Las placas tectónicas del 28-A

Cualquier error de campaña puede devenir fatal en un escenario de alta volatilidad, un importante margen de indecisos y un futuro gobierno donde cada escaño vale oro.

Las placas tectónicas del 28-A
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Sísmica e imprevisible. Dos adjetivos intrínsecos al ADN de cualquier campaña electoral. Dos semanas de auténtico fuego dialéctico con el que los partidos tratan de arrogarse, con mayor o menor fortuna, el favor ciudadano.

Una campaña marcada por un ritmo frenético (no apto para cardíacos) y plagada de anécdotas. Esas anécdotas que se antojan determinantes para una horquilla de indecisos (más del 40%, según el CIS) que acabará condicionando, en buena medida, la composición resultante de las urnas. Son los llamados efectos de la “tectónica de placas”.

Errores de comunicación, interpretaciones mediáticas (perversas o no) de los discursos de los candidatos y de sus delfines y estrategias de campaña altamente arriesgadas que convierten la arena electoral en un terreno de alto voltaje de impredecibles consecuencias. Preciada materia prima, por otra parte, para periodistas, politólogos y expertos en sociología y demoscopia electoral.

Piensen en algunos de los momentos protagonizados por los candidatos de los tres principales partidos en intención de voto en estas elecciones.

Por ejemplo, el sacralizado veto ciudadano a los socialistas abrazando el mantra falaz y extenuante de una España vendida a los independentistas, en un intento por despejar cualquier atisbo de duda entre el electorado “más moderado” para lograr liderar así el bloque derecha. Una estrategia legítima, sí, pero que ataca al corazón de sus esencias (“cultura de pacto y negociación”), dinamita el relato de la lista más votada, menosprecia marcadamente el carácter constitucionalista, avalado por el devenir de la historia, del partido más antiguo del arco parlamentario y cede la agenda de España a una derecha extrema. Ha sido, sin duda alguna, uno de los movimientos más comentados de la tectónica de placas. De no salir bien y no poder reeditarse el pacto a la andaluza, se complica el viaje de vuelta al centro ideológico para los naranjitos.

No es el único. El Sr. Casado, con el objetivo de consolidar su liderazgo tras la refundación ideológica del partido dio un giro de timón “no menor”, que diría Rajoy, y optó por una renovación del 80% en las caras más visibles del PP. Ahora bien, su fichaje estrella por Madrid, Adolfo Suárez Illana (el hijo del mismísimo Adolfo Suárez), lejos de aprender de su estrepitosa etapa en Castilla-La Mancha años atrás, donde cosechó una de los peores resultados electorales de los populares en la región y nos regaló frases tan míticas como: “Me gusta Albacete porque de ahí era mi chacha”, se superó en su reaparición estelar con sus declaraciones sobre el aborto: “El aborto es similar a las prácticas de los neandertales cuando cortaban la cabeza a los niños”. El ejemplo modélico de aquel viejo dicho… “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Y pensar que este señor ocupa en las listas la posición que antes tenía Soraya Sáenz de Santamaría… ¡Una pena!

Claro que el propio Pablo Casado no se quedó atrás cuando, en una intervención reciente en el programa El Hormiguero, redujo la corrupción estructural del PP, que motivó la primera moción de censura exitosa de la historia de nuestra democracia, a “un par de sinvergüenzas”, lo que forzó a un atónito Pablo Motos a replicar: “Bueno, un par o dos pares”. No hemos aprendido nada.

Sin embargo, el patinazo más reciente y que, por su proximidad a los comicios del próximo domingo, más daño e impacto podría causar es la deficiente gestión que el equipo de campaña de Pedro Sánchez ha hecho de la participación del candidato socialista en los sonados debates electorales. Y es que tras la decisión de la Junta Electoral Central de vetar la presencia de Vox en el debate a cinco organizado por Atresmedia para el 23 de abril, el único al que Sánchez, por motivos de rédito y estrategia electoral, pensaba asistir, se deshizo el castillo de naipes ideado por su spin doctor por excelencia, Monsieur Iván Redondo, y por el secretario de Organización del PSOE y aún ministro de Fomento en funciones, José Luis Ábalos.

Con el nuevo escenario a cuatro, Sánchez optó por privilegiar la oferta de RTVE, pero el resto de candidatos ya se habían comprometido con la privada, así que el líder de los socialistas, en vez de atender inicialmente los consejos y recomendaciones (en ocasiones virtuosas) de sus adversarios políticos y acudir a ambos debates, optó por humillar a la pública forzándola, con la estrecha colaboración de su administradora única, Rosa María Mateo, a cambiar la fecha del debate del 22 al 23 de abril, haciéndola coincidir con la cita del grupo Atresmedia, con el único fin de que sus rivales políticos cediesen a sus exigencias.

El desenlace es por todos conocido: dos debates, un presidente que rectifica por la presión de las cadenas, los partidos y los ciudadanos y una televisión pública instrumentalizada que ve entredicho su credibilidad gracias al partido que, paradójicamente, venía a regenerar la democracia, reforzar las instituciones y a blindar su independencia. El choque de placas ha generado un seísmo que, incluso en Semana Santa, pese al protagonismo de lo religioso, no ha pasado precisamente desapercibido. ¡Pintan bastos!

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