Galicia, el tecnócrata prudente, y asumió su papel como líder de una oposición que llevaba tiempo esperando a que su voz se notara. Porque no basta con ocupar un escaño: a veces hay que dar un golpe en él.

¿Estuvo sublime? Sí, en el mejor sentido del término: inesperado, contundente y con un punto de riesgo. ¿Se la jugará más veces? Seguro que también, al fin hemos visto al político que quiere ganar y no sólo competir. Y eso, en esta política nuestra de sobreactuaciones y silencios cómplices, es casi una revolución.

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