En el Tarajal, a pie de valla

En el Tarajal, a pie de valla

Hace unos días, me desplacé junto con mi compañero en el Parlamento Europeo Javier Nart a Ceuta, con la idea, en primer lugar, de mostrar mi agradecimiento a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que custodian la frontera con Marruecos, por el encomiable trabajo que realizan, las más de las veces en condiciones ciertamente adversas. Cumplimentado lo urgente, pasamos a lo importante: conocer esa labor de primera mano y sobre el terreno, a fin de trasladar las reivindicaciones al Parlamento Europeo con conocimiento de causa. En cualquier caso, no se precisa de una especial habilidad en la diagnosis para percatarse de que hacen falta muchos más efectivos para contener las incesantes avalanchas de inmigrantes ilegales. De acuerdo con las cifras que maneja el Sindicato Unificado de Policía, unos 120.

El domingo, sin ir más lejos, alrededor de 300 personas protagonizaron un asalto masivo a la valla de Melilla por la zona de Rostrogordo, que se saldó con un inmigrante muerto —estaba aquejado, al parecer, de una dolencia cardiorrespiratoria previa— y nueve guardias civiles con lesiones de diversa consideración. Frente a la lírica buenista, que en pretendida analogía con el muro trumpiano, da en despreciar la progresiva sofisticación de los métodos de contención, lo cierto es que éstos se han revelado como un elemento disuasorio crucial. Las vallas funcionan, qué le vamos a hacer.  Ahora bien, la gestión del problema debe ir acompañada de una batería de acciones preventivas y en ese punto es inexcusable que Marruecos se implique  mucho más de lo que ha hecho hasta ahora y, sobre todo, que lo haga con honestidad y determinación, es decir, sin acompasar su mayor o menor dedicación con la obtención de prebendas, de suerte que unas veces abra la mano y otras la cierre.

Nuestro país vecino debe comprometerse, por ejemplo, a dotarse de un plan de centros de internamiento que permitan abordar la cuestión en origen, y España ha de insistir en la mejora de sus CETI sin que ello comporte que las administraciones locales detraigan recursos de otras partidas. La frontera con Marruecos no es una frontera únicamente española, sino también europea, por lo que es la Unión Europea quien debe procurar los medios para blindarla. El Ayuntamiento de Algeciras —valga el ejemplo por tratarse de una población cuyos CETI se colapsaron este pasado verano— no puede dar respuesta a unos requerimientos que conciernen a todos y cada uno de los países que integran la Europa comunitaria.

Gracias a la atención que nos prodigaron los compañeros del Sindicato Unificado de Policía, que hicieron hincapié, por cierto, en la necesidad de no despreciar el uso de la devolución, también denostada por la corrección política. Tuvimos ocasión de visitar el paso del Tarajal, además de soportar las habituales avalanchas de ilegales, la frontera es permeable a los llamados porteadores, mujeres en su mayoría. Se calcula que entre 25.000 y 30.000 personas pasan a diario de Marruecos a Ceuta; de ellas, buena parte se dedica al trasiego de textiles, aprovechando la ausencia de aduana entre Ceuta y Marruecos. Sea como fuere, y tal como pudimos recabar de empresarios de la zona, el goteo de esta actividad ha redundado en la práctica desaparición de la actividad turística, sobre todo en el segmento dedicado al lujo. Ni España ni Europa pueden permitirse más dilaciones a la hora de abordar seriamente un fenómeno que, por sus características, tiende a sumir en el atraso a nuestras ciudades autónomas en el norte de África.

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