Un examen para ser político

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Belarra dice que hay que combatir a Estados Unidos y su política de aranceles expropiándoles a los fondos americanos todas las propiedades que tengan en España. Montero pone en igualdad de condiciones la presunción de inocencia y el testimonio de una mujer. Zapatero cree que dicha presunción es aplicable tanto al acusado como a la víctima. Y los Bolaños, Patxi Nadie, Yolanda Díaz y resto de sacamantecas ignorantes que gobiernan, legislan y deciden sobre la vida de los ciudadanos acumulan sentencias condenatorias de ineficacia evidente. Vivimos en una distopía permanente y en un show cómico en sesión continua, donde los políticos ejercitan su incompetencia en prime time y los ex políticos menudean sus limitaciones entre tertulias salvíficas del corazón. Es tremendo escuchar a paletos de charca y activistas de lo suyo ofrecer lecciones de lo que desconocen con la misma solvencia con la que defienden la corrupción de un Gobierno que pudre sus raíces en la cuenta corriente de esas almas compradas.

Ante tanta necedad, e ineptitud, ha llegado el momento de exigir algo más a nuestra clase política. De nada sirve lamentarse, en esa falsa nostalgia de un pasado que en su momento ya deploramos, sobre el nivel que tenían antaño nuestros representantes públicos, cuando el sentido de Estado primaba sobre la locura autocrática. Había la misma corrupción que ahora, pero menos medios, canales e influencers que hoy para contarla. Y la paciencia de los españoles, igual de sometida, crédula en la capacidad de los votados para solucionar los problemas de los que votan.

Una tesitura que obliga a exigir, si queremos un cambio de paradigma y ecosistema, que los políticos pasen un examen de conocimiento y experiencia si quieren dedicarse a la cosa pública, un imperativo categórico refrendado por ley y con el plácet de los españoles, damnificados por tanta mediocridad e indecencia. Un control que sirva para filtrar la excelencia de la excrecencia, procurando que quienes lleguen a las Cortes y diferentes parlamentos autonómicos sean los más preparados para adquirir altas responsabilidades, capacitados para gestionar dinero público y que demuestren, y he aquí una parte importante que lo define todo, que no necesitan el dinero para realizar dicho servicio público. Me fío más de quien tiene su cuenta corriente saneada que de aquel que llega con una mano delante y la otra dispuesta a saquear lo común.

Al igual que sucede con otras profesiones, desde la medicina hasta la judicatura, pasando por los pilotos de avión o cualquier funcionario de carrera, ser político exige de unas competencias precisas que la mayoría de quienes ocupan hoy cargo público no tienen. Por mor de un sistema electoral obsoleto, ineficiente y tendente a premiar mayorías injustas y no realidades coyunturales, los que forman parte de una lista electoral tienen como única y capital misión contentar y satisfacer a quien les ha puesto ahí, que por lo general posee una formación igual o inferior al colocado y cuya autoridad viene del tiempo que lleva dedicándose al asunto, dirigido a proteger sus intereses, los cuales se resumen en uno sólo: mantenimiento del poder.

Si tuviéramos un Gobierno que reuniera, previo examen de sus integrantes, a los más capaces y preparados, si nos representaran en el Parlamento verdaderos servidores públicos que dejan a un lado su cómoda y fructífera vida privada para ayudar a mejorar su país, si se presentaran listas abiertas donde pudiésemos elegir a los que más saben y conocen, fruto de su experiencia y conocimientos, y no a los que más medran y palmean, otro gallo nos cantaría y contaría como nación. Pero en España, hace tiempo que dejó de amanecer.

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