Vergoña, Pedro, Vergoña

Vergoña

Definitivamente, farsante, te has destapado, y han tenido que venir de fuera para que al fin dieras la cara totalitaria que muchos averiguamos hace tiempo, durante las primeras purgas que lideraste, en esa noche de las bestias en la que consagraste tu alma al diablo, detrás de una cortina donde vendiste el humo ideológico y político que aún hoy nubla de autocracia tu alma. Ya nadie recuerda tus noches madrileñas en las que presumías, todavía como púber concejal, de que el destino tenía reservado para ti un lugar más alto en la cúspide del poder. Como consejero de Cajamadrid que aprobó el rescate de las cajas de ahorro, donde te llevabas calentita la morterada en sueldos y bonus, defendías un capitalismo que aún hoy te permite, a ti y a tu familia, vivir como un rey, aunque todos sabemos que lo que de verdad te pone es usurpar como haces el papel de jefe del Estado, penúltimo escalón y obstáculo hacia tus propósitos totalitarios.

Viste en Los juegos del hambre tu trasunto cinematográfico y querías construir tu propio Panem autócrata, bajo una farsa democrática y una pátina de higiene moral que nunca tuviste. No hay nada más sucio que un corrupto con apariencia de buen niño. Quisiste, plañidera de mercadillo, dar pena a España y sólo alumbraste al mundo que, detrás de esa fachada cutre de victimismo irreal, aparece la cara de un gobernante tramposo y cobarde, tras la que se esconde una mujer sospechosa de beneficios infinitos por ser tu consorte. Ya no te quedan conflictos que crear ni división social que impulsar para desviar una atención que tú mismo, con tu soberbia torpeza, pusiste en el foco mediático.

Has llevado al extremo del fango a colectivos, organismos y profesionales que saben lo que haces y lo que ordenas. Y no van a parar hasta verte sentado en un banquillo, acusado de todos los delitos morales posibles. Los penales, si los hubiere, los dirá un juez, aunque odies la justicia libre e independiente y quieras guillotinarla, Robespierre.

Ahora no sólo los españoles sufrimos tu vergoña, Pedro; también arrastras por el fango el crédito internacional de una nación sin la cual el mundo no se entiende como se entiende. La vergoña de no tener proyecto de país, ni de gestión, ni de gobierno, porque sólo anida en ti lo que a cualquier déspota mueve y moviliza: la propaganda y la adulación, mediática y social, porque en ese palmerismo iletrado en el que has convertido tu presidencia, la crítica es enviada al gulag de los justos.

Vergoña, Pedro, es que hayas metido a España en el club siniestro con lo peor del mundo no libre. Has fundado la Internacional Terrorista del cariño y el aplauso. Te sentirás orgulloso viendo cómo te felicitan las dictaduras más asesinas, los regímenes más déspotas y los terroristas más buscados del mundo. Estarás henchido de gratitud, mientras tu vicepresidenta de intelecto pobre y retórica infantil replica eslóganes antisemitas. Ahí es cuando tu bruxismo revolucionario adquiere cotas inalcanzables.

Vergoña, persistente felón, es dejar a su suerte a medio millón de españoles en Argentina y poner en riesgo miles de millones de euros de inversión de empresas españolas sólo porque te ha puesto en tu sitio alguien a quien un sabueso encorvado al que nombraste ministro insultó y menospreció sin venir a cuento, seguramente por orden tuya, porque ninguno de los perros de la perrera entrega la patita si no hay incentivo del dueño.

Vergoña, victimista impenitente, es el embudo en el que metes todas tus obsesiones. Has convertido la difamación y el odio en la receta favorita de tu camada, y cuando te devuelven el hueso del ataque, ladras de rencor y frustración. Usas tu maquinaria de escribas a sueldo para atacar y calumniar a diario a adversarios políticos como Ayuso, Feijóo o Abascal. Hoy es Milei, ayer fue Meloni y mañana será Trump. Nada escapa a tu trastorno compulsivo en esa multinacional del rencor progresista que diriges. Retiras a la embajadora española en Argentina mientras permanece en el puesto su homólogo en Rusia, porque tus costuras éticas navegan en las mismas aguas que Putin, y lo sabes.

He aquí tu vergoña, Pedro, y, por desgracia, la nuestra. Pero mientras esto siga siendo, a tu pesar, una democracia y no tengas el omnímodo control que ansías y persigues con denuedo, la libertad de decirte lo que eres, la capacidad de responderte en tribunas parlamentarias y mediáticas, y la defensa de quienes han entendido que la mejor manera de combatir el socialismo es hablando claro a los ciudadanos contra sus impulsores y estafadores, sufrirás la verdad cada día. Aunque moleste a tu conciencia tiránica, seguiremos desnudándote como lo que eres.

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