Una siesta superior a 30 minutos se asocia con más riesgo de obesidad abdominal
En general, la siesta es beneficiosa para las personas con una tendencia genética a seguir esta práctica; sin embargo, puede suponer un riesgo de obesidad en aquellas que no tienen ese condicionamiento genético
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La siesta es beneficiosa o no según tu genética, que determina, entre otras cosas, el posible riesgo de asociar obesidad, incidiendo también de manera determinante otros factores, como la duración de la misma. Así se ha señalado en el transcurso del XX Congreso Nacional de la SEEDO, que ha reunido en Santiago de Compostela a más de un millar de profesionales relacionados con la prevención y abordaje de la obesidad.
Y es que la tendencia a dormir la siesta, aparte de connotaciones culturales y sociales, tiene una importante base genética. «Distintos estudios realizados en gemelas y mellizas han determinado la heredabilidad de la siesta; además, estudios de genoma masivo están permitiendo identificar cuáles son los genes que se asocian con la propensión a dormir o no siesta», asegura Marta Garaulet Aza, catedrática de Fisiología de la Universidad de Murcia y directora del grupo de investigación en Nutrición del IMIB (Instituto Murciano de Investigación Biomédica).
Gracias a las investigaciones de este grupo, muchas de las cuales forman parte de la tesis doctoral de la nutricionista María Rodríguez-Martín, se ha podido identificar una genética de siesta, es decir, una propensión genética a dormir la siesta. Esta genética de la siesta se asocia con su frecuencia, es decir, aquellos que tienen una mayor propensión genética suelen dormir más frecuentemente la siesta. Este hallazgo tiene una importante traslación a los efectos beneficiosos/perniciosos para la salud de este hábito y, en concreto, incide significativamente en el riesgo de desarrollar obesidad.
Siesta ¿sí o no?
«La siesta es beneficiosa o no dependiendo de la propensión genética que tenga el individuo: si una persona tiene tendencia genética a dormir la siesta (es decir, un score poligénico elevado), la siesta en general es beneficiosa; sin embargo, para aquellos que no tienen una propensión genética, si la duermen tendrán mucho más riesgo de engordar», detalla la catedrática Marta Garaulet, que también recuerda el importante papel que tienen otros factores y que influyen en si la siesta es beneficiosa o no, como es su duración. Y es que «una siesta corta (de menos de 30) es beneficiosa, mientras que una siesta larga se asocia con obesidad».
Los mecanismos implicados en este fenómeno se encuentran en el tejido adiposo. La expresión de los genes en el tejido adiposo se aplana con la siesta, lo que produce como consecuencia un peor funcionamiento metabólico del tejido adiposo abdominal, «lo que explicaría porque la siesta larga se asocia con obesidad abdominal», aclara la investigadora Marta Garaulet. Una siesta muy prolongada produce una serie de alteraciones en el tejido adiposo, provocando un aplanamiento de un 83% en la expresión de sus genes metabólicos (especialmente genes relacionados con el metabolismo lipídico, insulínico y del reloj, circadiano), aumentando el riesgo de presentar obesidad abdominal y alteraciones metabólicas.
Pero, además, cuando la siesta es larga, se suele presentar el llamado fenómeno de «inercia del sueño», «de forma que nos levantamos despistados, un poco mareados, como si nos despertaran a mitad de la noche, ya que la siesta larga alcanza fases de sueño profundo». Para tratar de evitar esto, se recomienda que «la siesta se haga en el sofá, y no en la cama»; además, «si una persona tiene una tendencia genética a dormir la siesta, que la duerma, pero programándola para que sea corta», aconseja Marta Garaulet.
A raíz de los estudios en los que ha participado esta experta, se ha descubierto que la siesta se asocia con obesidad, pero en poblaciones en las que esta práctica no está envuelta en su cultura. Así se ha comprobado, por ejemplo, en Inglaterra, donde no hay tradición de dormir siesta, ni tampoco mucha oportunidad ello y, además, este hábito no está bien visto. Sin embargo, como llama la atención la investigadora de la Universidad de Murcia, «cuando tratamos de replicar estos estudios en España, observamos que aquí, en general, la frecuencia de siesta (es decir, cuántas veces se duerme siesta a la semana) no se asocia con obesidad ni tampoco con la presión arterial, a diferencia de lo observado en Inglaterra».
Otras alteraciones del sueño y obesidad
La cronobiología es la ciencia que estudia la biología de los seres vivos, y en especial del ser humano, en función del tiempo. Los ritmos circadianos son los ritmos biológicos que se producen durante el día y la noche, siendo sobradamente conocido que alteraciones en estos ritmos circadianos dan lugar a fallos en la función de distintos órganos y tejidos. Como ha explicado en su charla Marta Garaulet, estos ritmos circadianos están regulados por el núcleo supraquiasmático y están sincronizados por la luz, la actividad física, la hora de la comida y el sueño.
Distintas alteraciones del sueño, como el insomnio, la duración insuficiente de sueño, acostarse tarde o el «jet lag» social, se asocian con un mayor riesgo de desarrollar obesidad, conociéndose actualmente muchos de los factores que influyen en esta asociación e identificándose de forma exhaustiva los cambios que el sueño produce en el tejido adiposo de los seres humanos.
Tener un sueño nocturno corto también tiene un componente genético. Hay personas que tienen un sueño nocturno de muy escasa duración y que, sin embargo, se levantan descansadas, algo que no sucede en otras. «Esto es así porque hay genes para sueño corto, que determinan de alguna manera una tendencia a dormir menos sin que ello se asocie con un menor descanso u otros problemas derivados», indica Marta Garaulet.
Pero, en general, las personas que tienen un sueño insuficiente, en relación con su genética del sueño, tienen más alteraciones en el tejido adiposo abdominal y presentan mayor resistencia a la acción de la insulina, lo que puede dar lugar a alteraciones metabólicas. Además, el sueño corto o insuficiente puede producir alteraciones en hormonas del apetito, como la grelina y la leptina. Puede también producir una disminución de la inmunidad del individuo, alteraciones cardiovasculares (como la hipertensión arterial) y también problemas de memoria y una alteración del estado de ánimo.
En general, los españoles tienden a dormir poco, una situación que resulta especialmente llamativa y frecuente en los adolescentes, en los que se aprecia un aumento sustancial de horas insuficientes de sueño, en una proporción mucho mayor que en otros países europeos. Por eso, como concluye la catedrática de la Universidad de Murcia, «es importante insistir en que el sueño es fundamental, es un pilar de la salud y es necesario que sea suficiente y de calidad».