La dictadura feminista de la regla

Feminista regla
La dictadura feminista de la regla
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Las leninistas del Gobierno, tipo Díaz, Montero y Belarra, han decidido, contra todas las luces de la razón científica, que la coloquial regla, llamada más propiamente menstruación, sea una enfermedad. Los sanchistas en disolución del Gobierno, con el depravado Sánchez al frente, han decidido que la regla les viene pintiparada para tapar sus vergüenzas, su pésima y sectaria gestión política, su economía en recesión, sus insultos totalitarios a todos los que no pensamos como ellos, sus mentiras de juzgado de guardia. Ambos se pelean como verduleras de cuento clásico, pero, ¡ca! en el fondo están de acuerdo: se trata de ocultar la realidad, de introducir en la tensión política una nueva patraña para que el ciudadano, ahíto de pagar ya lo que no puede, se entretenga en debates que no interesan (ni a ellos, ni más precisamente a ellas) y que encima, traerán como consecuencia más gasto, o sea, más impuestos, más tasas, mayor angostura fiscal. Y es verdad que los tipos, que los hay, y las tipas lo hacen bien: ¡Ay de aquel que se atreve a señalar que discutir la baja médica de aquellas mujeres con menstruaciones más o menos dolorosas, es sencillamente machismo de la peor especie, un ataque a las nuevas feministas que, sin descanso, están imponiendo su dictadura en todos los órdenes de nuestras vidas! Convierten a las mujeres en seres menstruantes. ¿Por qué no se dedican a predicar la completa asistencia dental en la Seguridad Social? Ese sí es un problema.

A estas violentas enragés les da igual la verdad, les trae por una higa. Resulta que ahora se apuntan ante las electoras atontadas del país el tanto de convertir un episodio biológico en una patología que no sólo necesita de bajas laborales mes a mes, sino de que éstas se paguen con dinero público ¡Qué embusteras son estas individuas! Ahora mismo -lo saben todas nuestras lectoras por íntima experiencia- cuándo una de ella acude al médico por la constancia de unas reglas especialmente dolorosas, recibe desde luego atención clínica y también la terapia de un descanso en su domicilio que incluye precisamente la abstención laboral. Es decir: en este momento, son los médicos los únicos que dictaminan si esta alteración mensual impide, a quiénes la sufran, trabajar en el oficio o profesional que mejor les convenga. Pues bien, a partir de ahora, no: a partir de ahora, el Estado se entromete en la función de los galenos y les obliga a retirar temporalmente de su empleo a las hembras que aduzcan un malestar pasajero. No hablamos en todo caso de las reglas extremadamente cruentas (esa es la palabra) o cruelmente invalidantes porque esas ya tienen atención clínica preferente y sus terapeutas las tratan en correspondencia.

Todas estas consideraciones realmente sobran. Sobran para estas agitadoras de las trece rosas cuya función primordial es ahora mismo transformar sus opiniones y deseos en cuestiones de obligado cumplimiento. Porque, por ejemplo: ¿Los médicos que se opongan a generalizar las bajas serán incluidos en listas oprobiosas de presuntos objetores de conciencia como ya sucede con los antiabortistas? No es de extrañar que así fuera, porque -ya lo verán- así va a pasar. Conozco perfectamente los riesgos que arrastra el asegurar algo como lo siguiente: esta nueva ley será contraproducente para asentar la igualdad profesional entre mujeres y hombres y, en todo caso, para que los empresarios recelen a la hora de emplear a mujeres, incluso a las más extraordinariamente capacitadas. Será así porque las bajas hay que sustituirlas, porque los ceses de actividad cuestan mucho dinero a la producción general. Esto no hay quien lo niegue. Pero, lo dicho: a los sanchistas fracasados o las feministas enrabietadas, todos estos argumentos les traen por un pimiento. Unos aprovechan la disquisición para ocultar el desastre del país que están destruyendo, y las otras para atizar un nuevo varapalo al combate real que ellas pretenden; seguir enfrentando a sangre (nunca mejor dicho) a las mujeres contra los hombres.

La mayoría de las mujeres con las que se puede hablar de este crucial asunto se niegan a considerarse enfermas porque cada veintiocho días, por lo común, su cuerpo expulse entre 20 a 75 centímetros cúbicos de sangre dentro de un proceso con que la biología ordena la fertilización. Estas feministas de pitiminí son verdaderamente antiguas porque consideran que la menstruación es una enfermedad de la que, encima, parece que tienen que avergonzarse. Son tan antiguas como los persas o incluso como aquel Hipócrates que, fruto de su tiempo, creía algo muy parecido. En algún lugar se puede leer un cuarteto asonante que contradice expresamente al médico de la antigua Grecia. Reza así: «¡Ay, si pudiéramos charlar/ tranquilamente con Hipócrates/ contarle que la sangre menstrual/ tiene enormes células madre!». Pero claro, son tan ágrafas que ignoran por completo que precisamente la sangre de cada mes contiene un alto grado de estas células madre, sí, que permiten y permitirán aún más en el futuro, construir tejidos, fase intermedia a para la «fabricación de órganos». Ahora mismo valen como marcadores fiables para diagnosticar la endometriosis o para pronosticar incluso el cáncer de cuello de útero.

Esa sangre mensual viene a indicar el estado de cada persona. Los especialistas en su mayoría distinguen el color de una sangre y de otra para diagnosticar el valor clínico o no, de cada uno de estos cromáticos. Todo esto les trae al viento a estas feministas de última generación que se presentan como los apóstoles (no me da la gana llamarles apóstolas) cuya única intención no es equiparar a los dos géneros (que son sólo dos se pongan como se pongan) sino obligar al país en general a que pague no una anomalía patológica, sino una función biológica, y exigir al mercado laboral a que se haga cargo del dispendio público. Ahora la menstruación, fase imprescindible en el proceso que puede convertir a una mujer en madre, es, casi con humor aldeano, más la Roja o la Comunista que una regla dolorosa como puede ser una migraña o las complicaciones prostáticas de un varón. Al final, se aduce torticeramente como una patraña para asentar la dictadura feminista, por un lado, o para servir de disfraz de todas las fechorías que perpetra este Gobierno por otro. Los/las protagonistas de esta encerrona están recibiendo el merecido rechazo muy generalizado, pero, no se engañen, no se pararán con esta nueva propuesta; de aquí a proclamar la condición masculina como enemiga acérrima e irreconciliable de su atroz feminismo, hay sólo un paso. Al tiempo, partido a partido como Simeone.

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