La cruz de Benifayó

La cruz de Benifayó
  • Pedro Corral
  • Escritor, historiador y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

El pasado jueves fue demolida en la localidad valenciana de Benifayó la cruz del antiguo monumento a los caídos, situada en una céntrica plaza, pese a las protestas de parte de los vecinos que pedían que al menos fuera cambiada de ubicación. La alcaldesa socialista ordenó su derribó sin más a golpes de pala de excavadora a propósito de las obras de remodelación de la plaza, pretextando la imposibilidad “técnica” de trasladarla a otro lugar.

Hace años que el monumento ya había sido “resignificado”, como se dice ahora, con voluntad reconciliadora. Sólo presentaba una inscripción que rezaba “En memoria de todos los que dieron su vida por España” y no conservaba ningún símbolo franquista, según la prensa local.

El monumento, como todos los miles de su estilo levantados por toda España durante la dictadura, había recordado antaño a los vecinos de la localidad muertos en la Guerra Civil “por Dios y por España”, tanto en el frente de batalla como en la retaguardia a causa de la represión “roja”.

Según los datos recabados en 1941 por el propio ayuntamiento para la “Causa General” franquista, en Benifayó murieron asesinados 26 vecinos. En contra de los tópicos extendidos sobre el alto posicionamiento social de las víctimas del Frente Popular, es llamativo que 11 de ellos, cerca de la mitad, fueran labradores, de entre 20 y 53 años. La lista incluye a dos maestros nacionales, lo que también desmiente que fueran sólo objetivo de la represión de los sublevados: José Moner Aparisi, de 24 años, y Vicente Molina Martínez, de 56.

La viuda de este último, María Senent, aseguró que a su marido le detuvieron después de que las milicias hallaran en un registro en la escuela una pequeña bandera monárquica “que era el guión que utilizaban los niños de la escuela en determinados actos”. El propio maestro había advertido al alcalde de que en la escuela se conservaba una antigua enseña bicolor, a lo que el regidor le respondió “que la guardase, sin darle más importancia”.

En la lista de víctimas de Benifayó está también el cura párroco, José María Reig Ortiz, de 63 años; un viejo fraile capuchino, José Sanchis Mompó, de 72 años, y cinco presbíteros de entre 29 y 37 años. Los siete eclesiásticos fueron martirizados juntos el 16 de agosto de 1936 en un lugar de Picasent. La relación de víctimas de la represión izquierdista la completan un comerciante, un industrial, un médico y un veterinario, junto con dos representantes de la legalidad republicana: el secretario y un oficial del ayuntamiento.

Además de incontables saqueos e incautaciones, los revolucionarios quemaron la iglesia parroquial, destruyendo todo cuanto se encontraba en su interior, incluidos trece lienzos de temática religiosa del pintor Vicente López Portaña, famoso también por su magistral retrato de Goya. No deja de ser llamativa esta furia destructora de las milicias contra la obra del pintor valenciano cuando su efigie sirvió de motivo a los primeros billetes de 25 pesetas puestos en circulación por la Segunda República en 1931.

Salvo los siete eclesiásticos, los vecinos de Benifayó asesinados por el Frente Popular lo habían sido después de ser trasladados a Valencia, siendo ejecutados uno o dos meses después en el cementerio de esta ciudad o en el picadero de Paterna. A pesar de ello, los franquistas llevaron al paredón a más de una decena de sus paisanos sólo por haber estado implicados en su detención.

Al término de la Guerra Civil, según la misma “Causa General”, los vencedores fusilaron a 19 vecinos de la localidad, a algunos en el mismo lugar, Paterna, donde habían sido asesinados sus conciudadanos durante la guerra. La lista incluye a dos de los tres alcaldes del periodo bélico, Ramón Domingo Estellés y Francisco Sanchis Blasco, así como a cinco concejales de la corporación frentepopulista. Todos ellos formaron parte de los comités locales creados durante la revolución.

Del resto de los inculpados, 23 fueron condenados a penas de cárcel y otros cuatro se exiliaron en Francia, según indicaba el informe municipal que consta en la “Causa General”. Otros muchos de los señalados por su responsabilidad en los desmanes de 1936 estaban en libertad y seguían viviendo en el pueblo.

Estas historias son solo un breve reflejo de las muchas que había detrás de la desaparecida cruz de Benifayó, siempre dolorosas y susceptibles de conmovernos y de movernos al respeto hacia todos los familiares que las recuerdan. El borrado de la significación originaria de la cruz se haría en tiempos sin mayores protestas de las familias afectadas, dispuestas a esa renuncia en aras de la convivencia, como ha sucedido en tantos casos.

Ahora, con la destrucción total de la cruz de Benifayó y su lema en homenaje a quienes dieron su vida por España, quedan vulnerados los recuerdos de todas las familias sin distinción. Porque se ven manipulados por una “memoria democrática” supuestamente aleccionadora frente a los atropellos a los derechos humanos, pero que da prelación a unas víctimas sobre otras dependiendo del uniforme de los victimarios. Al hacerlo, intentan hacernos desistir de compadecernos por las víctimas de uno y otro bando, ese reconciliador “abrazo de los muertos” que escribió el escritor vasco José de Arteche y que expresaba la inscripción de la cruz que han derribado.

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