Aroma persistente a elecciones generales

Aroma persistente a elecciones generales

De entrada, recuerden esto: los socialistas son los trileros del electoralismo. Una vez, Manuel Chaves, presidente a la sazón de la Junta de Andalucía, oteó su propio panorama regional y concluyó con que su permanencia en San Telmo estaba algo más que comprometida, Y, ¿qué hizo? Pues pegar sus comicios regionales a los generales de España entera. El tirón de González le salió bien al ahora penado Chaves, y así pudo seguir, por ejemplo, llenando de oprobio y corrupción los ERES, la formación profesional y la subvenciones, todo lo que aún está en almoneda judicial. Son tan procaces en la administración de las triquiñuelas que, de común, cuando en las noches electorales se trata de avanzar resultados, introducen en principio y en el ordenador del Ministerio del Interior las localidades que ellos saben que les favorecen, de las otras, se olvidan. Ahora, hemos sabido que, con una anticipación que no tiene precedentes, la Moncloa ya ha encargado las papeletas a enchufados que se han chivado del encargo. Los proponentes de este momento no son tan generosamente estúpidos como para darle -esto se hacía así- el endoso al propietario de una empresa de Alcobendas, que ¡era militante de Fuerza Nueva! y propietario de un club de fútbol sala, un deporte mini que es al balompié grande lo que un bonsai lo es a un espigado olmo.

El dato mencionado no es baladí. Nadie se ha tomado nunca con tanto tiempo la fabricación de los impresos para motivar nuestros votos. Este es un dato nada político; es un posible adelanto de las intenciones del mayor traidor, incluido el felón Fernando VII, que haya gobernado nunca en España. Por tanto, el rumor del avance electoral ya tiene comprobación impresa. Pero desde luego hay más. Me cuenta un colega que bebe en fuentes autorizadas de la Moncloa, las tóxicas y las presuntamente límpidas, que el equipo de Sánchez (uno de sus miembros para decirlo más concretamente) se expresó de esta guisa cuando alguien, en un conciliábulo, le vino a sacar el nombre maldito de Iván Redondo, el alguacil alguacilado: «Ya verá ese tipo siniestro con lo que se va a encontrar». Y es que a estas horas, el país no sabe si el antiguo gurucillo de la Moncloa, al que se debe -hay que recordarlo- la formación de este gobierno social-leninista está trabajando directamente para Yolanda Díaz, la patrocinada del Papa Francisco. Si no le cobra, terminará cobrándole porque Redondo y su señora  no trabajan gratis ni para Cáritas. Más dinero para sus buchacas y menos para nuestras carteras.

Una forma clara de detener el ascenso en las encuestas de la comunista-peronista Díaz, y de lograr que el PP no se reponga de la clamorosa estupidez que están cometiendo con la disputa ininteligible entre Casado y Ayuso, es abrir las urnas para ver qué pasa. Como todo el mundo cree que los populares realmente están trabajando para un nuevo triunfo de Sánchez, éste permanece sentado en el velador de su casa okupada, la Moncloa, viendo cómo sus principales oponentes se despellejan y le ayudan a conservar su chollo desde el que está destrozando España. La cuestión estriba en conocer cuándo pensará el presidente que el horno electoral está otra vez listo para abrasar a sus rivales políticos. Ese será el instante en que sus corifeos de todo jaez llamarán al empresario de confianza para recomendarle que se dé toda la prisa del mundo en acelerar la confección de los instrumentos electorales.

Nadie ya descarta la convocatoria. Sánchez alimenta y engorda desde sus medios oficiales -que son en España casi todos  gracias a la filantropía aprovechona de Soraya Sáenz de Santamaría (¿alguna vez publicó El País una sola crítica a su gobernación?)- la candidatura general de Díaz Ayuso, porque es consciente de que una  maniobra así adelgaza el protagonismo de Casado, y le convierte en sólo un outsider frente a la popularidad de la presidenta de Madrid. Desde los medios citados ya se ha comenzado a replicar la cantinela de que hay un movimiento muy organizado en el centro de derecha para abandonar el aspirantazgo de Casado y apostar por el de Ayuso. Es tan real este mensaje, tan repetido, que parece mentira que el PP, uno y otra por decirlo claro, no se estén dando por enterados. Practican, como suele repetir un colega muy bien informado, la doctrina del «suicidio asistido», el cual consiste en dejarse morir con toda consciencia. Mientras Sánchez, acomodado en su poltrona, alienta la siguiente estrategia: dejar que los contrarios se maten y ayudarles en su obsesión.

Todo está atado y bien atado. Bien es cierto que falta para que el aroma persistente de elecciones adelantadas se convierta en un volcán inocultable, que al presidente le revelen, que lo van a hacer los matones del espionaje de Marlaska, el día y hora en que al menos dos presidentes, autonómicos, el de Andalucía y el de Castilla-León, dos prodigios en verdad de mesura y sentido común, tomen la definitiva decisión de llamar a las urnas en sus respectivos territorios. Esa y no otra es la pista que confirmará o negará la determinación, ya muy avanzada como venimos diciendo, de poner a España boca abajo con una nueva cita electoral. Por lo demás, el sometimiento bochornoso de Sánchez a los chantajes de los separatistas es una constancia que no le favorece. El caso del niño de Canet es un espanto xenófobo que le hace mucho más daño a Sánchez que los pellizcos de monja que le suele aplicar la oposición en las sesiones de control parlamentario de los miércoles, eso, desde luego, cuando a la señora Batet no le da por clausurar la sede de la soberanía nacional. Otro escándalo de este cariz no lo podrá disimular ni el dúo Barroso-Contreras, los espadachines de la Moncloa que están cociendo una plataforma televisiva que viaja desde la izquierda pelín templada a los digitales borrachos de enfermedad ultracomunista. El proyecto ya en marcha se estudia prácticamente a diario en los despachos de la Moncloa y de su pronta articulación dependerá también que el persistente aroma electoral se traslade como realidad a los colegios votacionales de toda España. Estamos en eso.

Lo último en Opinión

Últimas noticias