Trump como despertador

Donald Trump

A un político se le conoce mejor por cómo le definen sus enemigos antes que por cómo le adulan sus acólitos. No importa el traje que se pongan, que a menudo serán vestidos por los prejuicios ajenos y las alabanzas de quien sólo ve guapura y buen tino en sus decisiones. La polarización que provoca la política se lleva a tal extremo que parece que, si no opinamos sobre lo que haya dicho un dirigente, no somos nada, aunque no nos lea nadie. En esa arrogancia del opinador, consideramos obligado ofrecer al mundo una pequeña lección moral a cada palabra que perpetramos. Ha vuelto a pasar con Trump, como ya sucedió antaño, no hace tanto de eso.

Sostengo que la victoria de Trump es una bendición para el mundo libre, afirmación que provoca urticaria biliosa en los puristas de las formas, progres colectivistas y amantes del liberalismo soviético, a los que molesta todo aquel que venga a derribar el edificio moral en que edificaron sus creencias o el monopolio económico sobre el que construyeron sus fortunas. Digo y mantengo que es una bendición, porque su presidencia despertará de la pesadilla woke a quienes defendemos unas ideas que representa bien la potencia del mundo libre y situará a los conformistas acomplejados frente al espejo de su burocracia subvencionada.

Trump es un líder incómodo para la política establishment, privilegiada en sus leyes y acobardada en la gestión de conflictos, sean propios o ajenos. El histrionismo del cuadragésimo séptimo presidente norteamericano, su verborreica propensión al titular desaforado y sus maneras y formas, poco apegadas a las responsabilidades del cargo que ocupa, le dan a quienes le odian la excusa perfecta para resumir su pensamiento en dos tuits y su gestión en un prejuicio. El error de siempre de los que viven bajo el paraguas de la soberbia ensimismada

Nos preocupamos, siempre a destiempo, en la Europa que regula e interviene, por lo que dice o deja de decir el termómetro moral del mundo, un país que nació fundado en democracia y no ha vivido otra cosa desde entonces. Y lo hacemos con la autoridad que nos da no sabemos el qué, porque ahora mismo representamos al enano político y militar que ya aventuraban algunos primeros ministros europeos en los noventa y una copia mala y perversa de lo que tuvieron en mente nuestros propios padres fundadores.

Trump es un despertador para el mundo libre y también para ese otro cautivo por las cadenas del socialismo, pero sobre todo, es un negociador, y usa los recursos convenientes para triunfar en cada mesa donde los intereses del país que gobierna y representa salgan fortalecidos. La Europa complaciente, la que ha arruinado a sus propios ciudadanos a base de impuestos, normativas y burocracia woke, le pide a Estados Unidos que hable y actúe como ella y se permite darle lecciones a quien tuvo que intervenir en el pasado varias veces para salvarnos de nuestros propios fantasmas totalitarios.

Si hubiera ganado Kamala, deseo húmedo de los socialistas que viven a ambos lado del telón colectivista, seguiríamos bajo el mismo patrón totalitario y woke, donde la sinrazón de género, la negligente política económica basada en subvenciones a las costosas renovables, el negocio del catastrofismo climático, la inmigración descontrolada, el intervencionismo moral desde el Estado, las guerras en medio mundo y la alteración de los valores que forjaron a Occidente, imperarían aún con más fuerza.

Ahora, la Unión Europea y su ejército de eurócratas consentidos, deben reaccionar si no quieren ser la sucursal de Estados Unidos y China. Ya el propio Draghi acaba de darle la razón a Trump, Vance, Musk y a todos los que denunciamos los obstáculos que los propios eurócratas de Bruselas han puesto en al camino para construir una Europa de innovación y progreso. Lo que nos impide ser competitivos, eficientes y ser polo de atracción y retención del talento son las regulaciones y arbitrariedades fiscales, más que cualquier arancel que Estados Unidos imponga.

Definir a Trump como una bendición, no por lo que dice, sino por lo que va a obligar a hacer a quienes no querían acabar con la dictadura woke, es defender a la Europa de Adenauer, Monnet, Schuman, Spaak y de Gasperi, la que se diseñó para que las naciones soberanas compartieran un destino común con base en los fundamentos que las definieron. Lo contrario es convertirla en la casa de citas de un globalismo soviético que sólo beneficia a quienes hoy dicen oponerse a Putin replicando todo lo que Putin hace. Es decir, la Europa de ursulinas y carmelitas.

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