Vivir un Teresa Sapey marca de por vida

Palma vivió una de esas veladas donde la elegancia se mezcla con el talento y la amistad. Teresa Sapey, reconocida arquitecta e interiorista de proyección internacional, abrió su casa junto a su hija para recibir a un grupo de invitados con peso propio en el panorama social y cultural.
Ágatha Ruiz de la Prada, icono de la moda española y eterna embajadora del color y la creatividad, llenó de luz la noche. Lolo Garner, que ya está trabajando en la escultura retrato de Leonor, es una figura habitual de la vida social balear, porque el que no está no existe, y por eso Ángela Gonzales, vinculada al mundo del arte y el diseño, compartió espacio con Mar Aldeguer Gordiola, heredera de una histórica tradición vidriera mallorquina. Edgar Gonzales, empresario de visión cosmopolita, acudió con su hija Francesca Heathcote Sapey, joven promesa con inquietudes internacionales. La siempre elegante Federica Grignolo aportó su toque europeo, mientras Francesco y Charlotte Vanni D’Archirafi, ligados a la diplomacia y la alta sociedad italiana, conversaban animadamente con Eduardo Illa, referente empresarial y gran conocedor de la escena cultural.
Fue una noche donde el diseño, la moda, la tradición y la vanguardia se dieron la mano, con Palma como telón de fondo y con la hospitalidad de Teresa Sapey como hilo conductor. Me encantó ver a Clara Carvajal Argüelles, siempre tan centrada en su obra artística y en como quiere hacerla evolucionar. Clara es hermana de mis queridos amigos los condes de Fontanar, herederos de mi querido Paco, el pintor de lo imposible, el constructor de lo bellamente posible, con su gran obra póstuma, su retrato sobre las paredes de un palacio castellano en el pueblo de Baltanas. Me gustó ver juntas a Teresa y a Clara, ambas saben lo que quieren y huyen de tonterías de salón, aunque las saben interpretar muy bien pues nacieron para eso. Y con Agatha ya vamos con tres portentos admirables, y al parecer invencibles.
Eduardo Inda apareció con prisas, pero impecable, junto a sus hijos, Palma e Inda han formado una especie de matrimonio para toda la vida, pues encajan a la perfección. Así, algunas pinceladas de humor convierten una crónica común en seria y elegante, resaltando trayectorias con más formalidad para que nuestros lectores conozcan no sólo a los grandes que destacan en las actividades “de sociedad”.
La inauguración de una exposición de pintura congregaba antiguamente a las familias mas distinguidas que deseaban dejarse ver interesadas y sobre todo deseadas, por sus colecciones exquisitas creadas por curadores mas exquistos todavía. En ese mundo tan alejado de la sofisticación de antaño y de la reverencia a la que inducia la creación máxima devenida en obra excelsa. En obra maestra ni más ni menos.
Entre dos aguas navega Teresa Sapey, y ahora también su hija. Por una parte está la creación arquitectónica, que busca la alegancia funcional, la que incluye también el interiorismo como parte de un proyecto trabajado en equipo que ha de resultar siempre perfecto, si no pluscuamperfecto. Sapey busca la excelencia en gramos sumo incluso en los detalles que parecen insignificantes, pero que lo son todo. Un color para pintar un parking no puede ser cualquier color porque el parking, si sale del estudio Sapey no será jamás cualquier parking. Hay que ser ilustrada y criada, como Teresa , en hacer ver al mundo que lo común y corrientees hasta de extrema gravedad patrimonial en muchas ocasiones.
En Palma Teresa posee una antigua casa señorial que recreó con sus armas infalibles, un palacio Gótico convertido en el gran palais mas obvio que puedan imaginar. Entras chez Sapey y los colores de los plásticos reciclados, los colores alegres, como en el mural que marca el lugar que ocupa la escalera ya icónica en el mundo del arquitecto interiorista que busca la genialidad, llaman inmediatamente la atención. Teresa es puro nervio, pero sabe controlarlo. Es humilde, se lo aseguro, y sin embargo exquista en todo lo que hace, también en las recepciones que organiza en su casa. Es donde más Teresa es, pues nos hace creer que el picnic que ha organizado en los salones de la planta baja, rodeada de arcos románicos que salieron de entre los muros de esta casa de siglos situada en el corazón de la ciudad, es a modo de camping elegante. Se nota en las bandejas depositadas sobre las mesas con los mejores manjares de clara inspiración familiar.
Los postres marcaron la nota que hizo la noche aún mas especial y emotiva. De la cocina salieron fuentes repletas de limones y naranjas helados, los de nuestra infancia, y también el clásico medio coco servido en su cáscara. Sólo por ese detalle merecen una gran ovación, y un gracias por devolvernos a cuando más felices fuimos. Así acabó la velada, cuchara en mano, limón o naranja en la otra, una gran sonrisa italiana y española mientras hurgamos en el fruto congelado para que no quede ni pizca de helado pegado a la corteza. Eso es muy Teresa Sapey, y muy Agatha también.