Latido arriba, latido abajo
– Vox es fascista porque quiere que las mujeres que van a abortar escuchen el latido de…
– Continúa, continúa, por favor, decías que Vox es fascista porque quiere que las madres que van a abortar escuchen el latido de… ¿de los bebés?
– De…
– ¿De sus hijos?-¡Qué poco se ha leído a Nietzsche (el más coherente y sinvergüenza, en el buen sentido, de los pensadores ateos) en este mundo! Y lo lamento, porque miren, soplar y sorber, no puede ser.
– De… el proceso de…
– Del latido del ser humano que crece en su interior, no tengas pudor. El pudor, el temor y la hipocresía son el cáncer de la filosofía, del Arte y de la ciencia.
Más o menos esta conversación tuve el otro día con una querida amiga en mi imaginación. Porque aquí lo que está en juego, además de que las mujeres (y parejas) nos llevemos un mal ratito o nos pongamos colorados, es la vida de 73 millones de seres humanos abortados impunemente, por año, a pesar de que abundan métodos anticonceptivos perfectamente conocidos.
Por supuesto, permitir la vida de ese niño (y darlo en adopción, por ejemplo) es engorroso… Y trae consigo muchas más gestiones que un aborto, ¡Disculpen! ¡Salud reproductiva!
Hace años tomando un vino con una vieja amiga:
– ¿Y qué tal?
– Bien, sin novedad, la semana pasada aborté-, comentó abriendo su boca para introducir una deliciosa y enorme patata frita.
– ¿Quéeeee?-, pregunté horrorizada. Y no me horroricé porque me sorprendiera el aborto en sí. Lo que me dejó perpleja fue su banalización repulsiva.
– No te preocupes-, contestó dándome una palmada en el hombro como quien le da un golpe a la vieja radio analógica para que sintonice. -Me encuentro genial.
– Pero…- no estaba preocupada por ella (no era ella la que había sido aniquilada). Ni siquiera estaba preocupada por el bebé. Puedo comprender perfectamente que alguien aborte, buena parte de mis conocidas (y conocidos) lo han hecho, conozco ese traje nuevo del emperador a lo que llamamos ética (ese ligerísimo barniz de virtud e integridad que se despinta en cuanto nuestra comodidad o egoísmo se ven en jaque). No lo juzgo. Pero lo que no podía comprender y me asustaba era la frivolidad máxima con la que lo había realizado, asumido y, con la que, posteriormente, lo exponía, como quien expone un mural de primaria. ¡¡Qué ricas estas patatas!!
-No es nada-, decía gesticulando obscenamente y señalando su bajo vientre como quien da indicaciones al peluquero-. Te cogen y en un ratito te limpian estupendamente bien todo, y a casa. -Hablaba de la limpieza de los restos de otro ser humano (su hijo) con menos embarazo (y nunca mejor dicho) que cuando uno habla de limpiar las alfombras del coche, mucho menos. Hablaba del aborto y del legrado como quien coge un bastoncillo y se lo mete en los oídos. ¡¡Otra patatita!!
La conversación me produjo un indescriptible malestar, y no por el lado sanguinario del asunto del aborto, que es una verdadera carnicería, como sabemos los que no evitamos la realidad. Sino, repito, por su inconsciencia. Por su candidez extrema y su asqueroso (aunque no era culpa suya) desconocimiento de lo que estábamos hablando en realidad.
– Te cogen y en un ratito te limpian estupendamente bien todo y a casa. Te cogen y en un ratito te limpian estupendamente bien todo y a casa. Te cogen y en un ratito te limpian estupendamente bien todo y a casa…
Esta conversación no fue imaginaria, en absoluto, ocurrió hace casi 15 años y todavía me produce náuseas.
Naturalmente, nuestro Gobierno rechazará cualquier información que perjudique el maravilloso engranaje de su fábrica de tontos útiles, pero… por lo que a mí respecta, haga Vox, o cualquiera de los partidos de este país lo que haga, toda información que reciban las mujeres a la hora de tomar sus decisiones, con arreglo a su criterio, es buena, sí, para que las tomen desde la responsabilidad y el conocimiento, no desde la negación, ni la imbecilidad.