Ena, la Reina difícil de olvidar
La Reina Victoria Eugenia, a veces referida como Ena, falleció el 15 de abril de 1969, hace 56 años, y su último viaje a España lo realizó el 8 de febrero de 1968 para amadrinar, a las siete de la tarde en el Palacio de Zarzuela, a su biznieto Felipe. Fue un acontecimiento monárquico en pleno franquismo, ya que supuso su regreso a España tras 37 años de exilio.
A pesar de los tiempos transcurridos, RTVE ha celebrado el preestreno en el cine Callao de Madrid de su nueva serie histórica para La 1 sobre la Reina Victoria Eugenia, basada en la novela ENA, de Pilar Eyre.
Ello me anima a abordar esta semana la figura de quien tanto interés despertó en mi vida profesional. Nunca olvidaré aquel paseo por el Madrid de los Austrias al que le acompañé, junto al desaparecido primer marido de mi amiga la duquesa de Alba, Luis Martínez de Irujo, su anfitrión en el Palacio de Liria, durante los días que permaneció en Madrid, tan sólo cinco, con motivo del bautizo principesco y que le trajo muchos recuerdos con la emoción y sencillez en la serena y noble ancianidad de los 80 pero con su dignidad intacta de reina.
«Este Madrid de ahora no se parece en nada al Madrid que yo dejé. Todo lo que me identificó con el Madrid que yo había dejado fue un letrero que vi en la Carrera de San Jerónimo que dice Plata Meneses y algunos dolorosos como el Palacio Real», al que se negó a entrar cuando pasamos frente al edificio. «Aquí fue el lugar donde comenzó la tragedia de mi matrimonio. Fui muy desgraciada». «Mi marido no me hizo feliz ni un solo día», me reconocería con tristeza. Por el contrario, quiso visitar el hospital de la Cruz Roja de la avenida Reina Victoria que ella había inaugurado antaño y donde miles de personas se agruparon para vitorearle. También se emocionó hasta las lágrimas cuando entramos en los Jerónimos, donde el 31 de mayo de 1906 contraía matrimonio con Alfonso XIII. «No olvides que fue la iglesia donde yo me casé. Fue para mí de gran emoción como has visto».
«Fíjate si habrán pasado años que en mi época sólo existía un hotel, que se llamaba hotel París y que creo que todavía existe hoy», me dijo aquel día.
Divertida fue la anécdota al pasar por la plaza de Canalejas recordando la bombonería de toda la vida La Violeta. «De aquí me enviaba mi pobre marido los famosos caramelos conocidos como las violetas. Luego me enteré que al mismo tiempo también se los mandaba a su amiga de turno», recordó con sentido del humor.
Atentado y falta de sensibilidad del Rey
Como era natural, al hablar de su boda no pudo por menos recordar el trágico atentado de aquel 31 de mayo de 1906:
«Fue terrible. A pesar de los años transcurridos me acuerdo como si fuera ayer. Íbamos ya hacia palacio cuando el Rey, al ver que nos arrojaban flores, cogiéndome la mano, me dijo: He prohibido arrojar flores, pero no hay peligro… Y antes de que terminara de pronunciar esta palabra, oí una gran explosión y nos vimos envueltos en humo mientras la gente gritaba y mi manto se manchaba de sangre al haber sido alcanzado el lacayo que iba al lado. Pero lo que más sentí aquel día no fue ni el susto ni lo que habían intentado hacer al lanzar aquella bomba, sino los muertos que produjo entre tanto ser inocente. Aunque el Rey, con total falta de sensibilidad, decidió celebrar el banquete como si nada hubiera pasado, a pesar de la cantidad de muertos. Pues bien, por terrible que fuera aquel suceso, para mí fue mucho peor la salida de España. La hice sola con mis hijos y uno de ellos enfermo. Mientras que, a esa hora, mi pobre marido se encontraba en Marsella preocupado en buscar un restaurante para tomarse una bullabesa». ¡Que falta de sensibilidad!
Mi última entrevista con Ena en Lausanne
Pero todo esto eran ya recuerdos tristes y dolorosos, recuerdos que han pasado por la vida de la Reina Victoria Eugenia como el sol por el cristal sin empañar su grandeza de espíritu y su generosa humanidad.
En marzo de 1969, la Reina Victoria Eugenia me recibía en su villa de Lausanne, donde por primera vez se dejaba fotografiar. Cuando me encontré con ella, le confesé que la veía mucho mejor que en aquellas emocionantes jornadas del bautizo.
–¿Qué le preocupaba a Vuestra Majestad de aquella visita?
–Que me iban a recordar como hacía 37 años y no como realmente yo estaba. Por ello, al ver aquel recibimiento, sentí un profundo agradecimiento.
Nos sentamos junto a la chimenea apagada del gran salón. El sol que entraba a raudales inundaba la estancia de una alegre luz. Y recordaba:
–En palacio tomábamos una vez a la semana cocido. Mira, cuando vivía en el Palacio de Oriente, al que me negué a entrar durante mi paseo por Madrid, al que me acompañaste… Es que había sufrido tanto por las infidelidades de mi marido, ¡tanto, tanto! Pues bien, resulta que, en el palacio, desde mis habitaciones hasta el ascensor tenía que recorrer nada menos que quince salones. Cada vez que me olvidaba algo y tenía que volver, pensaba: ¿Cuándo tendré una casa pequeña?
De repente la Reina me hizo una confidencia que me sorprendió: «Nunca debí volver al país en el que mandaba el hombre que tenía a mi hijo en el exilio. Pero mi nieto me lo rogó tan insistentemente».
