Una enfermera de Bilbao relata por qué dejó de trabajar en los quirófanos donde se practicaban abortos
María Martínez López, enfermera de profesión de Bilbao, ha relatado de manera detallada cómo se realizan los abortos en las clínicas ginecológicas españolas en un acto organizado por la Diócesis de San Sebastián el pasado mes de mayo. Trabajaba de lunes a jueves por las mañanas en un centro ginecológico donde, según su relato, se llevaban a cabo interrupciones del embarazo cada 15 minutos en «la planta del infierno» y su trabajo consistía, tal y como explica en su intervención, en acompañar a las pacientes a boxes para «aislarlas y que nadie pudiera influir en su decisión».
Martínez López explicaba en su relato que en los quirófanos se tienen «materiales muy sencillos» porque, «en realidad, para practicar un aborto no se necesita mucho, por eso es muy rentable. Sólo dos personas, el ginecólogo y la enfermera que acompaña a la paciente que ha decidido abortar. De alguna manera, es barato».
«La chica que decide abortar llega temprano, sobre las 8 de la mañana y a partir de ahí cada 15 minutos pasaba una paciente a quirófano»
Según comentaba, su labor, «que era mi talento, lo fundamental era conseguir que no dieran problemas, ese era mi trabajo». Prosigue explicando que «la chica que decide abortar llega temprano, la primera mujer llegaba a las 8 de la mañana y cada 15 minutos pasaba una paciente más. Este es el primer paso, se la aisla para que no haya marcha atrás ni influenciarla en el último momento».
«De mi mano va a quirófano y ya no ve nada más. No se les da nada, van nerviosas, pero decididas en este primer momento. Me siento a su lado y repito como un papagayo frases hechas», prosigue la enfermera en su intervención. «Esta mano es la que ellas cogen –y levanta una de sus manos–, es a lo único humano a lo que se agarran, aunque, la verdad, mi mano en estos momentos no era muy humana», explicaba.
«Yo era proaborto, creía que hacía un bien a la mujer que había tomado la decisión»
Contaba, además, que las pacientes «entran en temblores, se creen que es por el quirófano, pero es un temblor del alma. Sigo explicando lo que va a pasar a continuación y ocurre lo que llamamos ‘la caza del bebé’. Se rompe la placenta, la casa del bebé, para que salga el líquido amniótico, se va rompiendo la caja torácica, el cráneo y todo para que pueda salir del útero y después ser aspirado». Y añadía Martínez López que ella «creía que sólo habíamos destrozado la vida del bebé, pero no es así, destrozamos la vida de cuatro personas: la de la paciente, la del ginecólogo, la del bebé y la mía».
«Se agarraban al mal», decía, «mi conciencia estaba adormilada bajo la capa de mentira de que estaba haciendo lo correcto. Yo era proaborto, creía que hacía un bien a la mujer que había tomado la decisión, pero la verdad es aún peor, la verdad es que tenía que pagar mi hipoteca».
«Ese era mi trabajo todos los días de lunes a jueves, todas las mañanas. Tras el aborto llegaba el arrepentimiento, algunas creían que no lo habíamos practicado y no querían entrar en quirófano. Imaginaos cómo era traerlas a la realidad. A nosotros –por la clínica– no nos gustaban los problemas porque los problemas no nos daba dinero». Y concluyó Martínez López señalando que «el corazón cuando se vive en la oscuridad se endurece mucho y el mío estaba ya terriblemente duro».
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