¿Y ahora qué?
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En los últimos 20 meses, desde que irrumpió en nuestras vidas la famosa pandemia, hemos sido testigos de cómo el mundo entero se pone en pausa y se reactiva a ratos, también de la instauración de la monotonía informativa en clave de infección, del dolor y la impotencia, de luchas políticas con pinceladas de sensatez ocasional pero, sobre todo, de lo importante que es la ciencia y del rol fundamental de los que sanan y nos cuidan.
Son muchas las lecciones aprendidas en esta debacle sanitaria y humana provocada por un simple microrganismo. Una emergencia de salud pública que, por lo menos, ha servido para que la población pueda constatar de forma muy cercana y palpable el trabajo abnegado y silencioso de más de 300.000 enfermeras y enfermeros. Enfermeras, ni héroes ni nada. Enfermeras, que no es poco, miles de personas con una vocación marcada de cuidar y salvar vidas. Mujeres y hombres que expusieron a la infección sin medidas de protección en un principio, sin descanso, sin egoísmos, pero con miedo, con el temor de llevar el virus a casa, de no poder atender a todos los afectados, de lamentar las vidas que se iban en la soledad de una cama sin seres queridos alrededor.
Ahora, tras una de las campañas de vacunación más importantes de la historia, comandada por la Enfermería, empieza a atisbarse un retorno a la normalidad. En el plano puramente sanitario, es preciso retomar las consultas, el seguimiento y los diagnósticos de otras enfermedades sin relación con el COVID-19. Los estudios epidemiológicos pronto nos desvelarán los daños colaterales de la pandemia, los casos de cáncer, diabetes o hipertensión sin tratar, con sus nefastas consecuencias. Pero ese alivio en la letalidad del virus que ha traído la vacuna puede que implique una involución en la situación de las 325.000 enfermeras españolas una vez queden fuera del foco mediático. Sí, los políticos se han hartado de agradecer la labor de los profesionales sanitarios, particularmente de las enfermeras y enfermeros, han inaugurado estatuas, esculturas, monolitos y jardines, han sacado su más emotiva y quebrada voz en los discursos. Muchas gracias. De corazón.
Pero hablemos mejor de por qué España está a la cola de Europa -con países como Chipre, Letonia o Grecia, con todos los respetos- en número de enfermeras en relación a los pacientes que deben atender. Abordemos que formamos -con dinero público- a especialistas en Geriatría, Salud Mental o Pediatría para que luego no aporten sus conocimientos tras seis años de estudios en esos servicios. Hablemos de que las enfermeras son relegadas a un nivel inferior en la categoría laboral cercenando sus derechos. Hablemos de que no hay enfermeras escolares. Hablemos de que el sistema sanitario desperdicia el talento de los profesionales sanitarios mejor preparados del mundo -y por eso hubo que emigrar en busca de condiciones salariales y profesionales dignas-. y concluiremos que o bien el sistema sanitario cambia el foco del curar al cuidar o no podremos atender a una sociedad española envejecida y aquejada de patologías crónicas.
Esperamos que los medios de comunicación no pierdan el foco, ya que tan bien han sabido reflejar nuestro trabajo durante la pandemia. Y cómo seguimos y seguiremos acompañando al paciente, las 24 horas, los 365 días del año. Sin duda, es muy buena noticia que publicaciones como OK Diario, apuesten por la información de salud con contenidos rigurosos y atractivos en su nuevo portal de salud. Hay miles de páginas con información enfermera por escribir, en todos los campos de la sanidad, mucho más allá de la pandemia y su regusto amargo. Periodistas, editores, propietarios de medios de comunicación, por favor no emulen a -la mayor parte de – los políticos. Las enfermeras y sus pacientes se lo agradecerán.
Presidente del Consejo General de Enfermería