Tres razones para que no cunda el pánico en el PP
El ‘modo pánico’ es muy habitual en los partidos políticos cuando desde la oposición, sin detentar poder alguno, cosechan un mal resultado electoral. Este ha sido el caso del PP tras las elecciones catalanas. Un mal resultado electoral es motivo para que siempre corran despavoridos los que esperaban algo y no han obtenido nada, los que no esperaban nada y obtendrán menos, y para quienes debido a su volubilidad dudan ahora a qué árbol arrimarse.
Mucho se ha escrito sobre el antes, durante y el después de Pablo Casado de las elecciones catalanas. A tenor de lo leído, creo que el presidente del PP tiene el partido controlado internamente, pero externamente le sobran conspiraciones. Hay un esfuerzo a su derecha e izquierda por descalificar su figura. Eso no es algo nuevo. La izquierda siempre lo intentó infructuosamente con José María Aznar a principios de los 90. Quince años después volvió a hacerlo con Mariano Rajoy, y ahora la figura del dirigente del centroderecha vuelve a ser objeto del azote político desde la Moncloa. La novedad es que a esa campaña de desgaste también se ha sumado Vox. Como antes, concretamente tras las elecciones de abril de 2019, lo intentara sin éxito el entonces líder de Ciudadanos, Albert Rivera.
No sugiero al PP que se tumbe a la bartola y caiga en la autocomplacencia. Para ello ya tenemos al desaparecido Pedro Sánchez. Pero hay varias razones para alimentar el optimismo de los votantes del PP. Por un lado, existe la creencia de que Vox le roba todos los votantes al Partido Popular. Pero no es cierto. La base sociológica del votante en España ha cambiado desde la ‘Gran Recesión’ de hace diez años hasta ahora. Si hace 30 años, en los primeros años de Aznar (por ejemplo, en junio de 1990) y cuando Felipe González gobernaba con mayoría absoluta, sólo un 18% de los españoles se identificaba como de derechas frente a un 42,4% que se identificaba de izquierdas, esa diferencia se ha ido estrechando profundamente.
En abril de 2019, a las puertas de las elecciones en la que Pedro Sánchez logró su primera victoria electoral, la proporción derecha-izquierda en la sociedad española era de 23,7%-41%, un importante ensanchamiento de la base electoral de derechas que dio entrada en el parlamento a formaciones como Vox. Siete meses después, una moderación del discurso del PP le sirvió a Pablo Casado para abandonar la estela de Vox y arrebatarle votos en gran medida a Ciudadanos. Desde entonces hasta ahora la base sociológica de la derecha no ha parado de crecer en nuestro país quizás también como reacción a un Gobierno con la extrema izquierda en el poder.
Las encuestas más recientes del CIS reflejan que un 3,2% de los ciudadanos se sitúa en la extrema derecha, datos verdaderamente históricos porque la media siempre estuvo por debajo del 2%. Lo mismo puede decirse de la extrema izquierda que actualmente agrupa a un 8% de ciudadanos cuando en abril de 2019 estaba en la mitad (4,4%).
Pero a pesar de que los extremos han crecido, el propio centro político no ha parado también de aumentar. Desde las elecciones de noviembre de 2019 hasta ahora lo ha hecho en un 36%. Y este es el segundo motivo por el que el PP debe percibir que las cosas no van tan mal cuando existe actualmente una concentración de voto en el centroderecha (36,5%) muy por encima del 27,8% que había en las últimas elecciones de noviembre de 2019.
Uno podría alegar que el voto del centro también tiene opciones de decantarse por el PSOE como ocurrió en las elecciones de abril de 2019 y en las siguientes cuando hubo una identificación casi perfecta entre la ideología del votante medio, hacia el centroizquierda, y la ubicación en el espectro ideológico de Pedro Sánchez.
Hoy en día, ya no ocurre eso. El votante medio español se está recentrando, mientras que la visión que se tiene de Pedro Sánchez es diametralmente opuesta, es decir, se va escorando hacia la izquierda. ¿Y qué espacio ocupa Pablo Casado en todo esto? El líder de la oposición va acercándose cada vez más al centro y estaría en condiciones actuales de disputarse más 2 millones de votos si decide acudir bajo el mismo paraguas con Ciudadanos. Esa es la tercera razón para considerar que la estrategia no es equivocada.
No obstante, y pese a estas tres buenas razones mencionadas, el PP necesita vigilar sus mensajes. Casado tiene que ser suave en las formas, pero duro en el fondo. Huir de la retórica y la política del avestruz. Oponerse con razones y no callarse, abandonar las estridencias en provecho de lo sustantivo, no perder la oportunidad de hurgar en lo molesto cuando sea importante.
La situación económica, social y sanitaria en España es tan deplorable que no hay que esperar a nuevos tropiezos del Gobierno para cantarle las verdades del barquero. Y respecto a Bárcenas u otros casos de corrupción, no se trata de decir que no se va a hablar más del asunto, porque parece que el tema te supera. Como tampoco hay que decir que te cambias de sede porque ahí estuvo el sujeto, como si no hubiera habido más moradores en el cuartel general.
Bárcenas fue un episodio triste de la historia reciente del partido y hay que dejarlo ahí. Ni Casado ni nadie del partido deben eludir los asuntos espinosos. Eso implica no ser zigzagueante. Cada vez que los medios vuelvan a sacar algo de Bárcenas, la atmósfera del miedo no puede instalarse en los pasillos del PP. Es la elección entre la seriedad o la truculencia frívola. Y no olvidar que su adversario actualmente está en el Gobierno, no a su derecha. Quien está precisamente a su derecha es el enemigo de su adversario, por tanto, su amigo (Miguel Herrero de Miñón dixit).
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