No diga «Lluís Companys», diga «Olímpico»
En muchas de las crónicas de la prensa nacional sobre los partidos que el Fútbol Club Barcelona juega en su actual estadio provisional en la montaña de Montjuïc se usa la denominación oficial que impuso el separatismo y sus compañeros de viaje, el «Estadio Olímpico Lluís Companys», lo que es un grave error, porque es normalizar una situación anómala. Que el responsable de la muerte de más de ocho mil personas durante la salvaje represión en la retaguardia catalana durante la Guerra Civil sea objeto de tal homenaje es una barbaridad. Porque Companys, como presidente de la Generalitat, fue cómplice de las matanzas que afectaron, sobre todo, a sacerdotes y a catalanes católicos.
Cada vez que un periodista deportivo menciona al Estadio Olímpico o Estadio de Montjuic como el «Lluís Companys» está contribuyendo a ensalzar la memoria de uno de los personajes más siniestros de la política española. Que el dictador Francisco Franco lo fusilara no redime las barbaridades que este dirigente de Esquerra Republicana permitió durante su mandato como presidente de la Generalitat. De ahí que es mejor utilizar cualquier eufemismo o expresión alternativa a la de «Lluís Companys» para evitar ser cómplice de la glorificación que el separatismo y sus compañeros de viaje han levantado alrededor de uno de los artífices de matanzas siniestras durante la Guerra Civil.
Es terrible contemplar como la actual Ley de Memoria Democrática ensalza a personajes que merecerían una revisión histórica a fondo, porque muchos de ellos no pasarían ni un examen superficial sobre respeto a los Derechos Humanos. La izquierda es muy pertinaz a la hora de denunciar los crímenes y barbaridades perpetradas por el bando franquista, pero olvida, cuando no maquilla, todas las que hicieron los «suyos». Para intentar mantener el poder al precio que sea, desde el Gobierno Zapatero hasta nuestros días, el PSOE y sus aliados se han dedicado a deslegitimar a media España, la que no les vota. Y así no hay concordia posible, ya que están intentando acabar con los consensos pactados durante la Transición. Desde el siniestro pacto del Tinell, que buscaba apartar al centro-derecha de la gobernabilidad de las instituciones, a la coalición Frankenstein, el guerracivilismo de la izquierda le ha llevado a blanquear y engordar a partidos tan siniestros como los herederos de ETA o los hispanófobos de ERC.
Los que escribimos sobre fútbol no podemos evitar que el PSOE pacte con lo peor de la política española y que intente reescribir la Historia de España al gusto de los radicales más fanáticos que odian a los que votan al centro-derecha. Pero sí podemos tener el pequeño gesto de evitar homenajear a uno de los personajes más siniestros de la Guerra Civil. Si los separatistas y sus compañeros de viaje han impuesto el nombre de «Lluís Companys» al estadio que representó la concordia entre todos los españoles al ser el emblema de los Juegos Olímpicos de Barcelona’92, podemos negarnos a usar esta denominación. Porque cada «en el partido del Barça disputado en el Lluís Companys» contribuye a reivindicar el guerracivilismo que PSOE, Sumar, ERC, Bildu, PNV, Junts y el resto de fanatismos localistas nos quieren imponer. No les sigamos el juego.