‘Saltburn’: la película de la que todos hablan y que merece la pena
Se estrenó durante los últimos días del 2023 y ya es el fenómeno cinematográfico de la temporada. Saltburn es la película de la que todos hablan y que merece la pena ver y analizar. Emerald Fennell ofrece, en su segunda película como directora, un derroche de poderío visual, mala leche y sátira social. Una trama que va calentándose poco a poco y que explota con un final tan marciano como inquietante. Una pequeña joya que cuenta con tres de las escenas más impactantes vistas en años y que reflexiona sobre el deseo, el amor no correspondido, la lucha de clases y la falsa caridad. Una revisión moderna de El talento de Mr. Ripley bajo el prisma de la revisión política de Parásitos y con muchos ecos de Truman Capote, Almodóvar o Pasolini.
Una joven prometedora fue la película indie revelación del 2020. Nominada a varios Oscar, se llevó el de Mejor guión original gracias a una historia feminista, oscura pero adornada con música de Paris Hilton que, más allá de la lectura social, reflexionaba sobre la depresión y los anclajes emocionales que no nos dejan avanzar en la vida. Con esta cinta nació Emerald Fennell como directora. Antes la habíamos visto como actriz ( Interpretó a Camilla Parker de joven en la tercera y cuarta temporadas de The Crown) pero ahora se ha asentado como una narradora excepcional, algo que confirma con Saltburn, película que se ha estrenado directamente en Amazon Prime Video y que ha supuesto un auténtico fenómeno en redes sociales.
Estamos en la universidad de Oxford en el año 2006. Un joven de origen humilde llamado Oliver Quick establece una amistad con Felix Catton, heredero millonario y carismático quien le invita a pasar un verano en Saltburn, la mansión familiar. A partir de ahí, el ascenso social, las mentiras y el deseo harán acto de presencia. A grandes rasgos, la historia es casi un calco de la saga Ripley escrita por Patricia Highsmith ( y llevada al cine en multitud de ocasiones): el psicópata pobre que quiere dejar de ser él para mutar en alguien al que considera mejor. Aunque, en realidad. Emerald Fennell se ha inspirado más en Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh.
A nivel de guion, la película mantiene su fortaleza gracias a las corrientes subterráneas que relacionan a los personajes. Por ello, cuando se presenta la familia adinerada, nos puede recordar a ese retrato tan descarnado y tronchante que hizo Bong Joon-ho en Parásitos. En ambas películas, la clase alta está retratada como un enjambre de personas narcisistas, bienintencionadas pero profundamente egoístas que no paran de poner excusas para no admitir su maldad. Son, al final, el blanco más fácil para los carroñeros. Como si se tratase de Eva al desnudo, en Saltburn, la ‘mosquita muerta’ resulta ser el depredador, el director de una orquesta cruel y sanguinaria.
Narrativamente se le podría echar en cara a la película lo apresurado de su final. En menos de media hora se van sucediendo los acontecimientos más impactantes sin tomar aliento. Tanto atracón termina por hacer que se pierda la credibilidad y la sutileza que también funcionan en el resto del metraje. Eso sí, como se ha mencionado antes, la cinta posee tres de las escenas más emblemáticas del cine de la última época: la última (ese plano secuencia que sigue al protagonista desnudo por la mansión, bailando y triunfante); la del cementerio (con necrofilia incluida) y, por supuesto, la de la bañera. En un plano en el que Oliver lame y bebe los restos del agua que acaba de usar su amado, Fennell condensa lo mejor del arte transgresor de los 60 y los 70. Una proeza visual que le guiña un ojo a Pasolini, a Bukowski, a Bertolucci e incluso a Almodóvar. Una escena nacida para provocar pero que esconde el secreto de la película: la visceralidad del amor no correspondido y el martirio de nuestros propios complejos.
Saltburn es una gozada visual. Un alarde de poderío estético con planos muy cuidados, juegos de luces, sombras y reflejos y una producción de arte hipster y preciosa que recuerda a productos postmodernos como la serie Euphoria. El montaje, siempre al servicio de la historia, se luce en las escenas más íntimas, en las elipsis y en la manera que tiene de esconder las sorpresas y los giros de guion.
Pero no se puede hablar de Saltburn sin mencionar a su elenco. Lo de Barry Keoghan es de otro planeta, la mejor decisión de casting de los últimos años y un trabajo que merece todos los premios del mundo. Jacob Elordi, por su parte, era la mejor elección para un papel de sus características. Y, como siempre, Rosamund Pike roba todas las escenas en las que aparece.