Apuntes Incorrectos

La Yoli, esa comunista peligrosa con zapatos de Dior

opinion-miguel-angel-belloso-interior (7)

La fuga de Pablo Iglesias sorprendió al presidente Sánchez desprevenido en Francia, en una cumbre bilateral con Macron y delante de la tumba en Montauban en la que está enterrado Manuel Azaña, que de haber podido resucitar habría escupido a estos personajes tan contemporáneos como hipócritas, sin duda al nuestro con más saña. Al parecer, Iglesias telefoneó a Sánchez poco antes de hacer pública en ‘youtube’ su decisión de luchar “contra el fascismo” en Madrid y de arremeter contra la “derecha criminal”. He de confesarles que para mí resultó un choque. No imaginaba que abandonaría las prebendas de la Vicepresidencia de este modo. Pero yo soy una persona esencialmente ingenua, incapaz de entender la complejidad de la maldad humana y la inclinación frecuente hacia la vileza.

Pensándolo después un poco, se me ocurre, como explicación, este lema tan simple de que la cabra siempre suele tirar al monte. Es decir, que, una vez degustado el Gobierno, resulta muy difícil y aburrido formar parte de su entraña siendo un antisistema radical como es el caso. Y que, por tanto, Iglesias ha decidido volver a su lugar de origen, a su comedero de patos, que es la calle, la agitación permanente, la quema de contenedores, los adoquines contra la policía, la exaltación de toda la podredumbre moral que campa entre los jóvenes del país malversados por el desempleo, la droga, las televisiones del régimen y un sistema educativo depravado.

Imagino que Sánchez, ante la llamada telefónica a destiempo, no daba crédito. No hay nada que más enoje a un presidente que los subalternos les roben los tiempos, que les alteren la agenda, y que además compliquen ese último conejo de la chistera que se había inventado del retorno a la centralidad comprando a Ciudadanos por un plato de lentejas y sacudiéndose el sambenito de ser un Gobierno socialcomunista. Quizá como castigo, ha hecho oídos sordos a la exigencia de Iglesias de que su Vicepresidencia sea ocupada por otro comunista. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, será en efecto vicepresidenta, pero la tercera, dando paso en la prelación a Nadia Calviño, que conservará el poder del área económica, aunque esto sirva para muy poco.

¿Por cuánto tiempo? ¿En qué condiciones? La señora Díaz goza de muy buena prensa. No es una bocazas como Iglesias, y además es la ministra que mejor viste de toda la historia de la democracia española. Tiene una imagen imbatible pero un cerebro y unas intenciones tan peligrosas como las del señor desastrado del moño. Ha llegado a este Gobierno para honrar a su familia sindicalista y guerrera, para desmontar el capitalismo y, lo que es más inquietante, para situar en grave riesgo las ayudas que nos va a conceder la Unión Europea, por más de 140.000 millones, a cambio de unas reformas que están en las antípodas de las que ella pregona.

El Ministerio de Trabajo que dirige es básicamente un soviet que, a través de la Inspección Laboral, se dedica a hacer lo más difícil posible la vida a las empresas. Es un departamento empeñado en reforzar el papel de los sindicatos y en complicar el desarrollo fructífero de los negocios. El sistema que utiliza para ello es el de la coacción sin cargo alguno de conciencia. En su caso, y dado el apetito por la moda de esta señora, su estrategia consiste en el puño de hierro en guante de seda. Algunos de mis compañeros de los medios, incluso de los que no son adictos al régimen, dicen que la ‘Yoli’ se ha distinguido por haber llegado a grandes acuerdos sociales y por haber apostado por los expedientes de regulación de empleo que están salvando a las compañías de la quiebra. Pero todo esto es literatura barata. Los ERTEs los inventó la ministra Fátima Báñez, del PP de Rajoy, y a ella le ha costado tiempo llegar a entenderlos.

La suerte de la señora Díaz es haberse encontrado como interlocutor con un presidente de los empresarios, Antonio Garamendi, que tiene pasión por hacerse la foto con el poder establecido, aunque promulgue normas letales para los que tiene que defender, y que alberga una propensión inmarcesible al acuerdo al precio que sea. Así fue con la última subida del salario mínimo, con la que tragó, y con motivo de la cual tuvo que afrontar un conato de revuelta en una patronal muy diezmada ejecutiva e intelectualmente. Y así podría ocurrir eventualmente con otros asuntos espinosos encima de la mesa como la contrarreforma laboral en la que está empeñada la ‘Yoli’ para no defraudar la herencia familiar ni contrariar a sus amigos los sindicalistas.

