Progresía a la carta

La previsible salida del narcodictador Maduro de Venezuela, gracias a la intervención de Estados Unidos, quien le ha incluido el primero en la lista de los delincuentes más buscados del mundo, está suscitando declaraciones, cuanto menos curiosas, entre los opinadores del zurderío estomagante. Sobresalen entre ellas las pertenecientes a esa élite de formadores de conciencias, clase social que no es ni alta, ni baja, ni media, sino todo lo contrario, aquellos profesores de la nada y pedagogos de todo lo que sea susceptible de ser manipulado y manejado: hablamos de la progresía, esa izquierda biempensante (si se me permite el oxímoron) trufada de principios a la carta e ideología pragmática, cuyo análisis de la realidad oscila entre la crítica no fundamentada y la opinión interesada. Esa misma progresía que sigue la propaganda terrorista de Hamás, tan falsa como peligrosa, y brama cuando Israel se defiende legítimamente del acoso, que no derribo, de sus enemigos totalitarios, pero calla consecuentemente (con su ideología a la carta) cuando el gobierno iraní patrocina la represión en las calles de Teherán o cuando el hoy capitalista, ayer maoísta y siempre comunista gobierno chino aprueba y promueve el asesinato de minorías étnicas como la musulmana uigur (aquí no hay alianzas de civilizaciones que valga).
Es la misma progresía que justificó en el pasado la intervención del ejército en Turquía cuando el orden constitucional que impuso Kemal Ataturk a principios del siglo pasado se vio amenazado, pero a la Venezuela bolivariana que no la toquen. Es siempre esa progresía, esa izquierda fanática y sectaria, que justifica cualquier acto irresponsable del socialismo del siglo XXI, o sea, del socialismo del siglo XX y del XIX, con idéntico esquema siniestro y parecidas propuestas unificadoras que hoy acaudillan, aquí en España, el lobista Zapatero, su marioneta Sánchez y los golpistas que les apoyan.
Repiten los esquemas conocidos: la instauración de la mentira, que repiten en consonancia con la máxima goebbelsiana para, seguidamente, usar y abusar de la proyección freudiana, es decir, proyectar los defectos propios sobre los demás para que parezcan defectos ajenos. La combinación de ambas tácticas, lo vemos cada día patrocinado por el sanchismo social y político -también mediático- y ese universo woke en el que conviven los colectivismos de la causita, conformando una estrategia a largo plazo manifiesta y calculada (calculadora también): la instauración en la mentalidad occidental de un esquema de valores y una moral absoluta que deben regir los comportamientos y actuaciones de todos los ciudadanos. Y no se admiten ni críticas ni cuestionamientos previos sobre el planteamiento maniqueísta.
Cuando algo viene de la izquierda, el significado que se adquiere y difunde es radicalmente distinto que cuando viene de la derecha. Así, Chávez era un revolucionario, Evo Morales, un líder de los pobres indígenas, y la Kirchner, una Juana de Arco moderna, mientras que Álvaro Uribe era, decían, un terrorista al servicio de la CIA, Bukele un fascista avant la lettre y Milei un nazi con peluca. Pero sigamos. Israel es un estado genocida y asesino mientras Hamás preside un Estado democrático, garante de las libertades y respetuoso con los derechos humanos. Como Marruecos, como Irán, como Rusia, China y tantos otros, cuya seña de identidad común es su oposición a los valores occidentales, la democracia y la libertad.
Por eso, la actual progresía y la izquierda sectaria, mimetizadas en wokismo iletrado, siguen fieles a la tradición que ya marcaron, cual senda redentora, Gramsci, Lukacs, Münzenberg o el mismo Goebbels, partidarios todos de explotar a la cultura de masas mediante la propaganda por el hecho, “el terrorismo cultural” (Lukacs dixit) o la subversión manifiesta. Casualmente, o no, todos tenían en común una cosa: ser de izquierdas. Sí, Goebbels también, a pesar de los intentos de la progresía por borrarlo de su nómina de ideólogos y atribuírselo a los liberales y conservadores actuales. Los nazis, esos socialistas (como Mussolini, como Lenin, como Stalin), copiaron de los soviéticos algo más que los campos de concentración y exterminio. También las consignas para lavar y centrifugar las mentes de los súbditos a los que se dirigían como pastores a su rebaño.
Conviene no olvidarlo. La ingeniería social progre de hoy repite los parámetros que los gurús de antaño fabricaban como mantras de consumo. El objetivo sigue siendo el mismo: erosionar, eliminar y desterrar los modos de vida occidentales, los valores judeocristianos sobre los que se ha basado dicha civilización, los principios de propiedad privada como elemento rector de la economía y la familia como sostén social predominante. A cambio, se impondría el relativismo moral, la pereza intelectual al servicio de los intereses de la maquinaria política ideal, o sea la progre, la instauración de un mundo sin responsabilidades y al servicio del libertinaje más totalitario. Los “tontos útiles” de entonces se transforman en los “tontos inútiles” de hoy, meras sombras que no se cuestionan ni se plantean el paradigma ideológico que fluye constantemente por su paniaguado cerebro. Entendemos así que, a pesar de las muertes y el exilio, aún haya millones de incautos que sigan apoyando el socialismo como protectorado ideológico, aunque resulte un fracaso político, económico, cultural y sobre todo, moral.