Una cofradía de ‘madrugá’

Una cofradía de ‘madrugá’

Voy a tratar un tema que invita a caer en la torpeza del panderetismo. Si se atisbara en este escrito -aunque fuera levemente- esa debilidad, castíguenme no leyéndome nunca más, con altivez, sin condescendencia, con un pensamiento de esta índole: «Pobre cursi provinciana». Les hablaré de las solemnidades de estos días de Semana Santa, que conforman la fiesta de la tristeza. Un fondo gris inunda cualquier escena. No bostecen, agudicen sus sentidos. Creo que, a estas alturas, ya saben que el término «vertiginoso» sellará mi lápida. Nada de templanzas, hay que empuñar la pluma con brío, sin ese freno llamado miedo. Me santiguo y me lanzo al vacío.

Comentaba esta idea ayer con un bodeguero, cuando apareció un tipo de genuina actitud torerista, con gorra campera y gran facha. Viendo que el camarero charlaba animadamente con Domecq y conmigo, dio un golpe en la barra y dijo: «¡Yo he venido aquí a que me atiendan!». Todo el bar quedó en silencio y, cuando el camarero vio quien era, nos guiñó un ojo diciendo: «Éste, antes de que se den cuenta, les está pidiendo cincuenta euros». El personaje, intuyendo que hablábamos de él, se acercó: «Ayer había un control de la Guardia Civil ahí fuera. Paró mi coche. Cuando le dije a los agentes que venía de aquí, de tomarte cinco copas, me insistieron: ‘Circule, circule’. ¡Imagínense cómo ponen aquí las copas!».

Aquel lugar, con sus jamones grasientos colgados del techo, llevaba más de un siglo conviviendo con la espiritualidad de nuestra raza. Un improvisado punteado de guitarra, una mención al gran poder, una tapita de bacalao con tomate y otra de espinacas con garbanzos, se iba llenando. Apareció una tipa muy desenvuelva con su hijo: «Ponle algo de comé, que lo he dejado con mi suegra y quería darle un filete más tieso que el ojo un tuerto. Está esmallaíto». Miré al niño que entreabría sus labios, vagando un suspiro como arrancado de la agonía. El que reclamaba las copas más cargadas y la nuerísima se miraron y se miraron, y se miraron. Salí de la taberna entendiendo más de la cuenta, todo era bulla y algazara, fuerza y garbo. Sin embargo, el luto de estos días también estaba presente.

No sólo se trata de escenas costumbristas, intuyan la poesía de la perspectiva que trato de mostrar, que no es otra que resaltar el broncíneo matiz de la parte en sombra. Huele a azahar, un olor que adormece, embriaga. Hoy estoy de una franqueza alarmante, sé de antemano que quedaré exhausta al terminar. Los misterios de la Pasión y Muerte de Cristo producen místicos arrebatos, me reconozco pequeña ante grandeza tanta. Estos días todo habla al corazón, como rocío del cielo que desciende para los fieles, como gritos arrancados del alma, esperanzas y consuelos que nacen del dolor y la amargura del Salvador: la grandiosa confianza en la vida eterna.

¿Quién se atreve a frivolizar con esto? Vírgenes sufrientes envueltas en mantos luengos que nos amparan y dulcifican las inquietudes del ser humano pecador. Quizás sea un sentimiento de superación, el color del luto inunda estos días, los cristianos los vivimos con doliente humanidad. En la tasquita también lo sabían, por eso, a pesar de las anécdotas expuestas, la cruz de grave peso, como demostración de amor y reverencia, enmarcaba estas escenas. Algo tan serio como cuando los hijos de Dios se repliegan ante el grave silencio de la noche, lleno de majestad serena, en una cofradía en la madrugá de Sevilla.

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