Aunque Yolanda Díaz se vista con blusas de seda y lleve siempre zapatos caros de tacón, de esos que dejan ver el final de los dedos -que son los buenos-, su método negociador con la confederación de empresarios que preside Garamendi es siempre claro y expeditivo, del estilo del Ferrol, donde nació, igual ella que el Caudillo. Consiste en decir: “Esto es lo que te ofrezco, esta es la mierda que te tienes que comer. Si no lo aceptas, será peor. Puedo ser todavía mucho más mala”. Y hasta ahora Garamendi ha dicho amén.

La agencia de calificación crediticia S&P, la más importante del mundo, ha destacado hace unos días que las reformas estructurales impulsadas en España desde 2011, principalmente del mercado laboral, pero también de las pensiones, han triplicado la capacidad del país de generar empleo. Ha dicho: «Las reformas estructurales de los últimos diez años han hecho los mercados laborales un poco más flexibles en Europa. Esto significa que las empresas serán más rápidas a la hora de crear empleo a medida que sus negocios se expandan de nuevo. Esto es especialmente cierto en España, como resultado de más cambios estructurales de calado que en otras partes, que han más que triplicado la capacidad de reacción del empleo ante el PIB», en referencia a decisiones como la prevalencia de los convenios de empresa frente a los sectoriales, el abaratamiento del despido, la reducción de la salvaguarda de los empleados indefinidos y los cambios en el cálculo de las pensiones entre 2011 y 2013, que luego el propio PP de Rajoy echó para atrás.

Ahora la señora Diaz, futura vicepresidenta tercera de este Gobierno nauseabundo, está enfrascada en eliminar los aspectos “más lesivos” de la reforma laboral, que han sido precisamente los más fructíferos. Quiere recuperar la ultra-actividad de los convenios, que quiere decir que cuando los acuerdos caducan siguen vigentes hasta que no haya un nuevo pacto con los sindicatos, eternamente reacios a los mismos. Pretende primar los convenios sectoriales -que manejan torticeramente y de modo criminal las centrales sindicales- sobre los de empresa, que facilitan la supervivencia de las compañías, y quiere impedir el cambio de las condiciones de trabajo, que es la única posibilidad de que las sociedades puedan sobrevivir en un contexto no ya de cambio tecnológico acelerado sino en el provocado por la pandemia.

También se propone por supuesto prohibir los despidos, contra la lógica apabullante del mercado, que es muy sencilla, que es muy fácil de entender: las empresas se crean aquí, o vienen de fuera, cuando se dan las condiciones oportunas, y se van de aquí o eligen destinos menos hostiles cuando les da la gana. Pero claro, ¿cómo explicas a una abogada laboralista, hija de sindicalista, comunista y fanática de la causa, que por muchos zapatos caros de tacón que lleve -como las broker de Wall Street- no vas a poder a cambiar el mundo a mejor porque la utopía que persigues con ahínco sólo ha desembocado, empíricamente hablando, en la pobreza, el desempleo rampante, la desigualdad y ya, en el extremo último, en el crimen?

La ‘Yoli’ es un peligro público de primera magnitud -no en balde ha sido el fichaje de Iglesias-. Aspira a reforzar la rigidez ya mayúscula del mercado laboral y complicará la vida a Nadia Calviño, no porque ambas señoras piensen de manera muy diferente -pues la ex directora general de presupuestos de la UE también tiene ínfulas de arreglar el mundo a la manera socialista, es decir, estropeándolo-, pero porque ésta es la que tiene que dar la cara en Bruselas y tratar de conseguir que lleguen las ayudas prometidas, de las que hasta ahora no hemos visto un duro.

Quienes pensaban vanamente que la salida de Iglesias del Ejecutivo podría eliminar tensiones y engrasar la maquinaria del poder están equivocados. Ahora tenemos a la ‘Yoli’ de vicepresidenta, y al del moño, que espero que sea arrasado en Madrid, lo tendremos en la calle, que es lo que le gusta, alentando a los acólitos para que quemen contenedores y tiren adoquines a la policía. La cabra siempre tira inevitablemente al monte y le importa un comino el país.

Lo último en Opinión

Últimas noticias