Contra Companys

Lluís Companys, Cataluña

No he compartido nunca la devoción que tienen muchos catalanes por Lluís Companys. Aunque, desde luego, de joven vi la película que estrenó el cineasta Josep Maria Forn (1979). Gracias sobre todo a un actor vasco, Luis Iriondo, que se le parecía notablemente.

Ahora han decidido rehabilitar al «presidente mártir», como le llaman los independentistas. El gobierno catalán anunció el martes que ha conseguido que el Estado reconozca formalmente que fue condenado por unos tribunales «ilegales e ilegítimos». Y que resultó sentenciado por «haber ocupado la Presidencia de la Generalitat». Bueno, no solo por eso. Los tres primeros meses de la Guerra Civil se saldaron en Cataluña con más de 8.000 asesinatos en la retaguardia.

No lo digo yo. Lo dice el historiador Josep Termes (1936-2011). En una obra que publicó en el 2008 en colaboración con el también historiador Arnau Cònsul: La guerra civil en Cataluña. Nadie puede acusar a Termes de revisionista porque era conocido como el «historiador de las clases populares». Recibió incluso en el 2006 el Premio de Honor de las Letras Catalanas, un galardón que otorga Òmnium. Con el tripartito en el poder. Montilla era presidente.

Companys, por supuesto, tiene sombras. Por mucho que en Cataluña le hayamos dedicado calles, plazas y hasta un estadio olímpico. Nunca fue en mi caso uno de mis personajes históricos preferidos. Si tuviera que elegir, elegiría a otros políticos, aunque la cosa está cada vez más difícil. La política catalana ha oscilado con frecuencia entre el seny y la rauxa. La hiperventilación y el tener los pies en el suelo. Prat de la Riba, Tarradellas e incluso el Pujol de la primera época dejan mucha más obra de gobierno. Me dio siempre la sensación de ser un eixelebrat, un hiperventilado. De hecho, con Macià no se podían ni ver. Pero, como dice el refrán italiano: Un bel morir tutta una vita onora.

En efecto, será recordado por el 6 de octubre y por su fusilamiento. Yo, la verdad, no le veo la gracia a levantarse contra España en solidaridad a los mineros de Asturias que, supongo, lo que querían era instaurar una república bolchevique. Con el apoyo del PSOE, por cierto, aunque ahora se pasa de puntillas. Además, guste o no, el gobierno de la CEDA era un gobierno legítimo. Que había ganado limpiamente las elecciones. Y con el voto de las mujeres, lo que todavía les jode más.

No sé por qué a ese período, la mayoría de historiadores le llaman el «bienio negro». Juan Carlos Girauta, que tiene un libro sobre Azaña, me dijo un día que era porque todos los historiadores del período eran de izquierdas.

Luego está su ejecución. No sé si hay sentencias de muerte firmadas con su puño y letra. O con él enterado, como hacía Franco. Prefiero incluso no saberlo. Pero es evidente que los primeros meses de la Guerra Civil en Cataluña no fueron un paraíso. Y él era el presidente de la Generalitat. Personalmente, siempre me pareció un hombre sobrepasado por las circunstancias.

Las salvajadas fueron tantas que se les ha querido echar el muerto a los incontrolados. Aunque todo el mundo sabía que dependían de organizaciones políticas y sindicales. Mi abuela, que era la típica catalanista y católica de toda la vida, nunca perdonó a los de la FAI que le quemaran los santos de la parroquia. «Los de la FAI -me decía de pequeño- eran más malos que la tiña».

Pero no estaban exentos de responsabilidad el resto de partidos. Por activa o por pasiva. El historiador César Alcalá me explicó un día que hasta Esquerra tenía una checa en una calle de Barcelona. Además, el caos y la revolución de los primeros meses remitió después. Pero no desapareció nunca del todo. Incluso se sistematizó con el SIM, el Servicio de Información Militar, los servicios secretos de la República.

A veces hasta mataban a los suyos. Como es el caso del trotskista Andreu Nin (1892-1937), del que no se han hallado ni los huesos. Por eso nadie se ha atrevido a escribir la biografía definitiva de Companys. Seguramente porque tendríamos un disgusto.

El profesor Xavier Pla acaba de publicar la del escritor Josep Pla, con el que no tiene relación de parentesco. Hace unos meses el historiador Joan Esculies hizo lo mismo con Tarradellas. Y años atrás Miguel Dalmau con los Goytisolo, que leí con fruición. Pero Lluís Companys sigue siendo intocable. ¿Por qué será?

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