La náusea postETA

La náusea postETA

Al terrorismo o se le combate o se le sufre. Hay una tercera opción: se puede ser colaborador, cooperador o cómplice de los pistoleros más repugnantes. Pero, incluso en el caso de ETA, quienes de forma tan miserable se han comportado han terminado rindiendo cuentas ante la justicia, aun no habiendo apretado el gatillo. Existe todavía una fórmula más, en las antípodas del rechazo a esta banda, que se antoja igualmente nauseabunda aunque de su ejercicio no deriven responsabilidades penales. Es a la que acuden numerosos dirigentes de Podemos y sus confluencias cuando ‘entienden’ la violencia política, cuando tratan de explicarla y se asoman al borde del precipicio ético de su justificación, cuando incomprensiblemente con la cabeza alta comparecen en actos públicos junto a etarras, filoetarras o, peor aún, ejercen de hospitalarios anfitriones de estas alimañas descapuchadas.

El episodio desvelado por OKDIARIO de toda una alcaldesa de Barcelona negando a la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas el uso de unas instalaciones municipales para rendir homenaje a los asesinados en el atentado de Hipercor es un monumento a su miseria moral y la retrata en su enanismo político y su menguante talla humana, ésta última —en clamorosa paradoja— de la que con tanta frecuencia ha alardeado en la defensa de ‘causas nobles’. ¿No lo es acaso la de atender las necesidades y las demandas, las reivindicaciones que salen de las entrañas, el sufrimiento y el dolor de quienes han sido durante décadas acosados, amenazados, chantajeados, extorsionados, mutilados o muertos? ¿Puede haber alguna causa más alta que la que encarnan los familiares de quienes han dado su vida por España, por la democracia y por la libertad de todos, incluida la de la otrora superwoman de la lucha antideshaucios?

No nos engañemos. El deplorable episodio del diputado podemita Eduardo Santos Itoiz explicando nada menos que en las Cortes Generales que a su partido le da “pánico moral” tener que elegir entre “estar con los terroristas o con las víctimas” ni por supuesto es un desliz o un patinazo o un lapsus, ni —lo que es más grave— puede ser encapsulado y aislado, reducido a desafortunada anécdota. Al contrario: es el vivo ejemplo que define a una camada de políticos que con el final de ETA se sienten cómodos cediendo centros culturales para que siniestros personajes como Otegi difundan sus abyectas soflamas, mientras a quienes este sujeto ha humillado les niegan el pan y la sal articulando toda suerte de pueriles excusas o propalando denigrantes e increíbles argumentos.

¡Qué razón tiene la AVT! Ahora que el puñado de asesinos que sigue campando por sus respetos parece dispuesto a montar un circo para entregar un puñado de pistolas oxidadas y unos cuantos paquetes de pólvora mojada es de vital importancia defender “el verdadero relato” de lo que ha pasado. Los partidos que han estado hombro con hombro luchando sin reservas, sin tregua y sin complejos contra estas sabandijas lo tienen fácil. Más ardua es la tarea de quienes, enfundados en camisetas moradas o en círculos antisistema no creen en la propia esencia de ese relato verdadero, que es simple y rotunda: quienes llevan manchadas las manos de sangre de la destrucción humana y material que han generado sólo merecen nuestra distancia y nuestro desprecio; quienes han caído a manos de estos verdugos, nuestra compasión y nuestra admiración.

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