También me sorprendió cuando, hablando de su marido, el Rey Alfonso XIII, me dijo: «Igual que Don Juan Carlos. Genéticamente Borbón y español: se casan enamorados, pero en seguida empiezan a engañar a la esposa».
La Reina Victoria Eugenia, que tuvo para este periodista las mayores atenciones, procuró facilitar mi trabajo, interesándose antes de mi llegada, a través de la señora viuda de Rich, su dama de compañía, si las fotos que yo había de tomar iban a ser en blanco y negro o en color, con el fin de vestir un traje de lo más apropiado. La elección no pudo ser más afortunada: Traje y chaqueta azul que hacía juego con el color de sus ojos. Un collar de perlas de tres vueltas sobre la solapa de la chaqueta y una pulsera. Para que nada faltara en su elegancia, la Reina descendió de sus habitaciones llevando en su brazo el pequeño bolso negro del que no se desprendió en ningún momento. Como siempre llevó la Reina Isabel de Inglaterra.
Como es lógico, en nuestra conversación no podía faltar una alusión a la célebre perla Peregrina. La Reina, entre sonrisas y sin darle la menor trascendencia, me contestó: «Se le ha dado demasiada importancia que es, al fin y al cabo, lo que pretendían los subastadores y compradores con tal de revalorizar la perla que vendían como auténtica, creando así una leyenda y una publicidad en torno a ella. Yo, en su día, la mostré para que se supiese que la Peregrina auténtica seguía estando en poder de quien, por tradición familiar, debía de estar».
Volvimos a hablar del viaje a Madrid y cómo lo encontró después de 37 años de ausencia. Lo que sí quiso dejarme bien claro es que ella no había dicho a Franco en su encuentro en Zarzuela que ya tenía tres borbones para elegir: padre, hijo y nieto. «¡Cómo iba yo a decir tal tontería cuando, horas antes, me había arrodillado ante mi hijo (el conde de Barcelona) al recibirme en el aeropuerto de Barajas! Fui yo quien le pidió que me diera la bienvenida en Madrid para que todo el mundo viera quién era el futuro rey de España».
Después de más de siete horas de conversación, me despedí de la Reina, que allí se quedó reclinada sobre un sofá frente al gran ventanal por el que entraba un rayo de sol que bañaba sus pies. Antes de cerrar la puerta del salón, me volví y observé que tenía cerrados los ojos, aquellos maravillosos ojos. Qué lejos estaba de pensar que los cerraría definitivamente pocos días después con su muerte.
Chsss…
El 22 de noviembre de 1975, hoy hace 50 años, España volvía a tener, después de 44 años de República y Dictadura, ¡un Rey!
Juan Carlos ha viajado a Madrid para estar en el almuerzo privado en El Pardo, concebido como una celebración familiar de los 50 años de la Monarquía.
¡Qué pena, qué pena! Haber sido tanto y terminar de esta manera.
El pasado 20 de noviembre hizo ya 100 años del nacimiento de Robert Kennedy.
Se despojó de la toga y sus puñetas para sentarse en el banquillo de los acusados y ser condenado. ¡Qué bochornoso espectáculo!
«En casa soy Carlos, no el número 1». ¡Lógico, muchacho!
Lo de Rosalía no lo entiendo ni lo entiende nadie. Dicen que es tan «importante» que hasta el obispo de San Feliú de Llobregat se ha manifestado: «Parece que vives el arte como una travesía espiritual». ¡Un poco sí que se ha pasado su eminencia reverendísima!
De manera injusta, la revista Lecturas que dirige con tanto acierto mi amigo Luis Pliego ha sido condenada a pagar 175.000 euros a Genoveva Casanova por aquellas fotografías con Federico de Dinamarca paseando por Madrid y porque aseguraba que el príncipe danés había dormido en el apartamento de Genoveva.
Según Nicolás Sartorius, el Rey emérito está envejeciendo mal. «Que diga que la democracia la trajo él, es una manifestación de su deterioro». Hombre, algo sí que tuvo que ver.
La infanta Elena ha reconocido en la inauguración del Rastrillo «que no había leído las memorias de su padre, el Rey».
El testimonio de la actriz pesa más que la defensa del político que confiaba en que la Justicia daría carpetazo a una noche de tantas en su historial de «subjetividades tóxicas».
Tras su retiro, el 21 de septiembre, no sabe en qué dedicar su tiempo. Después de la detención en Madrid en un restaurante de comida rápida y presunto delito de resistencia y desobediencia a la autoridad, ahora el aparatoso siniestro a la salida del Real Club Sevilla Golf, donde se negó a que le hicieran la prueba de la alcoholemia al perder el control de la furgoneta que conducía y el impacto contra una palmera.
Le acusaron como un estafador que había lavado el cerebro a la princesa con magia negra. Era el primer hombre de color en casarse con una princesa y encima… chamán.
El sanchismo vuela hacia el disparate. Uno más. El Ministerio para la Transición Ecológica acaba de ¡¡¡expropiar!!!… un loro que se había escapado del domicilio de su propietaria.
Padre e hijo se reunieron para tomar un té en privado después de 19 meses sin hablarse. ¡Pues qué bien!
Ella no quiere verle. Normal, después de que en sus memorias le haya puesto a parir.
Dicen que los elogios hacia su esposa son «casi a modo de contrición por su deslealtad».
Emotiva despedida del gran cantautor madrileño Joaquín Sabina, con cuya amistad me honro, jamás olvidaré el poema que me dedicó: «Hola y Adiós». Con el Movistar Arena abarrotado y puesto en pie coreando sus más famosas canciones, le arroparon en este concierto inolvidable.